La historia de Candyman y su banda sonora original podrían verse desde cierta óptica como el relato de una estafa artística. Resulta que, a finales de los años ochenta, alguien en Hollywood le comió la oreja al célebre escritor Clive Barker, creador de algunas de las obras más impactantes del género de terror de la época, para que se implicase en una adaptación al cine de su relato Lo prohibido. Parece que los productores vendían el proyecto como una película pequeña, autoral, casi experimental, y utilizando este planteamiento "cultureta" atrajeron tanto a Barker como al compositor Philip Glass como sus mayores reclamos más allá de lo cinematográfico.
Al final, una vez estrenada la película se impuso la idea de que Candyman: el dominio de la mente (Bernard Rose, 1992) era en realidad un slasher del montón con un asesino sobrenatural tipo Freddy Krueger persiguiendo a una pobre chica y dejando detrás un reguero de cadáveres ensangrentados. No sé qué le pareció a Clive Barker, que también había hecho sus pinitos en el cine con la brutal Hellraiser, pero se sabe que Philip Glass se tomó a mal el hecho de haber puesto su música (recordemos que el Glass de aquella época era más sibarita que hoy al elegir proyectos) al servicio de una película simplona de sustos y palomitas.
Pero el tiempo puso a Candyman en su sitio. La película cuenta la historia de una investigadora de Chicago que anda detrás de la leyenda urbana de Candyman ("hombre chuchería", "hombre de los dulces"), un joven artista negro que en la época de la esclavitud se enamoró de una rica heredera blanca y fue mutilado, untado en miel y picoteado por abejas hasta la muerte. Supuestamente se aparece a tu espalda para convertirte en un amasijo sanguinolento con su garfio si pronuncias su nombre cinco veces ante un espejo. La cuestión es que, si bien la premisa y parte de la trama de la película responden a la típica historia de terror manida que mencionábamos antes, su ambientación y su tono general son cosa bien distinta, con una atmósfera de suburbio sucia y gris, un clima de angustia y ambigüedad psicológica muy bien logrado y -sobre todo- con algunas imágenes icónicas que resultan verdaderamente perturbadoras. No es una película convencional, por mucho que algún articulista cínico se viniese arriba en el estreno.
Hay que destacar lo mucho que aporta al enrarecido universo de la película la música del "estafado" Philip Glass, que en este caso es mayormente una mezcla gótica de fluctuantes coros mixtos y órgano, alguna melodía para voz solista y una pieza de piano, la principal, más que memorable. Se trata de minimalismo puro, lo que no debe confundirse con una música delicada o sutil, sino que más bien, en este caso al menos, es en general obsesiva y densa, muy presente en cada escena de la película en la que se utiliza. Ejercen como colaboradores de Glass su productor habitual Kurt Munkacsi y el director de orquesta Michael Riesman.
Tanto el uno como el otro están libres de toda sospecha de copia, pero es posible que hubiese un inconfeso, tácito intercambio de ideas entre Glass y el entonces en boga Danny Elfman, que para algunas películas de Tim Burton desarrollaba conceptos musicales muy parecidos.
La cosa es que, como la película funcionó y terminó teniendo cierto prestigio (hoy lo tiene mucho más), se concibió una secuela (Candyman 2, estrenada en 1995) y el propio Philip Glass accedió a que se reutilizase la música ya compuesta. El productor encargado del corta-pega musical destinado a la segunda parte, Don Christensen, logró incluso que Glass compusiese cuatro piezas nuevas. En el libreto del disco en CD, Christensen aporta algunos de los detalles arriba explicados.
1 comentario:
Philip Glass más oscuro que nunca
Una obra de arte
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