La cuestión del sí o el no, del "bueno" o "malo" que en su día recuerdo haber escuchado plantear al crítico musical Julián Ruiz acerca de Mike Oldfield en su programa Plásticos y decibelios siempre ha estado ahí. Ruiz defendió bastante el álbum Guitars mientras hacía balance del ya lejano año 1999, precisamente antes de que la carrera del músico descendiese a algunos de sus puntos más bajos. Si entonces había disparidad de opiniones entre los fans, las cosas se agravarían con la publicación de los discutidos The Millennium Bell, Tres Lunas, Tubular Bells 2003 y Light + Shade hasta el punto de que la brecha parece haberse vuelto insalvable entre partidarios y detractores, todo embarullado entre exageraciones, generalizaciones superficiales, falta de autocrítica y etiquetas justas e injustas a partes iguales.
Tres Lunas y Light + Shade, dos álbumes de Oldfield no muy apreciados.
Entrar en el asunto de la subjetividad de la apreciación artística es perder el tiempo, pero estaremos bastante de acuerdo en que uno de los motivos por los que la música de Oldfield es tan polémica es por su peculiaridad. Fuera del propio Oldfield no hay vara con la que medir a Oldfield, y por eso a veces recurrimos a comparaciones ridículas entre álbumes con tres décadas de distancia. ¿Hergest Ridge vs. Tres Lunas? ¿En serio? Y por efecto contagio cambiamos de opinión según esté la cosa en un momento dado entre los demás fans, especialmente desde que todos usamos las redes sociales para reafirmarnos en nuestras filias y fobias. Con el penúltimo disco Man on the Rocks, por ejemplo, hemos pasado de la discreta simpatía con la que se acogió a su salida a una hostilidad cada vez mayor hoy en día. Hay quien sale de la cueva cada vez que aparece un nuevo CD de Oldfield para afirmar que, contra el sentir común de aquel momento, en realidad el anterior fue un zurullo.
Casi lo he dejado caer antes, y es que creo que la carrera de Oldfield se ve perjudicada por su longitud más o menos atípica (no hay tantos músicos que sigan en activo manteniendo cierta regularidad en sus publicaciones desde principios de los setenta) y por la gran cantidad de obras publicadas, algunas con un trabajo enorme de composición detrás, y otras, en general las más tardías, con mucho menos. Unas y otras muestran diferencias abismales en su calidad, y hay demasiados ejemplos que comparar. Pero si en algún momento se le hubiese agotado la inspiración, y creo que sus últimos álbumes son prueba de lo contrario, no habría sido nada raro.
Con el nuevo siglo, Oldfield creó varios proyectos de realidad virtual.
Los fans le reprocharon que no se centrase en hacer música.
Entre los clichés esgrimidos contra la música de Oldfield seguramente destacan dos: a) se ha vuelto vago y depende en exceso de la tecnología, y b) ha abusado de las secuelas y el logo de Tubular Bells. Como se trata de dar mi opinión, que para eso está el blog, diré que ambas cosas me parecen ciertas, pero con muchos matices. Sobre a), habría que recordar que incluso en sus obras sacrosantas Oldfield siempre procuró contar con los mayores avances técnicos del momento, por lo que habría que distinguir el uso del abuso en obras más recientes sin caer en prejuicios. "Uso" es crear los ambientes espaciales de The Songs of Distant Earth o el plácido y denso paisajismo de Voyager; y "abuso" es grabar todo un álbum doble aburridísimo (Light + Shade) porque te has topado con un cacharrito que imita la voz humana. Tampoco olvidemos que, incluso en mitad de su época más tecnológica, publicó un álbum tan fresco y directo como Guitars. A veces se lo ignora adrede para generalizar negativamente sobre su producción en aquellos años.
Respecto a b), pienso que se ha dado demasiada importancia a que una obra musical pueda tener secuelas o remakes, cuando nadie a estas alturas se molesta porque haya 24 películas de James Bond, unas muy buenas y otras malísimas, o porque casi cualquier libro de éxito se convierta en trilogía, tetralogía o saga de 7 volúmenes. Lo de la calidad de las secuelas tubulares es cuestión de gustos, pero generalmente se ataca más al hecho de que existan que a su valor artístico. Nunca he entendido esto. No me ha parecido bien, eso sí, el uso del logo tubular a discreción en obras no relacionadas directamente como The Millennium Bell y, sobre todo, en mil recopilatorios. La marca se ha devaluado por su uso excesivo, buscando sin duda los réditos económicos. También valdría la pena plantearse si se ha machacado igualmente a los Rolling Stones por su boca y su lengua, o a otros muchos artistas que ponen su emblema personal en las portadas.
Campanas, campanas por todas partes.
También vale la pena hacer un pequeño comentario sobre la actitud de la crítica profesional hacia Oldfield, que estos días le está afectando como nunca antes a juzgar por sus intervenciones en Facebook. No solo se ha empecinado en colgar las críticas buenas, sino también en quejarse de las malas de manera un poco histriónica, y es que alguna declaración suya hace ver su resquemor (y aquí creo que tiene razón) por el escaso cariño que ha recibido en su vida de la industria musical y las instituciones culturales. Quitando su Grammy por Tubular Bells, su aparición en los JJOO -apuesta personal de Danny Boyle-, un Premio Ondas en España y alguna chorrada coyuntural a comienzos de los ochenta, Mike Oldfield no ha recibido reconocimientos públicos acordes con lo prolongado de su carrera y los varios momentos muy destacados de la misma. Es visto como una "anti-estrella" incómoda porque no crea tendencia con su imagen personal, porque no se codea con el artisteo en alfombras rojas y, sobre todo, porque hace un tipo de música que, sin ser para nada cosa de snobs, es difícil de vender en el mundo cortoplacista de la canción de 3 minutos de iTunes que descargas en el móvil para salir a correr.
La BBC le dedicó un documental, eso sí.
No hay una actitud vital ni una forma de vestir asociada con su música, no hay ninguna tribu urbana que lo reconozca como referencia, si dices que escuchas a Oldfield nadie va a posicionarte política o ideológicamente, y el mundo actual tiende a descartar todo aquello no etiquetable, todo aquello inútil de cara a la definición en sociedad del individuo consumidor. Prueba de todo ello es leer críticas muy positivas de Return to Ommadawn que terminan dándole 2 o 3 míseras estrellitas de 5, quizá por miedo a dar demasiada importancia a algo "raro" que no está a la última; o escuchar un espacio en la radio española en el que evitan expresamente comentar el nuevo álbum por ser "difícil de digerir" para, a continuación, hacer un top ten de sus canciones pop de hace 35 años. Manda huevos.
En fin, que el caso de Mike Oldfield es representativo de lo que sucede con la mayoría de artistas y trabajos que solemos comentar aquí, y por eso sigo empeñado en promocionar este mundo de músicas verdaderamente alternativas que, de conocerlas, harían inmensamente felices a muchas personas que no saben ni que existen.