Si entendemos literalmente la etiqueta "Escuela de Berlín", seguramente nos resultará extraño que uno de los mejores trabajos que podemos encontrar en esta rama de la música electrónica sea español. Sobre la discografía completa de Neuronium no puedo hacer valoraciones generales, pero Vuelo químico (1978), que he escuchado a propósito para esta entrada, es sencillamente impresionante. Se trata del segundo trabajo de Neuronium, la banda mítica de la electronic music que fundó Michel Huygen y que se consolidó en su época clásica gracias a Carlos Guirao y Albert Giménez. El anterior Quasar 2C361 (1977) ya fue más que meritorio y tuvo ambiciones internacionales al ser publicado por la discográfica EMI/Harvest, pero este segundo trabajo supone para muchos entendidos la cumbre de Neuronium.
No sé muy bien si Huygen, que después de este período con tintes progresivos se movió hacia unos planteamientos más cercanos a la new age, ya consideraba que Vuelo químico contenía esa "música psicotrónica" de la que ha hablado varias veces, y que es un tipo de música aplicada a lograr la armonía de cuerpo y mente. Este álbum se sumerge de lleno, más bien, en la música cósmica (kosmische musik), textural, horizontal, planeadora, sugerente de espacios de la ciencia ficción en la línea de Tangerine Dream o Klaus Schulze pero con su propio enfoque un pelín más orgánico. La riqueza de la producción y la instrumentación de Vuelo químico no están por debajo de la mejor época de estos artistas de renombre, y eso que debió tener su mérito conseguir algunos instrumentos propios del género en nuestro país, donde seguramente no existía ni oferta ni demanda.
En este sentido, para la grabación del álbum contaron con varios instrumentos diseñados por el luthier electrónico Rafael Duyos, que nutría de aparatos electrónicos personalizados a los músicos vanguardistas de Barcelona que no podían permitirse un sintetizador de marca. Inspirado por su asombro de adolescente ante las proezas de Keith Emerson, enfocó su inventiva autodidacta al diseño de instrumentos con un sonido cercano al Korg y al Moog que llevaban la marca DUY, llegando con el tiempo a surtir a Mecano y hasta a situar uno de sus aparatos en el diseño sonoro de la película Blade Runner 2049. Este hombre merece todo un monográfico, porque lo que he encontrado en fuentes como el libro Loops 1: Una historia de la música electrónica en el siglo XX (J. Blánquez y O. León, de 2018) es fascinante.
Decíamos que Vuelo químico posee un elemento orgánico más claro que la mayoría de trabajos berlineses, y es que a los teclados de Huygen y Girao se añadía la guitarra de Giménez, un poco a lo Robert Fripp en sus trabajos junto a Brian Eno, además de las percusiones orientales de José Amado y algunas voces: un coro completo, la voz del propio Carlos Guirao en el tercer segmento de la suite Abismos de terciopelo, y también la de Nico, legendaria participante en aquel álbum de The Velvet Underground con el plátano de Andy Warhol en la portada. En el tema que da título al disco que nos ocupa, Nico recita el poema Ulalume de Edgar Allan Poe.
Toda la primera cara está ocupada por los tres movimientos, no muy claramente diferenciados, de Abismos de terciopelo. Más o menos la primera mitad del tema es atmosférica, muy untuosa y evocadora, y después se introduce un ritmo muy marcado que conduce hasta el último tercio con ese toque étnico de la percusión y Guirao cantando en cingalés, y con un epílogo de nuevo atmosférico, aunque más austero. En la segunda cara está para empezar Viento solar, quizá un intento de single radiable cuya sencilla melodía guarda un parecido con la segunda mitad del Oxygene 5 de Jarre. Más interesante es la homónima Vuelo químico, que se mueve, por compararla con algo más popular, entre los vapores nebulosos de Phaedra (Tangerine Deam) al comienzo y algo más grandioso tipo Heaven and Hell (Vangelis) al final. La voz de Nico, hacia la última parte, no destaca demasiado sobre el fondo instrumental. Escuchado hoy en día, este trabajo tiene un aura mágica de electrónica primitiva que es cautivador, realmente hipnótico. Debería ser un imprescindible si eres aficionado al género.
Por último, mencionar que la llamativa portada es del artista plástico multimedia Tomás Corral Gilsanz (1931-2016), muy conocido sobre todo por ilustrar las cubiertas de la colección Biblioteca de ciencia ficción de Orbis (aquellos libritos azules en tapa blanda). Hay quien lo conocía como "el pintor cósmico", nada menos. Ilustraría muchas más portadas para Neuronium en años posteriores.