miércoles, 24 de septiembre de 2014

La portada de The Endless River.

El nuevo trabajo de Pink Floyd, titulado The Endless River, se publicará el 10 de noviembre. Como ya comentamos, se trata de una obra instrumental  con 18 cortes que utiliza como base una selección del material grabado para las sesiones de The Division Bell (1994), con especial protagonismo del desaparecido Richard Wright. Podemos entender el álbum como un tributo a su persona, del mismo modo que por ejemplo Wish You Were Here (1975) fue un homenaje a Syd Barrett. No se ha mencionado participación alguna de Roger Waters, por si a alguien le cabía la duda. Por cierto, su portada es la primera no diseñada por Storm Thorgerson o su estudio desde The Piper at the Gates of Dawn, primer disco del grupo.


jueves, 18 de septiembre de 2014

Vangelis - VOICES


1. Voices (7:00)
2. Echoes (8:20)
3. Come to Me (4:40)
4. P.S. (2:05)
5. Ask the Mountains (7:55)
6. Prelude (4:24)
7. Losing Sleep (Still, My Heart) (6:41)
8. Messages (7:30)
9. Dream in an Open Place (5:50)

No hace mucho tiempo que tuvimos por aquí un álbum de Vangelis, pero al final son tantos los trabajos esenciales de este hombre que no podemos dejar de volver sobre su discografía con frecuencia. Esta no va a ser precisamente la última ocasión de comentar un disco suyo en el blog, aunque prácticamente todos sus clásicos "gordos" ya han sido reseñados y ahora deberíamos centrarnos en obras algo menos conocidas (aun considerando que todo lo publicado por Vangelis está entre lo más famoso del mundo instrumental contemporáneo).

Como esta es una dirección con fines divulgativos, no pretenderé que quien se tope con esta entrada haya leído -o recuerde- la vida y milagros del autor que nos ocupa, de modo que comenzaremos diciendo que el músico griego Evangelos O. Papathanassiou es con toda probabilidad el artista instrumental-electrónico más influyente y con mayor calado cultural de nuestro tiempo. Además de ser uno de los pioneros de la electronic music a principios de los años setenta, contribuyó de manera decisiva a la implantación de géneros como la música cósmica y la new age. También es conocido por sus bandas sonoras para películas como Blade Runner, Desaparecido, Motín a bordoLunas de hiel, 1492, Alejandro Magno y sobre todo Carros de fuego, que le valió un Oscar, ayudando de paso a potenciar el uso de música generada con sintetizador en superproducciones de cine. En fin, me remito al mediocre texto que sigue siendo hoy en día la entrada sobre Vangelis en castellano de la Wikipedia, que yo mismo garrapateé en su momento (¿no había confesado esto nunca?) y que pocos se han molestado en completar y corregir como es debido.

Contraportada.

Voices (1995) se sitúa en un momento dulce de la carrera del artista, todavía disfrutando del prolongado éxito comercial de 1492: Conquest of Paradise y con la deseadísima edición oficial de Blade Runner también calentita. Si bien en el álbum The City (1990) ya se estaba configurando con claridad el estilo del Vangelis posterior, fue sobre todo en su banda sonora para la película de Ridley Scott sobre Colón donde se pudo apreciar que el compositor se estaba decantando por un sonido cercano al de la música clásica, con texturas de sintetizador que se asemejan a la sección de cuerdas de una orquesta sinfónica, y con pasajes corales totalmente "reales". La carga puramente electrónica de muchos de sus discos previos iba rebajándose en favor de sabores más orgánicos, más sobrios y menos dados a la experimentación. Por eso mismo considero que Voices es uno de los últimos álbumes en que Vangelis experimentó de verdad, en este caso coqueteando un poco con la canción.

En términos generales, y como su nombre indica, Voices es un álbum conceptual sobre la voz humana en el que Vangelis explora diferentes facetas de la misma a través de temas muy diversos, desde unos que pueden ser considerados plenamente pop a otros corales con su inconfundible toque, entre los que encontramos momentos muy poderosos y otros dulces y sutiles. El primer tema, llamado también Voices, camina por una delgada línea entre el buen gusto y el placer culpable en su máxima expresión. 

Portada del single Voices.

Podríamos considerarlo el tema más grandilocuente jamás creado por el griego, la clase de pelotazo estrujador de gónadas que un entrenador de fútbol, cual líder espartano en las Termópilas o caudillo escocés carapintada, hace escuchar a sus jugadores antes de salir al campo a ganar la final. En él tenemos multitud de voces en distintos idiomas exóticos, silbidos y cantos estruendosos, además de una atmósfera cargada de gigantismo, con efectos digitales, gaitas y campanadas, como si Vangelis pretendiese superarse a sí mismo, por acumulación, en los mismos valores que habían convertido a Conquest of Paradise en uno de sus temas insignia tres años antes.

El videoclip oficial de Voices, con una versión editada del terma.

Después llega Echoes (tras las voces, los ecos), quizá el tema menos agradecido del álbum al ser una especie de interminable prolongación del corte anterior, muy trabajada, pero que en realidad no nos lleva a ningún sitio demasiado interesante. Nos detendremos con más motivos en Come to Me, primer tema protagonizado por un único vocalista, en este caso Caroline Lavelle, que no se sale de un estilo más o menos new age místico, pero que asesta un golpe de originalidad al no parecerse ni en la forma ni en el fondo a lo escuchado hasta el momento. Lo mismo sucede con P.S., que es un discreto temita instrumental, muy delicado y minimalista aunque más bien intrascendente. Al regresar finalmente al leitmotiv del tema inicial, P.S. parece cerrar un primer capítulo para llevarnos a continuación a uno de los mejores momentos de Vangelis en los noventa, la canción Ask the Mountains.

Ask the Mountains, con el típico montaje naturalista de YouTube.

"Pregunta a las montañas" es un tema vocal bastante críptico en su letra (alguna clase de desengaño amoroso mezclado con un secreto que solo las montañas, las fuentes y los arroyos pueden revelar), escrito a su bola y cantado por la sueca Stina Nordenstam. Su voz es muy peculiar, y desarrolla la canción casi a base de sílabas sueltas que van fundiéndose con el exquisito y sensual ritmo de la melodía. Es una maravilla de la creación de atmósferas musicales, gracias a una producción exquisita.

Portada de Ask the Mountains.

Por si no hemos disfrutado bastante, casi sin esperarlo nos topamos con el delicioso, magistral Prelude, tranquilamente uno de los mejores ejercicios interpretativos de Vangelis, con un poder de evocación y una elegancia inexpresable que llevan al éxtasis más absoluto. Prelude es una prueba aplastante de la genialidad de este señor.

Prelude

Losing Sleep (Still, My Heart) es el tercer tema con cantante solista del álbum, en este caso con la voz de Paul Young. Tampoco fallan aquí las atmósferas cuidadas y el ritmo elegante, aunque después de tanto virtuosismo el tema sale perdiendo en la comparación. Messages recupera sabiamente el uso de coros, en este caso más sosegados que en Voices, para desarrollar una pieza larga que mezcla con inteligencia un ambiente épico "in crescendo" con un cierto saborcillo juguetón aportado por un fraseado melódico minimalista. Funciona de maravilla y hace buenas migas con el tema final, Dream in an Open Place ("Sueña con un lugar abierto"). Voices concluye con esta pieza agradable y emotiva, no especialmente original pero sí lo bastante profunda y solemne para cerrar el disco dejándonos un buen sabor de boca.

Fotografía del interior del estuche del CD.

Suele decirse de Voices que es un trabajo "menor" dentro de la discografía de Vangelis, y esto es debido, se me ocurre, a dos razones más o menos evidentes: la presencia de una pieza inicial tan poderosa que llega al paroxismo, que fue elegida -quizá con mal criterio- como primer single; y unas diferencias tan enormes en cuanto al tono y planteamiento de las distintas partes del disco que el conjunto, pese a contener momentos a-pa-bu-llan-tes, no fluye del todo bien como un todo unitario. Tampoco queda del todo bien explorado el concepto aquel de la voz humana. En cualquier caso, sí que podemos calificar Voices como un disco a reivindicar. Cerramos la entrada con el tema Slow Piece, cara B del single Ask the Mountains, y que por su naturaleza tiene todas las papeletas de ser un completo desconocido para muchos lectores.

jueves, 11 de septiembre de 2014

Daniel Cabrera - PROGRESANÍA


1. Medieval (5:16)
2. Flor de mayo (2:34)*
3. Bossablues (5:30) 
4. Hoy comamos y bebamos (3:22)
5. Inico (8:24)*
6. Esbozo de un recuerdo (1:06)
7. Bajo el aguacatero (5:02)
8. Nocturno (9:10)

*Estos temas no están incluidos en todas las versiones para escucha y descarga online del disco.

También podríamos calificar de homenaje, aunque en este caso algo más personal e indefinible, el álbum que Daniel Cabrera me ofreció escuchar -y comentar- aquí. Me gusta conocer en algo más de profundidad la vida y milagros de los artistas de los que hablamos en el blog, aunque en el caso de este músico no he podido encontrar demasiado tras varias singladuras por Google. Su álbum, de título Progresanía, lleva desde 2009 moviéndose por diferentes sitios de la red donde puede ser escuchado al completo. También he podido ver por ahí una especie de reseña/consejo de Tom Newman (supongo que es de nuevo el Tom Newman de Tubular Bells) que demuestra el interés despertado por el disco en ciertos ámbitos. Y también he encontrado esta foto, en la que aparece Cabrera bastante sonriente.

Daniel Cabrera

El homenaje contenido en Progresanía, si es que podemos hablar realmente de un homenaje, si no es simplemente un ejercicio musical a lo "vintage", va dirigido a un estilo de hacer música que no se estila demasiado desde los años setenta. Como indica con efectividad el título del disco, hablamos de rock progresivo instrumental realizado de manera artesanal, grabado por su autor a lo hombre orquesta y en plan casero. Podríamos pensar de nuevo en el señor Oldfield como un referente asociado a estas ideas, aunque personalmente creo que Cabrera se acerca más al sonido de grupos como Genesis en la época de Peter Gabriel, e incluso, más que al progresivo propiamente dicho, a ciertas bandas pertenecientes a la esfera folk (celtas de aquel mundo post-hippy, por ejemplo) que en aquellos tiempos flirteaban con algunas variantes del rock experimental de entonces. Que conste que no me refiero a que Progresanía tenga tintes étnicos, sino a que suena a tradición, un poco a pueblo y a campo.

Antes de mencionar la evidente pobreza de medios con que se ha grabado el álbum debo plantearme si utilizar la expresión "a pesar de" o "gracias a", porque Progresanía se beneficia bastante de lo poco que se han limado sus asperezas. Hasta un sonido tan visiblemente "sucio" como el del tema de guitarra Esbozo de un recuerdo -quizá el corazón del disco, del mismo modo que Horizons lo fue del Foxtrot de Genesis, al que me recuerda- llena la pieza de misticismo y profundidad. Si Daniel Cabrera decidiese regrabar el álbum en un futuro, yo le recomendaría que tuviese buen cuidado de no estropear toques mágicos como este. Pero poco más habría que arreglar.

Portada alternativa.

Progresanía comienza con Medieval, un tema cuya ambientación hace honor a su nombre y cuyo principal interés está en un interesante uso de coros masculinos, que después se mueve hacia unos trabajos de sintetizador bastante retro, quizá a lo Yes en sus primeros tiempos. Algo más ambiental es Flor de mayo, que también utiliza los coros y los teclados, aunque acompañados de unos sampleados campestres muy hipnóticos. No encontraremos la bossa y el blues hasta bien empezado Bossablues, pero se trata en cualquier caso de un instrumental muy potente, uno de los temas más sólidos y equilibrados del álbum pese a que algunos golpes de percusión son demasiado arriesgados para mi gusto. Muy buena la guitarra y los efectos sonoros.

El tema Hoy comamos y bebamos está basado en un villancico del autor renacentista Juan de la Encina. Su tratamiento es más o menos psicodélico y, siendo el único tema con letra propiamente dicha del disco, aporta otro elemento distinto que suma originalidad al conjunto y le añade más de esa oscuridad antigua que impregna toda la obra. Inico añade unas interesantes y bellas flautas andinas, resultando el tema más luminoso de todos. Como ya hemos comentado Esbozo de un recuerdo, diremos que Bajo el aguacatero es otro fascinante pasaje experimental con multitud de instrumentos (aquí he tenido flashes del Pink Floyd pre-Dark Side of the Moon), y que Nocturno, el tema más largo del álbum, está en una línea parecida al corte anterior, a a la que yo añadiría reminiscencias del Vangelis más anárquico, en plan free jazz, el de temas como los Nucleogenesis de Albedo 0.39. Las notas de piano poseen un fuerte sabor español.

Medieval

No se puede decir que Progresanía sea un álbum sencillo de escuchar la primera vez, menos todavía para oyentes actuales que no conozcan el rock progresivo clásico, pero sí que es un disco que crece, se duplica y triplica, con cada nueva escucha. Es preferible no enredarse intentando descifrar sus extrañas piruetas instrumentales en los temas más abstractos, ni andar elucubrando sobre qué habríamos añadido o quitado si hubiésemos podido aconsejar a Daniel Cabrera mientras componía, sino que salimos ganando si nos limitamos a dejarnos llevar, a disfrutar de su ambiente untuoso, envolvente, perfectamente logrado. Puede escucharse entero aquí.

domingo, 7 de septiembre de 2014

Robert Reed - SANCTUARY


1. Part One (20:41)
2. Part Two (18:09)

Sanctuary (2014) ha sido seguramente uno de los discos del verano para aquellos aficionados a músicas que bajo ningún concepto sonarían mientras crujetean los espetos de sardinas en el chiringuito. Pero no por haber tenido una relativa difusión entre su público-objetivo ("target audience" que dirían en inglés) voy a dejar de hacer mi propia valoración del mismo. 

Una buena forma de entrar en faena es plantearnos el porqué de su título: Santuario. Un santuario, entendido en un sentido amplio y no solo religioso, viene a ser cualquier lugar que reservamos para guardar allí algo tan preciado, tan valioso para nosotros que a) queremos acudir a admirarlo siempre que podamos, y b) queremos que dure eternamente, y no aceptamos que algo pueda estropearlo o restarle valor. En lo que se refiere al mundo musical, precisamente porque siempre me ha gustado presumir de eclecticismo en el espacio del blog, siempre he tenido la mente abierta y me he mantenido lejos de cualquier talibanismo. Pero tengo una excepción. Tengo un santuario musical: los álbumes instrumentales épicos de Mike Oldfield, especialmente los cuatro primeros de su carrera en solitario. Robert Reed, el músico galés autor de Sanctuary, parece utilizar el concepto de "santuario" de un modo cercano al antes expuesto, si bien el santuario de Reed seguramente atesora más una determinada forma de hacer música que los álbumes de Oldfield en sí. Por eso Sanctuary no es un simple collage a base de pasajes de estos discos clásicos, sino que es más bien un primo hermano de los mismos, o mejor un hermano de leche.

Robert Reed en su estudio.

Rob Reed, un artista de mediana fama gracias a sus proyectos en el rock progresivo (sobre todo por su banda Magenta) pertenece a la generación de músicos soñadores que no pudieron esquivar el fenómeno de las campanas. Habiendo realizado varias versiones de temas clásicos del género, al final le ha podido la necesidad de dar rienda suelta a su admiración por aquella forma de hacer música, y ha convertido a Sanctuary -sin la menor duda- en la obra de otro artista que más se asemeja a la de Oldfield, y también la que mejor ha sabido captar el espíritu de aquella etapa de su carrera. Puede que esto parezca fácil, ya que de entre los popes de la música instrumental contemporánea (ya sabemos quiénes son los otros dos), Mike Oldfield es el más difícil de rastrear, como influencia directa, en la música de compositores posteriores; y por lo tanto no se han realizado muchas obras que puedan competir por el honor de parecerse más a la fuente. Lo que ocurre es que Sanctuary recuerda tan agradablemente al progresivo Oldfield que no tiene rival posible. Una muestra:

Vídeo promocional con un extracto largo de la primera parte.

El álbum de Robert Reed ha sigo grabado con unos instrumentos que, si bien no son del todo los mismos que emplease el entonces adolescente Oldfield, sí que aportan unas soluciones musicales reconocibles para todos los seguidores del autor de Tubular Bells. Es posible diseccionar las dos suites de Sanctuary en busca de fragmentos que recuerdan a los instrumentales del señor Mike desde Hergest Ridge hasta Amarok, en sentido amplio, aunque tras varias escuchas te vas dando cuenta de que se trata de eso, de "soluciones musicales" que somos capaces de reconocer, más que de piezas reutilizadas a palo seco, a lo cortapega. El mérito está en que Sanctuary no solamente es capaz de recrear los pasajes más conocidos de aquellas obras que homenajea, los más grandiosos, sino que llega incluso a transmitir sensaciones muy sutiles que estaban también en ellas, a veces en pasajes extremadamente delicados como aquel de Ommadawn en el que unas flautas casi imperceptibles parecen imitar el canto de pájaros a mitad de la cara A. No solo se revive la forma de aquellos trabajos, sino también su espíritu, lo que para un fan antiguo de Oldfield no tiene precio a estas alturas.

Una especie de videoclip con un trozo de la segunda parte. 
Me inquieta el hecho de que el malvado productor me recuerde a Rick Wakeman...

Como bien han señalado algunos críticos, Sanctuary sí que tiene un pequeño problema a la hora de dar una coherencia completa sus dos suites. Si cada álbum clásico de Oldfield se construía a partir de una serie de notas muy concretas que reaparecían aquí y allá (recordemos el famoso riff de Tubular Bells o las cuatro notas iniciales de Incantations, por ejemplo), el álbum de Reed -a falta de una nueva escucha que haga encenderse mi bombilla mental- carece de esta cohesión interna. Si bien los múltiples pasajes que lo componen están exquisitamente bien hilados y en indiscutible armonía, el resultado final se queda en tierra de nadie, entre el sonido terruñero de TB, Hergest RidgeOmmadawn, y el caos de Amarok.

Contraportada.

La polémica es inevitable, porque al final cada cual reza en su santuario a su manera. Están quienes -como yo- damos cálidamente la bienvenida a un trabajo tan afectuoso hacia una música que nos encanta, y también están quienes lo ven como un sacrilegio y un desperdicio de talento, una "imitación" meritoria pero estéril... en fin, una prueba más de que el progresivo actual sigue viviendo de glorias pasadas, según los más escépticos. Incluso la portada ha suscitado controversias, ya que unos la entienden como cercana a lo que podría haber sido perfectamente un diseño para el Oldfield de los setenta, y a otros les recuerda a un disco de relax del canasto del Worten.

Otro vídeo con un trocito de Sanctuary. Un poco amateur, pero es bonito.

Sanctuary ha contado con la producción de Tom Newman y la masterización de Simon Heyworth, que también formaron parte del mito Tubular Bells hace ya 41 años. El álbum ha salido a la venta en formato digipack, y contiene un segundo disco con los clips que he colgado arriba y el álbum en 5.1. Como ya he ido soltando pequeñas perlas de mi opinión personal sobre el mismo, acabaré diciendo que Sanctuary es preceptivo para cualquier fan del mejor Mike Oldfield, y debería ser obligatorio para cualquiera que disfrute atravesando las brumosas fronteras del rock progresivo para entrar en terrenos todavía más mágicos, más soñadores. Para mí, uno de los más felices e inesperados descubrimientos de los últimos años.

jueves, 4 de septiembre de 2014

Penguin Cafe - THE RED BOOK


1. Aurora (4:59)
2. Solaris (4:26)
3. Black Hibiscus (5:14)
4. Bluejay (4:18)
5. Radio Bemba (2:26)
6. Catania (5:38)
7. 1420 (5:55)
8. And Yet... (6:21)
9. Moonbo (4:41)
10. Odeon (2:48)
11. (The Roaring of a) Silent Sun (2:55)

He estado mucho tiempo detrás de este disco, y finalmente he podido escucharlo en su totalidad. Se trata del segundo trabajo de Penguin Cafe, el intento de Arthur Jeffes de continuar con el añorado sonido que su padre, Simon Jeffes, nos regaló con su Penguin Cafe Orchestra entre los años setenta y noventa. En 2011 publicaron A Matter of Life..., un disco que comentamos en su momento y que venía a ser una especie de toma de contacto con el público potencial que podría tener el "revival" de los pingüinos. Quedó en el aire una sensación de promesa cercana a cumplirse, ya que aquel trabajo, si bien no estuvo nada mal, al final supo a poco. Pues bien, las promesas se han cumplido en febrero este 2014 con la publicación de The Red Book.

Es decir, que este "El libro rojo" (desconozco el porqué del título) confirma que la nueva banda, compuesta por músicos relativamente jóvenes procedentes de grupos de moda como Gorillaz o Suede, así como del mundo clásico académico, no solamente puede satisfacer a quienes seguimos pensando que la discografía de la Penguin original fue demasiado breve, sino que es capaz de crear un sonido propio. Para nada estamos hablando de un pastiche.

La troupe de Penguin Cafe al completo.

The Red Book se vio impulsado, entre otras cosas, por la colaboración de Arthur Jeffes con la International Space Orchestra, un curioso proyecto musical que aglutina a profesionales de la NASA y empresas afines con talento para la música sinfónica. Jeffes compuso para ellos Aurora y el muy experimental 1420, el segundo de los cuales se inspira en el famoso incidente de la "señal Wow!". Animo, por cierto, a los aficionados a la astronomía (y la ciencia-ficción) aquí presentes a investigar por su cuenta en la web sobre este fascinante suceso, si es que no lo conocían. Lo cierto es que ambos temas, recogidos en el disco que nos ocupa, están en perfecta consonancia con el resto de las piezas, que se mueven -como es tradición- entre la música clásica de corte minimalista, la música étnica de procedencia indeterminada y la pura experimentación, esta última en el sentido más lúdico posible.

1420 en vivo, en Union Chapel.

¿Qué tal un análisis tema a tema? Aurora (que se llama, no sé si casualmente, como un famoso planeta del universo de la Fundación de Isaac Asimov) maneja un concepto del minimalismo bastante sobrio pero efectivo. Solaris (como el planeta de la novela homónima de Stanislaw Lem, y ya son unas cuantas posibles referencias a la sci-fi) emana toda la cálida ternura de la mejor PCO, sin aspavientos pero con plena autenticidad. Black Hibiscus se lleva a Chopin a un escenario de mariachis pistoleros a lo Robert Rodriguez. Bluejay vuelve de nuevo a los sonidos de la PCO, quizá a algún tema en concreto que no llego a identificar de primeras. Radio Bemba quiere recordar un poco al espíritu de Bean Fields, aunque más sosegado, con un vago colorido hispanoamericano. Hay quien ha querido ver en él un original reciclaje de las notas iniciales del tema de Misión: imposible... Catania adquiere al principio tintes ciertamente épicos, aunque no termina de eclosionar. Podría haberse desarrollado más. 1420 propone la repetición de notas no del todo acompasadas sobre un fondo de cuerdas, casi como si fuese una versión para orquesta de cámara de un tema krautrock/Escuela de Berlín tipo Klaus Schulze. And Yet... es otro bonito ejercicio clásico, delicado y elegante. Moonbo posee ciertos matices a lo Philip Glass en su banda sonora para el Dracula de Bela Lugosi, aunque con un poco más de candor del que suele gastar este señor. Odeon vuelve al territorio étnico más resultón, en este caso con una pieza medio bluegrass, medio celta. Finalmente, (The Roar of a) Silent Sun vuelve a ofrecer un tono tirando a celta, pero un poco más oscuro al hacer primar la atmósfera tensa y vibrante sobre la melodía.

Un maravilloso vídeo promocional del tema Solaris.

Superficialmente, The Red Book podría haber pasado por ser una continuación directa del que fue último trabajo de estudio de la Penguin Cafe Orchestra, aquel Union Cafe, que ya apuntaba un movimiento sutil hacia piezas más clasicistas, un poco menos extravagantes que en álbumes previos. En general, los temas vienen a estar planteados como puestas en escena de hallazgos sonoros que se prolongan hasta lograr un efecto de inmersión, renunciando quizá en parte a estructuras musicales un poco más sorprendentes. De todos modos, incluso si consideramos esto como un defecto, habría estado presente también en los trabajos de la PCO original, más dada a las atmósferas que a los efectismos, por mucho que las primeras fueran más que suficientes para entusiasmarnos. Y ojo con juzgar el álbum superficialmente, porque estos músicos parecen ir adquiriendo poco a poco un estilo propio y diferenciado que los aleja de ser una banda-tributo. The Red Book es un reflejo de su forma de hacer las cosas, sosegada y reflexiva pero con grandes dosis de imaginación.

Como valoración personal, solamente quiero afirmar mi confianza en un proyecto musical cuyo crecimiento artístico es un hecho constatable, que no solamente ha entregado un último disco sobresaliente y merecedor de críticas entusiastas de diferentes medios, sino que también está haciendo una gran carrera gracias a sus exitosas actuaciones en directo. La Penguin Cafe Orchestra nunca volverá, pero la Penguin Cafe es el mejor relevo imaginable. Un relevo, no un sustituto.

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