miércoles, 26 de diciembre de 2018

El theremín, el instrumento que no se toca.

Uno de los instrumentos más emblemáticos y fascinantes de la música electrónica es el theremín. De hecho, aunque no fue el primero (Luigi Russolo inventó en 1913 los "intonarumori", poco más que máquinas de ruido, bocinas enormes activadas con electricidad), el theremín sí que es probablemente el más antiguo de los que continúan utilizándose con relativa normalidad hoy en día. El ruso Lev Termen, que después sería conocido como Léon Theremin, lo inventó allá por 1920 -un par de años antes que las ondas Martenot-, por casualidad, durante unos experimentos sobre electromagnetismo. La patente es de 1928.

Léon Theremin (1896-1993)

El modelo actual, más compacto que el original, consiste en una caja mas o menos del tamaño de una videoconsola o un vídeo VHS con dos "brazos" metálicos, uno que regula el volumen y otro que produce las variaciones de frecuencia asociadas a las notas musicales. Basta con acercar las manos a estos sensores para que se produzca la música, y su enorme sencillez de manejo prometía mucho comercialmente. Pero Rusia estaba en su etapa más convulsa en aquellos años, con la Revolución todavía consolidándose, y aunque el mismísimo Lenin llegó a hacerse con uno, el éxito del instrumento tuvo que esperar a su llegada a EEUU, donde la discográfica RCA se haría con sus derechos.

Tristemente, la pequeña revolución musical doméstica que muchos pronosticaban se vio atenuada por el famoso crack del '29 y la depresión económica que lo siguió. Aun así, aún hoy sigue siendo bastante fácil encontrar theremines en colegios norteamericanos. Es un instrumento fabuloso para que hasta los niños más pequeños alucinen en colores.

Documental sobre el theremín de la UNED.

Lo que más caracteriza al theremín, anecdotario histórico aparte, es su sonido extraordinariamente peculiar. Suena a música y suena a máquina, y sobre todo suena un poco a magia, a misterio. Su primera gran irrupción en la cultura popular tuvo lugar en la BSO de Recuerda (Alfred Hitchcock, 1945), en la que acompañaba con efectos muy inquietantes aquellas imágenes oníricas ideadas por Salvador Dalí. El compositor Miklós Rózsa ganó un Oscar gracias al su acertada elección musical.

La famosa escena de Recuerda.

Poco después, el zumbante theremín se convertiría en sinónimo de ciencia ficción gracias a su utilización en Ultimátum a la Tierra (Robert Wise, 1945). Desde entonces, no faltaría un theremín cada vez que en pantalla hubiese un platillo volante, un marciano disparando su láser o un señor con escafandra espacial. Un último y maravilloso ejemplo de uso del theremín para ambientar el espacio lo hemos visto hace muy poco en la BSO de la película El primer hombre, comentada aquí.

Una escena de Ultimátum a la Tierra.

El theremín también se hizo un hueco en la música académica vanguardista del siglo XX, muy dada al experimentalismo; y en la música popular, donde, si bien no ha tenido un protagonismo absoluto, sí ha tenido sus momentos, sobre todo como elemento efectista. Escúchese con atención la conocidísima Good Vibrations de The Beach Boys, que hasta en el título lleva un poco de theremin. 

Los intérpretes de theremín, considerando que 1) es un instrumento de sonido extraño y 2) teóricamente es fácil de manejar, se han distinguido por lograr arrancar virtuosismo y delicadeza a algo, en apariencia, frío y aséptico.

Clara Rockmore (1911-1998)

Por distinguir a una thereminista con especial relevancia, debemos mencionar a Clara Rockmore, una prometedora joven violinista lituana que, debido a una enfermedad en sus manos, se volcó en el theremín por ser un instrumento que no necesitaba "tocar". 

Clara Rockmore interpreta El Cisne, de Saint-Saëns.

Sus complicadas versiones de temas clásicos la hacen ser reconocida hoy en día como una de las grandes precursoras de la música electrónica. Tampoco se queda atrás el doctor Samuel J. Hoffman, precisamente el thereminista de las películas antes mencionadas, y que también difundió el instrumento en el mundo del jazz.

El Dr. Hoffman (1903-1967) en acción.

En la actualidad destaca Lydia Kavina, descendiente del mismo Theremin, colaboradora en proyectos musicales de todo tipo y muy influyente en su ámbito. Por lo que he investigado, ya que estamos, es notable la presencia femenina entre quienes tocan el theremín profesionalmente. 

Lydia Kavina interpreta el tema de Doctor Who.

Y por supuesto, también está Jean-Michel Jarre, quizá el difusor con mayor alcance popular del theremín en las últimas décadas, si bien no es reconocido como un gran virtuoso en sus interpretaciones. Es bien sabido que utiliza el theremín tanto en sus álbumes de estudio como en sus conciertos más multitudinarios, en los que siempre procura reservar unos minutos para tocarlo, a veces sin más acompañamiento, y en algunos casos explicando previamente al público un poco de su historia.

Jarre tocó el Theremín en su concierto de Mónaco.

miércoles, 19 de diciembre de 2018

Vangelis y el cielo nocturno, el 25 de enero.

Nocturne - The Piano Album será el próximo álbum del legendario compositor griego Vangelis Papathanassiou, sobre cuya excelsa carrera y su figura como pionero de las nuevas músicas sobran las palabras. Contendrá un 50/50 de temas conocidos e inéditos, todos ellos interpretados principalmente al piano, aunque con la exquisita producción que acompaña a sus trabajos más clasicistas.

Ya está disponible en YouTube (en single pasado mañana) el primer tema promocional, Nocturnal Promenade. Y en la nueva web del álbum puede accederse a otros temas tras colgar fotografías de la luna en distintas fases.

viernes, 7 de diciembre de 2018

Jean-Michel Jarre - EQUINOXE INFINITY


1. The Watchers (Movement 1) (2:58)
2. Flying Totems (Movement 2) (3:54)
3. Robots Don't Cry (Movement 3) (5:44)
4. All That You Leave Behind (Movement 4) (4:01)
5. If the Wind Could Speak (Movement 5) (1:32)
6. Infinity (Movement 6) (4:14)
7. Machines Are Learning (Movement 7) (2:07)
8. The Opening (Movement 8) (4:16)
9. Don't Look Back (Movement 9) (3:36)
10. Equinoxe Infinity (Movement 10) (7:33)

En una línea parecida a la del Return to Ommadawn de Mike Oldfield, Jarre volvía a las tiendas el mes pasado con un álbum totalmente nuevo que quiere funcionar como secuela, más en su espíritu que en su contenido, de uno de sus trabajos seminales. Oldfield "regresaba" a su estilo de hacer música de los tiempos de Ommadawn y en la portada jugaba con la idea del regreso a un lugar físico, y aquí Jarre plantea el pretexto de contar una historia sobre los extraños personajes con prismáticos de la portada de Equinoxe (1978), los observadores ("watchers" en inglés). No pretendo hacer sangre con este análisis en paralelo, sobre todo porque tanto a Oldfield como a Jarre les ha salido un trabajo digno de sus mejores tiempos.

Jean-Michel Jarre, uno de los pocos famosos a quienes ha sentado bien hacerse liftings.

Con esto no quiero decir que Equinoxe Infinity sea tan bueno como Equinoxe, que para mi gusto es un trabajo magistral e inigualable, quizá la cima creativa de su autor incluso por encima del mucho más famoso Oxygène (1976). Equinoxe Infinity es en todo caso una feliz reconciliación con el estilo del Jarre clásico, quizá en este caso algo más decantado a lo ambiental, destilado por la experiencia y, como siempre, tecnológicamente indiscutible.

Contraportada del vinilo, muy parecida a la del Equinoxe original.

Al igual que el original, Infinity es un álbum rico y diverso -incluso más diverso en el segundo caso-, una experiencia musical que funciona mejor en su escucha como conjunto. El concepto antes mencionado de los "watchers" nunca llega a quedar demasiado definido, entre otras cosas porque un álbum instrumental electrónico nunca deja lugar para la narración pura. Sí ayudan un poco los títulos de los temas y las dos portadas que pueden encontrarse aleatoriamente al comprar el CD físico. Explica Jarre que la doble portada presenta dos futuros posibles, uno optimista en el que la humanidad ha logrado restablecer el equilibrio con el medio ambiente; y otro pesimista en el que la contaminación hace que el mundo sea un lugar hostil, casi infernal. Los "watchers" parecen ser de una especie alienígena que nos observase mientras nos encaminamos hacia una cosa o la otra.

La otra portada.

El álbum comienza con The Watchers, una especie de obertura grandiosa que continúa muy naturalmente con Flying Totems ("Totems voladores"), una auténtica maravilla por su melodía épica y su atmósfera cósmica envolvente marca de la casa Jarre. No es menos Jarre la base rítmica de Robots Don't Cry, que en este caso es rabiosamente deudora del primer Oxygene. Curiosamente, algún elemento de este tercer corte me recuerda también, por su enfoque más textural que melódico, a algún álbum setentero de Tangerine Dream.

Flying Totems

All That You Leave Behind ("Todo lo que dejas atrás") introduce un ambiente más oscuro y meditativo en el álbum, y If the Wind Could Speak ("Si el viento hablase") funciona como uno de esos temas de transición de Jarre en los que se dibuja una melodía más o menos alegre, que queda desplazada por la presencia de alguna otra cosa que parece estar pasando en primer término y que se traduce en ruidos electrónicos indefinibles.

Robots Don't Cry

Infinity, aun siendo un tema pegadizo con mucho encanto, tiene una melodía y una base en exceso ingenuas que recuerdan quizá a un estilo de música algo rancio, como de eurodance de los años noventa. Es cierto que tiene también un componente mucho más Jarre que nos devuelve al pepinazo que fue en su día Equinoxe V, pero de todas las apuestas hechas por el músico en su nuevo álbum, ésta es en la que más sale perdiendo. Siguiendo también la estela de Equinoxe, en este caso las partes VI y VII, llega después Machines Are Learning ("Las máquinas están aprendiendo"), tenso y de ritmo potente, con espacio de sobra para improvisar con numerosos efectos galácticos y de viento.

Infinity

Una apuesta ganada es The Opening ("La apertura"), un tema intenso, poderoso y excelentemente ejecutado que es totalmente Jarre sin parecerse -que yo recuerde, al menos- a nada que haya hecho antes. Y no es menos brillante Don't Look Back ("No mires atrás"), un corte muy contemporáneo con una elegante producción menos angulosa, más lavada que la del Jarre clásico, que funciona de maravilla a la hora de diversificar la paleta sensorial del álbum.

The Opening

El décimo y último tema, titulado como el disco, es una larga meditación musical, densa y compleja, en la que vuelve a sonar la melodía de The Watchers entre otras muchas ideas un poco dispersas. No es uno de esos temas que crean afición, pero sí del tipo que guardan secretos para futuras escuchas y en las que se nota que Jarre, sin desplegar su poderío comercial, se esfuerza en ofrecer lo mejor de su imaginación y su creatividad como artista de vanguardia.

El making of (en inglés).

Equinoxe Infinity es un álbum que consolida la etapa actual de la carrera de Jean-Michel Jarre, que supone un bienvenido regreso a sus orígenes tras la larguísima época en la que el francés experimentó con casi cualquier estilo musical que puede obtenerse de instrumentos electrónicos y ordenadores, unas veces con más tino que otras, en alguna ocasión rozando el fiasco. Antes hemos disfrutado del notable Oxygene 3 (2016), que quizá resultó un poco plano en algunas partes pero nos acabó sabiendo muy bien. Con este nuevo trabajo, a mi juicio superior, Jarre logra ir un paso más allá, siendo fiel a lo que esperamos de su talento sin renunciar a la lógica evolución que cualquier pionero como él debe haber experimentado en casi cincuenta años de carrera. Mis respetos, señor Jarre. Chapeau!

Estuche especial con los dos Equinoxes en vinilo, CD y copia digital.

Aconsejo escuchar el Continuous Mix del álbum, disponible digitalmente, que suprime las desagradables pausas que nunca debería haber en obras conceptuales.
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