1. In the Beginning (1:24)
2. Let There Be Light (4:57)
3. Supernova (3:23)
4. Magellan (4:40)
5. First Landing (1:16)
6. Oceania (3:19)
7. Only Time Will Tell (4:26)
8. Prayer for the Earth (2:09)
9. Lament for Atlantis (2:43)
10. The Chamber (1:48)
11. Hibernaculum (3:32)
12. Tubular World (3:22)
13. The Shining Ones (2:59)
14. Crystal Clear (5:42)
15. The Sunken Forest (2:37)
16. Ascension (5:49)
17. A New Beginning (1:37)
No quería dejar que terminase 2014 sin haber comentado un álbum esencial que cumple 20 años, The Songs of Distant Earth (1994), del todavía entonces plenipotenciario Mike Oldfield. Se trata también de un disco muy especial para mí, ya que fue el primer trabajo de Oldfield que llegó a mis manos. Es también uno de los pocos álbumes de este señor que pueden considerarse conceptuales en sentido estricto.
Lo trajeron sus majestades de Oriente a casa de mis tíos, posiblemente porque mi tío tenía unos cuantos vinilos de los ochenta en su colección y pensaron que me gustaría también. Supongo que fue una elección razonable para regalarme (yo por entonces era un patético indocumentado musical), sobre todo porque Oldfield estaba muy de actualidad tras el éxito enorme de Tubular Bells II dos años antes, y la campaña publicitaria del nuevo álbum era muy potente en los medios. La primera vez que lo escuché -sin excesiva atención- me gustaron algunos fragmentos más que otros, aunque resultó fascinante disfrutar de una música así de cósmica en la recién adquirida minicadena con CD del hogar familiar. No sería hasta una buena temporada más tarde cuando comencé a ser consciente de la grandeza de la carrera del sr. Oldfield, y me abrí plenamente a The Songs of Distant Earth. Como ya comenté en alguna ocasión, coincidió que el mismo disco entró por la chimenea de un buen montón de amigos y conocidos, hasta el punto de que la mitad de viviendas de mi entorno tenía su copia. Las ventas en España debieron ser bestiales, aunque no conozco las cifras.
Mike Oldfield en el libreto del CD.
Terminado este prólogo autobiográfico, toca ponerse profesionales y comentar el disco a nuestra vieja usanza. The Songs of Distant Earth puede ser considerada la última obra maestra de Mike Oldfield, previa al período de vaivenes en el que todavía anda metido. Con muy honrosas excepciones como el bellísimo Voyager, el fresco Guitars, el novedoso Music of the Spheres o el sorprendente Man on the Rocks (2014), la carrera de este artista se ha movido entre la autosatisfacción (Tubular Bells III, Tubular Bells 2003), las apuestas fallidas (The Millennium Bell) y el tonteo superficial con los géneros de moda (Tres Lunas, Light + Shade). Pero The Songs of Distant Earth es una de sus grandes obras, exactamente lo que se espera que dé a luz un artista de su categoría al encontrarse en un momento de plena libertad creativa y favor popular.
La idea de The Songs of Distant Earth surge de varios frentes. Por un lado están las nuevas formas de abordar la música instrumental popular que surgen en los noventa, con obras de gran éxito como los primeros álbumes de Enigma o Deep Forest, que se caracterizan por fusionar lo étnico con lo electrónico. El propio Oldfield llegó a recomendar públicamente la escucha de los segundos, y Michael Cretu (cerebro de Enigma) debía ser conocido de Mike tras haberle coproducido un tema del álbum Islands (1987). Incluso hubo quien afirmó que el seudónimo de Cretu, Curly MC, ocultaba en realidad a Oldfield. La segunda influencia para el álbum, la principal, es el gusto de Mike Oldfield por la ciencia-ficción.
Arthur C. Clarke y la portada original de su novela.
No es solamente que el artista que nos ocupa sea un fan acérrimo de 2001, la película de Kubrick (como tantos otros músicos de su generación), sino que está un par de escalones por encima en lo que a frikismo se refiere, ya que es además seguidor de Star Trek incluso en algunas de sus menos populares variantes televisivas. En cualquier caso, Oldfield quiso apuntar bien alto y se fue a buscar al último de los Grandes Maestros de la ciencia-ficción literaria que quedaba vivo en 1994 (en una franja de pocos años habían desaparecido tanto Robert A. Heinlein como Isaac Asimov), nada menos que Arthur C. Clarke, autor de la saga de 2001 y otros clásicos como El fin de la infancia o Cita con Rama. Podemos imaginarnos al muy hospitalario Clarke y Oldfield sentados en sillones de mimbre en el frondoso jardín de la residencia del primero en Colombo (Sri Lanka), mientras el segundo le comenta su idea para un disco conceptual basado en su novela Cánticos de la lejana Tierra (1986). Parece que Clarke admiraba la música de Oldfield, en concreto su banda sonora para Los gritos del silencio (The Killing Fields), y debió sentirse contento con la idea de que se adaptase musicalmente. Recordemos que, por poner un ejemplo, los agradecimientos de la novela 2010: odisea dos incluyen a Jean Michel Jarre, Vangelis y John Williams por su inspiración, de manera que el ofrecimiento de Mike Oldfield encajaría bastante bien en sus gustos.
Imagen de la segunda versión en CD del álbum, procedente del videoclip de Let There Be Light.
Musicalmente hablando, lo que se hizo en The Songs of Distant Earth fue plantear la composición como una obra de música electrónica cósmica. No se decantó Oldfield por hacer algo al modo de Tangerine Dream, sino más bien por aplicar su estilo compositivo, medio clásico medio progresivo, a piezas en las que los sintetizadores más avanzados llevasen -junto a sus guitarras, por supuesto- la voz cantante. Al final, The Songs... se convierte en el ejemplo más perfecto de cómo se puede hacer ciencia-ficción con música. El argumento de la novela sirve como hilo conductor del álbum, aunque al tratarse de una obra instrumental es complicado apreciar todas las equivalencias entre escenas del libro y pasajes musicales, títulos aparte.
El diseño del estuche del disco abundaba en planetas, burbujas y mantas rayas.
El disco comienza con un impresionante fondo sobre el que escuchamos cánticos de ballenas y al astronauta Bill Anders recitando los primeros versículos del Génesis mientras orbitaba alrededor de la luna en el Apolo 8. In the Beginning ("En el principio") se llamó al corte, y a continuación llega el primer tema estrella del álbum, Let There Be Light ("Hágase la luz"), que nos sumerge en un fascinante ambiente de viaje espacial, con cánticos étnicos, voces sampleadas y una elegante melodía de guitarra eléctrica cristalina. Con la carne de gallina nos vamos a Supernova, que entra en faena con la trama del libro: el sol va a estallar antes de lo que suponían los científicos, y la única alternativa de la humanidad es crear una especie de arca de Noé, la nave Magallanes, para salvar a cuantos individuos sea posible, en estado de hibernación. Es un tema ambiental, muy electrónico, que se mueve in crescendo hasta llegar a la explosión propiamente dicha, Magellan, donde una inesperada banda de gaitas nos hace saltar de puro épico. First Landing ("Primer aterrizaje") suena precisamente a un progresivo apagado de motores, y Oceania nos presenta un panorama de expectante quietud en el que se retoma, meditativa, la melodía de Let There Be Light, convertida ya en principal leitmotiv del disco. Por derroteros parecidos y enlazada mediante un sonido pulsante se mueve Only Time Will Tell ("Solo el tiempo lo dirá"), una pieza atmosférica bastante densa y llena de voces sampleadas. Los siguientes dos temas, Prayer for the Earth ("Oración por la Tierra") y Lament for Atlantis son dos himnos planteados de un modo distinto. El primero es un cántico de tipo indígena, y el segundo una melodía grandilocuente e instrumental. Con ellos culmina la primera mitad del álbum.
Let There Be Light
La segunda mitad comienza de manera prometedora, con el tema filo-gregoriano The Chamber ("La recámara") convirtiéndose en el espectacular y mucho más rítmico Hibernaculum, que fue primer single del álbum, aunque de todos los temas es seguramente aquel en el que se nota más la influencia de las modas de entonces. Antes de que alguien se asuste con el título del siguiente tema, Tubular World ("Mundo tubular"), debe decirse que no solamente es perfectamente coherente en el contexto musical del álbum, sino que ni siquiera suena a refrito de Tubular Bells más allá de su título. The Shining Ones ("Los que brillan"), que habría hecho furor en tiempos de los ácidos, es un tema original e innovador que sigue ampliando las fronteras del universo creado por Oldfield; y de Crystal Clear ("Claro como el cristal") debe decirse que es un tema para escuchar hasta el final antes de opinar, ya que empieza como un ejercicio ambiental estático, un poco soso, para ofrecernos después uno de los más impresionantes y extáticos solos de guitarra eléctrica que se ha marcado nunca Oldfield. Justo antes del gran final del CD nos deleitamos con la muy lograda The Sunken Forest ("El bosque sumergido"), con un ambiente subacuático fabuloso, muy envolvente y evocador.
Hibernaculum
El tema que cierra The Songs of Distant Earth tiene cierta alma de suite-resumen del disco, aunque la maestría con mayúsculas de Mike convierte a Ascension en una maravilla de esas que le han puesto en la cumbre de la música instrumental contemporánea. Con un ritmo muy marcado nos movemos entre atisbos de Let There Be Light, Supernova y Only Time Will Tell, para conducirnos hacia otra apoteosis de guitarra eléctrica que termina de erizarnos los vellos de la nuca. Y todavía queda un potente fragmento coral para derrotarnos del todo. Tras una serie de explosiones (no he leído la novela, pero supongo que es el momento culminante de la misma), nos quedamos con un último tema, A New Beginning ("Un nuevo comienzo"), con un estremecedor cántico que suena a polinesio. Fastuoso.
Portadas de los singles Hibernaculum y Let There Be Light. Hubo multitud de ediciones con o sin remixes.
No todos los fans del músico lo apreciaron de la misma manera en su momento, unos porque se trataba de un trabajo menos acústico, menos "orgánico" que los que habían dado fama a Mike en sus mejores tiempos; otros, porque consideraron que contenía muchos fragmentos-puente que hacían la experiencia un poco pesada, quizá demasiado ampulosa. A veinte años de su lanzamiento y con numerosos avances por el camino en el arsenal de cualquier músico de vanguardia, no cabe duda de que The Songs of Distant Earth ha envejecido muy bien. Aunque su naturaleza bastante sintética no ayudó a subrayar las maravillas a nivel de producción que tanto deslumbraron en Tubular Bells II, sigue siendo todo un impacto sensorial sumergirse en este mundo cósmico tan elaborado, tan exquisitamente cuidado. Oldfield no solamente se dejó la piel en sus virtuosos momentos a la guitarra, sino que supo dar al disco una perfecta estructura sinfónica muy bien equilibrada y calculada al dedillo.
Portada de la segunda versión del CD.
Entre los numerosos singles que se lanzaron para promocionar el álbum se colaron tres temas nuevos. Se trata de The Song of the Boat Men, The Spectral Army e Indian Lake. Los dos primeros, sobre todo, tienen pinta de haber sido descartados del disco que nos ocupa.
The Spectral Army
Como no creo necesario insistir en las bondades de esta obra, solamente queda mencionar que este fue el primer disco de música que incluyó una pista interactiva para ordenador. Tal honor quedó algo deslucido al tratarse de unos contenidos en CD-Rom exclusivos para ordenadores Macintosh (Mac) de Apple, que eran una opción minoritaria entonces. La primera edición del CD llevaba una pegatina advirtiendo que el primer corte (el interactivo) no debía reproducirse en un equipo de música, por si acaso te lo cargabas. Y hablo de esa primera edición en contraste con una versión posterior, en la que cambió tanto la portada como todo el diseño del libreto, y que no llevaba este tipo de advertencias impresas. Sí que estaba en ambas el texto redactado por Arthur C. Clarke para la ocasión, que concluía dando la bienvenida al espacio a Mike Oldfield, y prometiéndole que "sigue quedando muchísimo espacio por ocupar ahí afuera".