Con este título un poco a lo Francis Ford Coppola vuelve Roger Waters a reciclar lo reinventado, o a revisar lo reutilizado, o a lo que sea que hace alguien cuando tiene 80 años y lleva media vida tirando de un puñado de canciones para ganarse la vida. The Dark Side of the Moon Redux (2023) es la revisión que nos propone Roger Waters del que cada vez más gente considera el álbum más mítico de la historia popular del rock. ¿Es interesante? Mucho. ¿Aporta cosas nuevas? También. ¿Es tan bueno y revelador como para desplazar a un lado al disco original de 1973? Ni en los más descabellados sueños febriles de su autor.
Desde luego, lo que no se puede negar es que Roger Waters fue quien tomó las riendas creativas -que no tanto artísticas, en un sentido general- de los Pink Floyd para llevarlos a su etapa más clásica. Ni siquiera su más o menos archienemigo David Gilmour puede negar que, mientras él mismo y otros miembros de la banda dedicaban más y más tiempo a su vida familiar y a sus quehaceres de millonarios, era Waters quien, digamos, madrugaba cada mañana y llegaba al estudio de grabación con los deberes hechos: letras de canciones, melodías en bruto, conceptos musicales que explorar. No creo que se merezca el excesivo vapuleo que está recibiendo por parte de quienes consideran este nuevo trabajo como una demostración de egolatría. Al menos, no si tenemos en cuenta que este Redux es evidentemente un álbum tributario realizado bajo una óptica muy... suya. Pienso que Roger Waters mete mucho más la pata cuando hace determinadas declaraciones en entrevistas que cuando se plantea regresar a motivos musicales de los que él mismo fue el responsable máximo. Le pierde la boca cuando habla, pero no ocurre lo mismo cuando hace música.
Y eso que Redux tiene en más de un momento aires de grabación hablada, de audiolibro. Roger Waters está mayor y tal, pero sigue cantando más o menos correctamente en sus conciertos, por lo que la elección de retomar las letras (ampliadas hasta el infinito) de The Dark Side of the Moon para recitarlas a lo Leonard Cohen con el sombrero, a lo Johnny Cash tardío con la chupa de cuero, es más un ejercicio estético que un síntoma preocupante de vejez. Pero esto no significa que todo el invento tenga que gustarnos por igual. Personalmente, creo que se excede. Demasiada recitación, con el micro tan cerca que podría tenerlo alojado en el gaznate, en detrimento de algunos pasajes instrumentales bastante más interesantes de lo que pueden parecerlo en una escucha superficial. No habría tenido nada de malo volcarse un poco en otro tipo de atmósfera en los instrumentales Speak to Me y On the Run, o jugar con las posibilidades de Great Gig in the Sky, en vez de meter su voz cazallera en todas partes. Hasta recita la letra del tema Free Four de Obscured by Clouds (1972) donde debería haber un desarrollo instrumental. Al final queda una sensación pesada, como de que Redux es un álbum hecho para ser escuchado en un contexto demasiado sibarita, como de señor mayor en bata bebiendo coñac en copa grande junto al fuego con un viejo mastín dormitando al lado.
Pero hay momentos agradables, como Time o Brain Damage, que suenan frescas y consiguen que el recauchutado aporte algo novedoso. También se nota que Money es un tema que va mucho con el activismo político de Waters, ya que se esfuerza especialmente en bordar su interpretación. En general, el álbum está producido de manera muy delicada, muy esmerada, si bien la instrumentación no termina de gustarme. Hay arreglos muy interesantes aquí y allá (la guitarra, los efectos sonoros y las cuerdas clásicas que suenan en Us and Them, por ejemplo), pero choca un poco que se haya sustituido el bestial solo de guitarra en Time por un triste órgano, el sintetizador psicodélico de On the Run por una especie de tonadilla lejana de videojuego arcade, y la feroz batería de Money por un ritmo plano y gris que suena a pregrabado. En realidad, casi toda la línea de batería del álbum parece de pega, de plastiquillo, lo que le resta un montón de calidad a la experiencia sonora conjunta. Entre las cosas que más se salvan, en lo que a recuperar el espíritu del álbum original se refiere, está la inteligente utilización de las coristas.
En resumidas cuentas, The Dark Side of the Moon Redux tendría que haber sido una auténtica bazofia para hacer sonar mal una serie de melodías que los soñadores hemos atesorado durante varias generaciones. Y no es en absoluto una bazofia, sino un disco bastante más válido de lo que presagiaban tantos titulares sensacionalistas de los últimos meses (a los que yo mismo presté demasiada atención en algún punto). Es personal, ocurrente a veces, se diría que incluso humilde a la hora de no pretender sustituir a los míticos integrantes de Pink Floyd por músicos de sesión, a la hora de admitir desde el primer instante que solo unos cuantos nostálgicos empedernidos van a darle una oportunidad sin dejarse llevar por los prejuicios. Qué difícil es usar el término "humilde" cuando se habla de Roger Waters.