Si buscamos Penrhos en Google, encontraremos que está en un lugar indeterminado (al menos en lo que a la app Maps se refiere) en los alrededores de una localidad no muy grande llamada Kington, en el condado de Herefordshire, no lejos del límite entre Inglaterra y Gales. En realidad, se supone que Penrhos Court sería poco más que un grupo de edificios con tejados a dos aguas en lo alto de una suave colina. A mediados de los años 70, podías ir allí a comer o tomar unas pintas en el modesto restaurante rural, un lugar sin duda bucólico en mitad de la campiña inglesa en el que Tolkien o sus hobbits habrían estado como en casa. Hoy el restaurante se llama The Cattle Shed.
Pero estamos en los setenta, así que llegas, te sientas, pides tu jarra de cerveza y escuchas tocar a un músico local. Generalmente es un flautista el que toca allí su repertorio tradicional, un hombre de mediana edad con patillas y expresión seria, casi hosca; pero hoy le acompaña un chaval, un flacucho guitarrista hippy. Ni por un momento se te ocurriría pensar que el músico invitado -toca a cambio de una botellita de vino- es autor de un álbum que ha sido número 1 en ventas en Inglaterra y todo un fenomeno cultural. Está allí prácticamente de incógnito, huyendo de su repentina fama. Caes entonces en la cuenta de que la verde colina Hergest Ridge está a un paseo y de que son Les Penning y Mike Oldfield quienes están improvisando piezas de corte folk para los parroquianos y para ti.
Les Penning es el que viste de azul y rojo en primera fila, a la izquierda.
Leslie Penning no es un artista que naciese y muriese para el público gracias a la música de Oldfield, ni mucho menos, pero está claro que su carrera tiene como eje aquella foto de la funda del vinilo de Ommadawn.
Les Penning no es sólo el flautista del famoso álbum de 1975, sino que también fue decisiva su aportación a miniaturas de Oldfield tan célebres como In Dulci Jubilo, Portsmouth, Cuckoo Song, Argiers y Wrekorder Wrondo. Se supone que fue Penning quien descubrió a Mike el cancionero instrumental medieval, toda una revelación personal que, en lo que se refiere al contenido folclórico de la música de Oldfield, sigue siendo relevante incluso hoy. Y no digamos en la época de sus álbumes instrumentales épicos.
La portada de Belerion.
Tal fue la compenetración entre ambos artistas que a punto estuvieron de grabar un álbum a dúo, del que habrían formado parte algunos de los temas antes mencionados. La cosa no fraguó y, aunque podría haber material grabado e inédito archivado por ahí, ha tenido que llegar Robert Reed para dar nuevos bríos al viejo Penning y materializar lo que pudo ser y no fue hace más de cuarenta años en forma de dos maravillosos álbumes. El primero se llama Belerion (2016) y el segundo, Return to Penrhos, acaba de salir a la venta. Recordemos que Penning ha intervenido también en los discos de Robert Reed Sanctuary II y Sanctuary III, y en un inclasificable single que versiona el tema de Doctor Who.
Portsmouth, de Belerion.
In Dulci Jubilo, de Return to Penrhos.
No sé hasta qué punto se parecen Belerion y Return to Penrhos al álbum "fantasma" que planearon Les Penning y Mike Oldfield, pero está claro que el magnífico emulador Rob Reed hace un excelente trabajo a la hora de envolver la exquisita flauta de Penning con una producción digna del Oldfield setentero. Colabora también en Belerion el guitarrista Phil Bates, ex-líder de una reencarnación de la ELO. Todos los temas que fueron singles de Mike están en estos álbumes, aunque -supongo que por no hacerlos parecer simples regrabaciones- suenan distintos, con otros ritmos o arreglos. Lo dicho, son dos trabajos maravillosos que, aunque sea de forma muy tardía, reivindican a Les Penning como un mago hasta ahora en la sombra.
Si has llegado a esta entrada desde el índice del blog o desde un buscador, te recomiendo leer previamente nuestro análisis de The Wall.
Una imagen promocional del ballet inspirado en The Wall.
The Wall fue una obra concebida desde su mismísimo origen para ser interpretada en concierto. La gira que siguió a la publicación del álbum, en 1980 y 1981, sigue siendo un ejemplo de lo que la gran era del rock con mayúsculas podía ofrecer al público: el espectáculo se desarrollaba en un escenario enorme en el que la banda tocaba mientras se iban apilando los ladrillos.
Una imagen de la gira 1980-81.
Aparecían en escena enormes marionetas representando a los personajes de la historia. En el propio muro, una vez acabado, seguían abriéndose algunas ventanas en las que se veían estampas muy teatrales, por ejemplo una recreando el pisito de "Pink" (Roger Waters), que ve la tele y demás.
Nobody Home
El problema es que se incurrió en tal dispendio económico que al final no salieron las cuentas, y eso que la afluencia de público fue casi siempre masiva. Curiosamente, el único miembro de Pink Floyd que ingresó dinero fue Richard Wright, que había salido ya del grupo y cobró sus honorarios como cualquier otro técnico o tramollista asalariado.
El cartel de la película.
Un momento inigualable de la banda en la cultura popular fue el estreno de Pink Floyd: The Wall (1982), una película dramática dirigida por Alan Parker (El expreso de medianoche, Fama) y con guión de Roger Waters que tuvo muchísima repercusión mediática. Protagonizada por el cantante Bob Geldof, la película mostraba en imágenes la historia de "Pink" narrada en el disco, incluyendo las canciones -aunque no es un musical al uso en el que cantan los personajes- y muchas originales secuencias de animación creadas por Gerald Scarfe.
Tráiler de la película.
El resultado global, para mi gusto, es desigual, quizá demasiado lúgubre en su enfoque surrealista. Tras escuchar el álbum, además, la película resulta un poco pobre comparada con las imágenes que nos evoca éste, salvo quizá por la parte que transcurre en la Segunda Guerra Mundial y por las secuencias animadas que mencionábamos antes, que son magníficas. De estas últimas salió en realidad toda la parafernalia que se ha utilizado hasta la saciedad en posters, camisetas, chapas... Hasta en Los Simpson hemos visto desfilar los famosos martillos de The Wall...
Por cierto, en la película había un par de temas nuevos, posibles descartes del disco. Uno de ellos, When the Tigers Broke Free, acabó formando parte de las ediciones más recientes del álbum de 1983 The Final Cut. Una vez escuché en un programa de radio que existía una BSO oficial de la película con importantes cambios respecto al álbum original, aunque nunca he podido confirmar la existencia de tan jugoso ítem.
When the Tigers Broke Free, en la película.
Yendo todavía más allá en lo multimedia, en algún momento de la pasada década se proyectó estrenar un musical tipo Broadway sobre The Wall con aval de Roger Waters, aunque de momento no se ha estrenado. Existe una versión de The Wall grabada como homenaje por parte de otras bandas progresivas (incluyendo los mismísimos Jethro Tull y King Crimson) y hasta una versión del álbum completo en estilo bluegrass, que es una especie de country suave. En 2018 se estrenó una adaptación para ballet de The Wall por parte de la compañía Twin Cities de Minnesota y la banda tributo Run Like Hell. Se ve realmente bonito.
El ballet de The Wall.
Pero volviendo a los conciertos "tradicionales", creo que el mejor uso que se ha dado en el escenario a The Wall ha sido durante la carrera como solista de Roger Waters. Su gran momento fue el espectacular concierto celebrado en Berlín en 1990, unos meses después de que cayese el otro muro, el nada metafórico gran símbolo de la Guerra fría.
Una imagen del concierto en Berlín (de El Parlante).
El juicio de "divorcio" entre Waters y los demás miembros de Pink Floyd en 1986 había supuesto, entre otras cosas, la confirmación de que The Wall al completo pertenecía a su artífice principal, mientras que Gilmour (que había confirmado la continuidad de la banda sin Waters, motivo de la denuncia de éste) sólo podría tocar o grabar las partes en las que estaba acreditado como co-autor. Waters, que en aquellos tiempos no gozaba ni por asomo del prestigio y el éxito comercial que le hubiese gustado tener como artista en solitario, decidió que podía hacer y deshacer a su antojo con The Wall. Y vaya si lo hizo.
El DVD del concierto de Berlín.
Además de celebrar la reunificación de Alemania, en el show de Berlín había que recaudar dinero para un fondo europeo contra desastres de todo tipo, y a la llamada de Waters acudieron músicos como Scorpions, Cyndi Lauper, Sinéad O'Connor, The Band, Bryan Adams, Paul Carrack o Van Morrison, y actores y celebrities de renombre (Tim Curry, Albert Finney, Marianne Faithfull, Ute Lemper, Jerry Hall) interpretando a los personajes que causan la desdicha de "Pink". Se esperaba incluso a Wright, Mason y Gilmour, pero tuvo lugar alguna clase de malentendido todavía no aclarado y la reunión de Pink Floyd no se produjo. El concierto está disponible para ver en casa en varios formatos, y también se publicó como doble álbum.
Sinéad O'Connor y The Band interpretan Mother.
No obstante, si de fidelidad al concepto original se trata, creo que nada supera a la versión que Waters llevó de gira por todo el mundo entre 2010 y 2012, y que el director Sean Evans filmó para su estreno en cines en 2014. La tecnología empleada aquí supera todas las expectativas y el sonido es sencillamente demoledor. Lo único que le falta para la perfección total es la presencia en escena del resto de la banda original en lugar de músicos anónimos contratados para la ocasión.
Un trozo del documental de 2014.
Eso sí, en el concierto del O2 de Londres apareció por sorpresa, en lo alto del muro y en el momento más álgido del show, David Gilmour interpretando su parte de Comfortably Numb. Parece que con la reunión momentánea de todo Pink Floyd en el Live 8 de 2005 se habían limado muchas asperezas. Curiosamente, el impulsor del Live 8 (y del famoso Live Aid de los ochenta) fue Bob Geldof, el protagonista de la película sobre The Wall.
La última y ya repetible actuación de los Pink Floyd reunidos, en el Live 8.
Como dijimos más arriba, la versión de Pink Floyd que lideró David Gilmour sólo tenía permiso para interpretar los cuatro temas compuestos parcialmente por él: Another Brick in the Wall Part 2, Hey You, Comfortably Numb y Run Like Hell (quizá los más comerciales del álbum). Pudimos escucharlos en los discos en directo Delicate Sound of Thunder (1988) y Pulse (1995), así como en los conciertos en solitario de Gilmour. Comfortably Numb ha sido interpretada recientemente en una actuación del guitarrista donde figura el actor Benedict Cumberbatch cantando la parte de Roger Waters. Cerramos con ella, a la espera de lo que dará de sí The Wall en su camino hacia el 50 aniversario.
Érase una vez, en un lugar llamado Londres y en una época en la que la música popular era más libre y alocada de lo que había sido o sería jamás, surgió un grupo revolucionario que hacía rock psicodélico llamado Pink Floyd. Al principio ni siquiera tocaban muy bien, pero usaban efectos de iluminación muy peculiares en sus shows y tenían muchísimos fans. Entonces el líder del grupo se volvió loco y los demás pasaron unos pocos años experimentando con su estilo, buscando una nueva personalidad para Pink Floyd. Aquella banda estaba destinada a borrar las líneas que delimitaban el pop y el rock convencionales con estilos más heterodoxos, y comenzó para ellos una era monumental tanto en fama como en creatividad. Eran los reyes del castillo, tan por encima de todo que todavía hay quien debate si verdaderamente Pink Floyd era o no un grupo de prog-rock o constituían un género en sí mismos.
Se añadió el título en la portada de ediciones posteriores, a veces con una pegatina.
No se sabe exactamente en qué momento ocurrió, pero los jóvenes cruzaron el foso del castillo y el cuento de hadas del rock sinfónico-progresivo terminó. No más solos de guitarra o teclado interminables, no más pasajes cósmicos, no más narraciones oníricas. Al armario el sitar y el moog, el disfraz de flor y la capa de lentejuelas. El documental de la BBC Prog Rock Britannia menciona el álbum Something Magic (1977) de Procol Harum como final oficial de la edad del prog, pero yo creo que un canto del cisne debía ser mucho más grandioso, un fogonazo cegador que deslumbrase al mundo entero e hiciese sangrar las manos con el último aplauso. El álbum que puso el broche de oro a la gran década del rock, progresivo y no progresivo, en realidad es The Wall (1979), de Pink Floyd. Los reyes estaban atrincherados en la torre más alta del castillo y no se rendirían sin luchar.
Portada de la edición para coleccionistas de 2012.
El caso es que no parecía quedar mucha batalla por delante, ya que había problemas internos en Pink Floyd. Los que producen la fama y los egos, sobre todo. Roger Waters, la mente más dinámica de la banda, estaba "on fire". Había escupido a la cara de un fan durante un concierto, y buscando el no va más del espectáculo masivo pinkfloydiano con toques sociopolíticos, muy en su línea, esto le dio una idea: la del grupo separado del público por un enorme muro. Todo el nuevo álbum que publicarían a continuación, a excepción de un puñado de temas con participación de David Gilmour y algún otro músico externo, sería una obra concebida por y para el esparcimiento del ego de Waters, por mucho que recordemos que los virtuosos Rick Wright y Nick Mason estuvieron más que a la altura. Waters se permitió el lujo de erigirse en líder visible de Pink Floyd y tomar decisiones drásticas que terminarían con la posterior disolución de la banda.
Los miembros de Pink Floyd con los uniformes pseudo-fascistas que usaban en la gira.
Más que un simple álbum conceptual, The Wall es lo que entonces se conocía popularmente como una ópera rock. Como Tommy de The Who o Jesucristo Superstar. El concepto puede sonar anticuado, pero The Wall, un álbum que sigue ganando nuevos adeptos cuando se cumplen 40 años de su publicación, no parece un producto de otra época. The Wall cuenta la historia de un individuo muy concreto, una especie de alter ego muy turbio de Roger Waters, a lo largo de distintos momentos de su vida. En la versión cinematográfica de esta historia, de la que hablaremos después, recibe el nombre de "Pink". No tengo tan claro que figure como tal en las letras o el libretillo del álbum original.
Imágenes en el estuche desplegable del vinilo, diseñadas por el caricaturista Gerald Scarfe.
Como Waters, este tipo pierde a su padre en la Segunda Guerra Mundial (Another Brick in the Wall, Part 1) se educa con una madre sobreprotectora (Mother) y en el gris sistema educativo inglés (Another Brick in the Wall, Part 2), alcanza la fama como músico y conoce el mundillo de la mala vida: drogas, sexo desenfrenado (Young Lust) y rupturas de pareja (Don't Leave Me Now) etc. Se le empieza a ir la olla (Is There Anybody Out There?), se encierra en casa a ver la tele (Nobody Home), piensa en el suicidio (Goodbye Cruel World) y, en fin, construye a su alrededor un muro mental, metafórico, en el que se aisla del mundo (Comfortably Numb).
Another Brick in the Wall, Part 2
En medio de una serie de delirios, el protagonista desarrolla fantasías violentas (Run Like Hell), para ser después encarcelado (Waiting for the Worms) y juzgado (The Trial) y encontrar una especie de redención al derrumbarse finalmente el muro (Outside the Wall). Entre unas cosas y otras, entroncando con el trauma infantil de "Pink", encontramos también temas antibelicistas como Goodbye Blue Sky, Vera (inspirado muy probablemente por la película de Stanley Kubrick ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú) o el espectacular Bring the Boys Back Home.
Nobody Home, Vera, Bring the Boys Back Home y Comfortably Numb.
The Wall es un álbum tortuoso a causa de su longitud y su complejidad, y eso que no se percibe en él, al menos superficialmente, un carácter demasiado experimental desde el punto de vista sonoro. Lo que sí es complejo, una auténtico pandemónium, es la variedad de estilos, ritmos y grados de intensidad rockera. Hay piezas que recuerdan al Pink Floyd clásico y elegante de álbumes anteriores (Mother, Comfortably Numb), temas mucho más duros (In the Flesh, Hey You), otros en plan cantautor con un planteamiento teatral puramente Waters (Goodbye Cruel World, Nobody Home), y también hay temas más rápidos muy pop, como el famosísimo single Another Brick in the Wall Part 2, que es una canción bailable apropiada para discotecas de la época, o Run Like Hell, un chute de dinamismo con el talento comercial de Dave Gilmour tras la cortina.
Run Like Hell en vivo, del álbum publicado en 2000.
Además de los muchos fragmentos que incluyen grabaciones telefónicas o salidas de la TV, la parte más desconcertante del doble álbum es el último cuarto, sobre todo la operística The Trial, en la que intervienen numerosos personajes salidos de los sueños febriles de "Pink", entre ellos su madre, su ex, su estricto profesor y el juez, cuyas voces caricaturescas parecen salidas de una película de dibujos animados. Han entrado previamente en escena unos peculiares coros doo wop (The Show Must Go On, Waiting for the Worms) y adquiere pleno protagonismo el sonido sinfónico la New York Orchestra, dirigida por Michael Kamen y con arreglos del también productor, junto a James Guthrie, Bob Ezrin. Casi se podría decir que Ezrin es el "quinto Pink Floyd" de The Wall.
The Trial, de la película dirigida por Alan Parker que adaptaba el álbum.
El álbum es uno de los más vendidos de todos los tiempos, el más vendido en su formato de disco doble (33 millones y pico de copias), y su impacto en la cultura popular fue enorme, pero con él cayó el último bastión del rock setentero. El caso es que, pese a su éxito aplastante -o quizá por culpa del mismo-, en Pink Floyd se tuvo la sensación de que habían tocado techo. Ya no volverían a ser aquella banda universitaria que tocaba en clubes y deleitaba a los amantes de los ácidos, no serían una banda de culto para entendidos, sino poco menos que el buque insignia del rock mainstream... Y muchos fans nunca lo encajaron del todo. The Wall no falta en ninguna colección, pero raramente es citado por un fan como su favorito. Demasiado grande, demasiado ruidoso. Demasiado amargo el fin de una época de esplendor tras la que sólo quedaron los escombros de los que saldría el crepuscular The Final Cut (1983) y el feliz pero no muy trascendente revival que fue el Pink Floyd sin Roger Waters de los años ochenta y noventa. ¡Qué grandes fueron cuando eran grandes!
Una de las más recientes reediciones, la de 2012, consiste en una caja de coleccionista con 6 CDs, que incluye el álbum original, un segundo álbum (también doble) que se había publicado en el 2000 bajo el título de Is There Anybody Out There? The Wall Live 1980-81, y también la maqueta de The Wall que de haberse plasmado tal cual en el estudio habría dado lugar a un trabajo terriblemente oscuro, un heredero muy directo del anterior disco de la banda, Animals (1977).
14. Garden (4:18) 15. Water State 2 (7:14) [sólo en vinilo]
El álbum que nos ocupa en esta ocasión no es precisamente uno fácil, de consumo rápido o que resulte accesible a la primera. Un artista tan heterodoxo y reconocido como Ryuichi Sakamoto puede permitirse el lujo de hacer algo como Async (2017) sin que sus fans se echen las manos a la cabeza y sin que la crítica le acuse de pretencioso. Hay que saber quién es el artista y de dónde viene para entender y valorar del todo obras como esta.
Una preview de Async en vídeo.
En el momento en que Sakamoto se embarcó en la creación de Async, y pese a que ya tenía alguno de los temas compuesto previamente, el músico se encontraba en un delicado momento personal. Se estaba recuperando de un cáncer de garganta y acababa de tener lugar el devastador tsunami de Japón de 2011 que causó, además, la catástrofe nuclear de Fukushima. El último álbum de estudio de Sakamoto había sido publicado en 2009, y en el largo hiato que tuvo lugar hasta la publicación de Async, las anteriores circunstancias lo sumieron en una actitud reflexiva sobre la pequeñez de la vida humana. Te parece que el mundo se acaba porque tienes cáncer y entonces una catástrofe natural con miles de víctimas causa una tragedia digna del auténtico fin del mundo, junto al cual lo tuyo es una tontería.
Se ve que Sakamoto ya tenía en mente desde hacía tiempo el proyecto de realizar un álbum que hablase sobre la "sincronía" vital que se establece -a veces forzadamente- entre las personas y el mundo que nos rodea y que se plasmase en piezas musicales que jugasen con esta idea de la asincronía. El comecocos existencial de Sakamoto contribuyó a que el proyecto se hiciese realidad, y Async es uno de los trabajos mejor valorados del músico japonés en toda su carrera.
Andata
Sakamoto concibe el sonido de Async como si se tratase, literalmente, de la banda sonora de una película de Andrei Tarkovsky. Quien haya visto películas suyas como Solaris, Stalker (La Zona) o El espejo sabrá que Tarkovsky solía utilizar la música para aumentar la sensación de extrañamiento en el espectador, ya fuese indagando en rincones oscuros de la psique o recreando directamente ambientes alienígenas. Es una música que, sin pasar desapercibida, parece un fenómeno que brota de las imágenes más que un añadido de la sala de montaje. Sakamoto crea con Async un extraño, a veces inquietante paisaje sonoro "ambient" con una densidad casi física, logrando quizá justo lo contrario que hacía Tarkovsky: de sus sonidos parecen brotar imágenes. Curiosamente, en el tema Life, Life se incluye una recitación de un poema de Arseny Tarkovsky, padre del director de cine, a cargo del colaborador habitual de Sakamoto, David Sylvian.
Life, Life
Sakamoto utiliza sonidos de todo tipo para luego distorsionarlos con sus herramientas de estudio, desde pianos y triángulos hasta voces humanas tratadas, pasando por alguna que otra toma de sonido de objetos no musicales. Se supone que algunas de las técnicas de grabación que utilizaron Sakamoto y Alva Noto para la BSO de El renacido (The Revenant, 2015). La idea es que todo parezca fluir a un ritmo distinto del de la música convencional, como si ésta fuese vista por un observador desde una dimensión paralela en la que el tiempo fluyese a otra velocidad y la visión de volviese difusa. Asincronía. Entran también en escena, según se especifica en la larga entrada de la Wikipedia, conceptos matemáticos y de física cuántica. Async no es fácil de describir (renuncio al análisis tema a tema, me vais a perdonar), pero sí que te mantiene de principio a fin en un estado a medio camino entre el agrado -hay fragmentos en él de una delicadeza prístina- y el desconcierto.
Solari
Creo que Async debe escucharse como observaríamos una pintura o una escultura del arte contemporáneo más vanguardista. No podemos decidir claramente si es bonito o no, si nos gusta o no, si lo pondríamos en el salón de casa o en un oscuro pasillo, pero sí que vislumbramos ciertas intenciones expresivas por parte del artista y con eso tenemos que quedarnos.
"Hay una sensación de que el lugar representa creatividad, donde el espacio y el vacío interminables -aunque con un sentimiento subyacente de belleza y atemporalidad- son un contexto perfecto para crear algo"
Arthur Jeffes
Llamamos serendipia a un hallazgo fortuito que hacemos mientras buscamos otra cosa. Hace un par de días trabajaba en clase con un vídeo en inglés sobre la trágica expedición al Polo Sur de Robert F. Scott y justo hoy me encuentro que el nuevo álbum de Penguin Cafe, publicado muy posiblemente el mismo día que vimos el vídeo en clase, está inspirado en este acontecimiento histórico.
Podemos empezar proclamando que este es el mejor álbum de Penguin Cafe hasta ahora, con permiso de The Red Book (2014) y no habiéndome convencido del todo el anterior The Imperfect Sea (2017), pese a la buena acogida crítica que tuvo. No es que los álbumes conceptuales sean necesariamente el súmmum de las músicas que nos gustan, pero admito que consigo sumergirme mucho mejor en un disco -si la música es muy abstracta- cuando tengo algo a lo que agarrarme y sobre lo que construir mi experiencia como oyente. Handfuls of Night ("Puñados de noche") no es realmente un álbum conceptual que cuente una historia o tenga alguna clase de argumento, pero Arthur Jeffes, el líder y compositor de Penguin Cafe, ha explicado bastante bien de dónde le llegó la inspiración.
Una imagen promocional.
Resulta que Greenpeace, estando las cosas como están a nivel medioambiental, propuso en 2018 a Arthur Jeffes que compusiera cuatro piezas sobre cuatro especies de pingüinos antárticos para realizar un alegato por su supervivencia. De aquí salieron las piezas Chinstrap, Adelie, The Life of an Emperor y Gentoo Origin, las cuales, afirma el músico, afrontó teniendo en mente la peculiar iconografía de su banda y la de su padre, a base de pingüinos antropomorfos que llevarían vidas también propias de seres humanos.
Clip oficial de Chapter.
Además, resulta que la tatarabuela de Jeffes estuvo casada con Scott antes que con su tatarabuelo, lo que hace suponer que esto haya sido objeto de un comprensible orgullo familiar al respecto. Esto llevó al músico a apuntarse en 2005 a una expedición organizada por la BBC para recrear el viaje de Scott a la Antártida, y comenta que fue allí donde tuvo tiempo para reflexionar sobre su futuro: terminaría sus estudios musicales y se plantearía definitivamente dedicarse a la composición, aprovechando las muchas ideas que se le iban ocurriendo mientras cruzaba en trineo la vasta planicie helada. Afortunadamente, la nueva expedición llevó perros en lugar de ponis y no fue sorprendida por heladas imprevistas, de modo que -a diferencia del pobre Scott y sus hombres- pudo volver a Inglaterra sin contratiempos.
Handfuls of Night es un álbum bellísimo, lleno de solemnidad y delicadeza. Los temas, unos más animados y otros más introspectivos, se recrean en una elegante horizontalidad que parece llevarnos de viaje por las llanuras del continente helado. No es, sin embargo, una música fría sino llena de vida la que nos ofrece este trabajo, con piezas deslumbrantes, a veces melancólicas (The Life of an Emperor), a veces dramáticas (Chapter), y también con cabida para el puntillo experimental que hay en el ambient (Adelie), en el minimalismo clásico (At the Top of the Hill, They Stood...) y en el estilo indefinible de la propia Penguin Cafe Orchestra original, de cuyo trabajo Union Cafe (1993) recuperan la idea para Pythagoras on the Line Again. El álbum, muy bien planificado, comienza y termina con dos intensas piezas para piano: Winter Sun y Midnight Sun, respectivamente. La que más me ha gustado en la primera escucha es Chinstrap.
Chinstrap, en vivo.
Un último apunte. Queda la idea, mientras se paladea la experiencia, de que tal vez el secreto más profundo de la fascinación que nos produce la música de los Jeffes, padre e hijo, es que manejan ideas musicales muy complejas, interpretaciones virtuosas y soluciones sonoras surrealistas, y sin embargo sus obras nunca suenan pretenciosas. Hasta un niño puede apreciarlas en toda su transparente y honesta belleza.
Fue un 3 de octubre de 2009 cuando comencé a escribir en Otras músicas. Otros mundos. Era novato en esto de los blogs, y empecé a trastear en blogger por simple curiosidad. Un buen amigo mío, José Miguel, también andaba con un blog sobre los cómics de su infancia. Creo que me despertó el gusanillo.
El caso es que ni en sueños pensaba llegar a estar 10 años escribiendo en ratos de ocio sobre la música que me gusta, y me quedo con lo mucho que he aprendido sobre ella. Por eso, en lugar de felicitarme a mí mismo, quiero expresar mi más absoluta admiración hacia los artistas que han pasado por el blog y mi sincero cariño hacia los comentaristas, habituales o esporádicos, que me han hecho entender que de verdad el blog tiene lectores, y que las músicas de las que hablamos tienen su público.
Continuando con la idea que planteaba como título de la primera entrada del blog, queda claro que la buena música, la elaborada y artística, la que expresa cosas y despierta nuestra imaginación y nuestros sentidos, no es ignorada ni está escondida. Sólo hay que saber dónde encontrarla.