1. Amarok (60:02)
Medio escondido entre los álbumes de Mike Oldfield de los años ochenta, y como preludio de lo que sería la siguiente década para el músico, un discreto día de 1990 se publicó
Amarok. El título no dice demasiado, la verdad, y si miramos la contraportada tampoco es que vayamos a salir de dudas; todo lo que vemos impreso en ella es una advertencia médica sobre la posibilidad de que el disco cause problemas auditivos. Pensándolo fríamente, alguien que no supiese de qué iba la cosa, se encontraría
Amarok en el hiper y -a menos que fuese un seguidor incondicional de Oldfield- se lo pensaría bastante antes de comprarlo. Incluso un fan podría tener sus reparos, primero por la escasa o nula publicidad aparecida en los medios; segundo porque su álbum previo
Earth Moving (1989) era totalmente vocal y bien podría parecer que el compositor estaba agotado del todo, en caída libre artísticamente hablando; y tercero, rizando el rizo, porque aquel extraño
Amarok era el número 13 en la carrera de Oldfield, y ese es un mal número.
Martillo.
Yo mismo me hice con él como de rebote, cuando todavía estaba descubriendo la obra del músico a pequeños bocados y me topé con
The Killing Fields en un abigarrado estante del Carrefour. Había una sola copia de
Amarok justo debajo, con la carcasa rota. Por poco más de 2.000 pesetas me los llevé los dos. Al llegar a casa me senté en una mecedora y me puse los cascos grandes.
Silla.
Amarok es el mejor disco de Mike Oldfield, desde luego el que mejor le define como creador, y lo supe antes incluso de que terminase de escucharlo. Este honor suele reservarse al no menos enorme
Ommadawn (1975), que posee la ventaja añadida de haber sido un exitazo en su momento a diferencia del casi ignorado álbum que nos ocupa, aunque
Amarok posee una serie de cualidades que lo convierten en un trabajo increíble. Vayamos por partes.
Silbato.
Amarok es el primer álbum de Mike Oldfield, el único si nos ponemos exquisitos, que está concebido para el formato CD. Dura casi exactamente una hora sin la menor interrupción, pese a que para su edición en vinilo (en 1990 todavía había mucho mercado para ello) hubo que hacer un corte un pelín artificial hacia la mitad del álbum. No se trata de algo tan palurdo como batir un récord o dárselas de ingenioso, sino de concebir el álbum entero como un todo unificado, una experiencia que desafía la mala costumbre que tenemos de darle al botoncito para cambiar de canción a la primera de cambio. Aquí no solamente no podremos, sino que tampoco querremos hacerlo. Por eso no hay lista de temas en la contraportada:
Amarok solamente contiene
Amarok.
Zapatos.
¿Cómo es
Amarok? O mejor, ¿Qué es "Amarok"? Podría ser el nombre de un lobo mitológico de la tradición
inuit, los mal llamados esquimales, o podría asociarse con la frase I am a rock (soy una roca). El propio Mike Oldfield ha comentado que este trabajo es primo hermano de
Ommadawn por varias razones, sobre todo la inclusión de elementos étnicos, como el conjunto instrumental africano
Jabula (que estuvo en ambos discos), la flauta de
Paddy Moloney de
The Chieftains (que también estuvo en
Ommadawn) y la voz de
Clodagh Simonds (idem); incluso la portada recuerda a la del álbum del '75. Sin embargo, en
Ommadawn había un cierto carácter programático, no tanto en el sentido de que se tratase de un trabajo conceptual -que no creo que lo fuera- sino por la simple razón de que podías enumerar con bastante claridad los diferentes "movimientos" de la composición. En
Amarok solamente hay caos, una mezcla tan enrevesada e imprevisible de melodías, ritmos y tonalidades que, pese a que hay quien se ha atrevido a crear un índice de los fragmentos, hace del álbum una sucesión de piezas musicales indescifrable e inabarcable desde un punto de vista lógico.
Cepillo de dientes.
Oldfield mezcla elementos de
rock con otros de música
folk geográficamente ambigua, con elementos abundantes de
música concreta y/o
efectos sonoros estridentes (ruidos de objetos domésticos funcionando o estrellándose contra el suelo, pequeñas dramatizaciones sonoras de gente aseándose en el lavabo o caminando por pasillos, e incluso una imitación bastante lograda de la entonces primera ministra británica
Margaret Thatcher dando un discurso absurdo), amalgamado todo ello por ese género medio ficticio que es el "
progresivo Oldfield", y que es la única etiqueta válida para describir lo que hace habitualmente este señor. También es digna de mención la labor de
Tom Newman como productor e ingeniero, logrando un sonido tan nítido y carente de trucos baratos (ni ecos ni cortinillas ni chorradas) que, si cerramos los ojos, nos parece que tenemos a Mike sentado delante.
Puerta.
Es casi como si cogiésemos a un indígena amazónico que nunca ha tenido contacto con nuestra civilización, quizá mejor un extraterrestre, y lo encerrásemos en un estupendo estudio de grabación con todas las mejores tecnologías del momento. Le damos unos cuantos libros sobre teoría musical para que aprenda qué es la armonía, qué es el ritmo, qué es un acorde, etc., y le damos también un buen montón de instrumentos musicales con sus correspondientes libros de instrucciones. Un año después abrimos la puerta y quizá nos ponga en la mano algo como
Amarok. O podríamos verlo al contrario, como que
Amarok es producto de un conocimiento profundo, abismal casi, de la música entendida como arte y expresión cultural inherente al ser humano por encima de lugares o estilos. Se plantea, en definitiva, el imposible dilema de si esta obra musical es propia de un absoluto maestro de habilidades suprahumanas que quiere dejar boquiabierto al mundo o de un músico anónimo y amateur realizando pequeños experimentos para aprender el oficio en sus ratos de ocio.
Cubo.
Podría parecer, dicho todo lo anterior, que
Amarok es una obra pretenciosa, una sobrada propia de alguien que, como Oldfield, llevaba casi veinte años nadando en billetes. Pero no es así, porque, salvo quizá por su tramo final, es un trabajo que irradia placidez y libertad creativa por encima de cualquier intento de deslumbrar. Tampoco habría sido justo reprocharle a Oldfield que hubiese hecho lo segundo, ya que la compañía
Virgin le presionaba para que compusiese canciones pop, y de algún modo
Amarok fue su manera de gritar a toda la industria y al público ¡aquí estoy, y sigo vivo! Desde luego, quien creyera que a Mike no le quedaban balas en la recámara se caería redondo al suelo al toparse con
Amarok, prácticamente un revival de su estilo instrumental épico, pero ya metido en los noventa y con toda una plétora tecnológica a su servicio. En Virgin le exigían una secuela de
Tubular Bells, y este disco habría funcionado perfectamente como tal incluso moralmente hablando, pero la negativa de Oldfield fue una prueba más del notable tamaño de sus testículos.
Amarok.
El álbum se grabó sin prisas y a pequeños tramos, en ratos en los que Mike se encontraba inspirado, juntando lo grabado en cada momento con lo que había grabado el día anterior. Y la cosa es que, mediante sutiles repeticiones de melodías aquí y allá, Oldfield consigue una cierta sensación de cohesión. Notamos que todo
Amarok es efectivamente
Amarok y no una colección de retales fruto del azar, aunque mejor que no me pidan pruebas objetivas de ello. Lo mejor que puedes hacer es sentarte cómodamente, desconectar los teléfonos y olvidar completamente todo lo que sabes o crees saber sobre el arte de la música. Hay que descartar cualquier expectativa previa y escuchar con la inocencia de la niñez durante una hora. Es probable que, cuando abras los ojos, tengas conciencia de haber escuchado algo que ha cambiado tu vida como melómano para siempre, uno de esos discos que justifican toda una carrera y ante los que solamente caben el asombro y la devoción.
El álbum.