sábado, 27 de febrero de 2021

Mike Oldfield - TUBULAR BELLS III


1. The Source of Secrets (5:35)
2. The Watchful Eye (2:09)
3. Jewel in the Crown (5:45)
4. Outcast (3:49)
5. Serpent Dream (2:53)
6. The Inner Child (4:41)
7. Man in the Rain (4:03)
8. The Top of the Morning (4:26)
9. Moonwatch (4:25)
10. Secrets (3:20)
11. Far Above the Clouds (5:30)

Hay quien menciona su fichaje por la discográfica Warner, quien echa la culpa a sus trabajos chill out de comienzos de este siglo, e incluso quien pone la chincheta en los ya lejanos años ochenta, en el parón que siguió a la publicación de Discovery y The Killing Fields en 1984. Pero si tengo que dar mi opinión, el momento en el que Mike Oldfield hizo algo que convertiría cada nuevo trabajo en un habitual objeto de polémicas y señalamiento popular por parte de algunos, fue cuando tomó la decisión, poco antes de la publicación de su álbum Voyager (1996), de irse a vivir a Ibiza. Esto no tendría por qué haber tenido mayores consecuencias más allá de la curiosidad de que Oldfield fijase su residencia en nuestro país... Pero en 1997 se publicó un inofensivo recopilatorio titulado XXV: The Essential Mike Oldfield y se desató una pequeña tormenta.

Mike Oldfield, en una imagen del libretillo del CD.

Resulta que en XXV, además de una selección poco inspirada de temas de su carrera hasta entonces, había un adelanto del que iba a ser su nuevo álbum, y cuyo título sería nada más y nada menos que Tubular Bells III. No era entonces el mundo como hoy, cuando podemos investigar noticias y datos en la red, y salvo por la existencia de algunos muy buenos fanzines que se basaban en fuentes diversas, no había manera de saber si aquel tema incluido al final del CD era una pieza definitiva, una maqueta, un remix o vete a saber qué. El caso es que el inesperado extracto de Tubular Bells III era un tema tecno de baile prácticamente bakala, muy electrónico y apenas matizado por unas voces feotas, unas notas de guitarra y un riff de teclado que recordaba al del Tubular Bells (1973) original, pero simplificado. La noche ibicenca quizá había convertido a Mike Oldfield en Chimo Bayo. HU-HA. 

El famoso extracto incluido en el recopilatorio XXV: The Essential Mike Oldfield.

Considerando que música como la que hizo famoso a Mike Oldfield era esgrimida por muchos de sus seguidores precisamente como el proverbial opuesto a la morralla discotequera que se estilaba a mediados de los años noventa, muchos no supimos si celebrar que con el nuevo trabajo volvería el gran icono de su discografía o si echarnos las manos a la cabeza. Relajó un poco la tensión la publicación en algunos medios de que Oldfield había contado con "música gallega" en el álbum, lo que indicaba que quizá sí habría espacio para algo más orgánico, más propio de los sonidos que cultivaba el músico. Después resultó que aquella noticia solo era verdad a medias, ya que los contactos con Luar Na Lubre iniciados en los tiempos de Voyager solo consistirían esta vez en un préstamo de su vocalista.


La extraña secuencia de imágenes del interior del libretillo: una fotonovela porno en potencia.

Cuando Tubular Bells III salió finalmente a la venta al final del verano de 1998, se despejaron las dudas. No fue fácil ignorar este lanzamiento, ya que tanto en televisión como en la prensa hubo publicidad masiva, y la radio española que más apoyaba a Oldfield, Cadena 100, ponía piezas del disco cada 15-20 minutos. Radiaron también un especial con una entrevista al músico mientras se analizaba el álbum al completo. Incluso ocurrió algo nada habitual: el concierto de presentación del disco en el Horse Guards Parade de Londres se emitió en directo por La 2 de TVE. Aunque en el Reino Unido no llegó a lo más alto, Tubular Bells III se convirtió en un aplastante número 1 en ventas en España y, en general, funcionó muy bien en lo económico. 

El primer tema que sonó en la radio: Secrets.

No puedo decir que no me guste, pero creo que es el álbum de Mike Oldfield que más rápidamente se "desinfló" para mí entre toda su discografía tras la agradable sorpresa inicial. Lo primero que sentí al ponerlo la primera vez fue alivio, ya que, si bien se mantienen importantes elementos de música discotequera en un par de temas (The Source of Secrets, Secrets), el producto final es mucho menos zafio de lo que prometía aquel dichoso adelanto de un año antes. Después me fui dando cuenta de que, salvo que te pusieras a hilar muy fino, el nuevo álbum de Oldfield tenía de Tubular Bells poco más que el título. 

Contraportada de la edición en vinilo.

Suena el riff en los temas ya citados, y hay por ahí un tema tosco con una voz ruda (Outcast) y otro en el que una voz anuncia el sonido de las campanas (Far Above the Clouds) pero esta secuela tubular no tiene nada que ver con las suites sinfónicas progresivas, complejas y llenas de piezas recurrentes de los anteriores Tubular Bells y Tubular Bells II (1992). Cada corte del álbum desarrolla linealmente un concepto propio, y aunque en todos los casos lo hace con un indudable afán de crear belleza, la única manera de percibir un atisbo de cohesión interna es subrayar el hecho de que los mencionados The Source of Secrets y Secrets están al comienzo y al final del álbum como para darle cierta "circularidad", con permiso del conclusivo Far Above the Clouds, que por cierto debe más al clímax final de Ommadawn Part One que a Tubular Bells.

Far Above the Clouds ("Muy por encima de las nubes").

Como una extraña bisagra disonante en mitad de un conjunto ya de por sí errático, Oldfield coloca la canción pop Man in the Rain, que por muy bonita que sea, es un reciclaje confeso de Moonlight Shadow con una letra que Mike tenía en el cajón. Y por el camino tenemos un temilla ambient interesante pero sin suficiente desarrollo (The Watchful Eye); un corte chill out con tintes hindúes (Jewel in the Crown); el mencionado Outcast, tema guitarrero con un curioso efecto sonoro de hielos cayendo en un cubata; un poco memorable intento de flamenco con ritmo enlatado (Serpent Dream); un bonito tema cantado -sin letra-, este sí bastante logrado, sobre todo en su tramo final (The Inner Child); un tema bailable con piano in crescendo que podría haber sido el más feo engendro tecno del álbum y al final resulta cautivador (The Top of the Morning); y otra meritoria pieza ambient soñadora (Moonwatch), justo antes del intenso último tramo. 

Man in the Rain.

En realidad, y aunque el título Tubular Bells III pudo ser una imposición de la discográfica o quizá una simple ocurrencia comercial de Oldfield, este álbum es un trabajo muy conceptual que, en líneas generales, describe el periplo personal del artista durante su estancia en Ibiza. Digamos que Mike Oldfield no se dedicó precisamente a cultivar su cuerpo y su mente durante su estancia en la isla, porque aquella época de su vida consistió en realidad en una mezcla de tai chi y juergas con estupefacientes a partes iguales. Veamos: los primeros temas del disco suponen el descubrimiento de la isla una vez el músico se instaló allí, con especial atención a su ambiente místico-hippy y al esoterismo de rincones como el islote Es Vedrá (favorito de los ufólogos y portada de Voyager), para continuar después con el relato musicado de una noche de fiesta y conducción temeraria (Oldfield estrelló su coche contra un árbol), una posterior reflexión autocompasiva típica de la embriaguez, variadas visiones febriles y una redención final en la que el músico, en fin, decide volver a ser una persona de bien e irse a vivir otra vez a Inglaterra. Termina la tormenta y cantan los pajarillos tras Far Above the Clouds. Es como si Tubular Bells III consistiera en una explicación de por qué Mike Oldfield grabó Tubular Bells III. La película tiene como argumento su propio making of. 

The Inner Child ("El niño interior"), interpretado en vivo por Rosa Cedrón.

Ramón Trecet hizo trizas el álbum en su programa Diálogos 3, y aunque creo que se excedió un poco, en realidad coincido con algunas de sus apreciaciones. Sobre todo, estoy de acuerdo en que el álbum es un prodigio con mayúsculas en lo que respecta a su producción, que es una de las más cuidadas y espectaculares de la carrera de Oldfield. Un esfuerzo así haría que un concurso de eructos sonara como el arabesco de Debussy. También coincido en lo innecesario, postizo, de ese Man in the Rain. Pero por lo demás, creo que lo más reprochable del disco es en realidad su título desafortunado. Era innecesario un nuevo Tubular Bells solo seis años después del anterior, y está claro que cualquier otro nombre podría haber convertido el trabajo en una obra autobiográfica más sincera e interesante, pero hay cosas realmente muy bien hechas en este disco que hacen imposible una descalificación del mismo. Después de desinflarse con rapidez, los años le han dado algo de brío en mis recuerdos, también en parte porque soy consciente de que muchísimos fans actuales de Oldfield descubrieron su música gracias a aquella etapa de gran popularidad en los noventa. Hasta el director de cine Danny Boyle contó con el músico para la ceremonia de apertura de los JJOO de Londres gracias a que había visto el famoso concierto de Londres en DVD.

El medley interpretado por Mike Oldfield y su "jazz band" en los Juegos de Londres, tal como se grabó para el álbum oficial.

Colaboran en el álbum la vocalista anglo-india Amar (The Source of Secrets, Jewel in the Crown, Secrets), la entonces cantante y violonchelista de Luar Na Lubre Rosa Cedrón (The Inner Child), Cara Dillon y Heather Burnett (Man in the Rain, en la que no quiso participar la añorada Maggie Reilly) y Clodagh Simonds y Francesca Robertson (Far Above the Clouds). Creo que la voz infantil que introduce el tema final es de una hija de Mike llamada Greta. Oldfield subrayó en varias ocasiones el carácter "femenino" de este álbum, del cual se extrajeron como singles, al menos más allá de ediciones exclusivas para la radio, Man in the Rain y Far Above the Clouds, cargadísimos de remixes de baile.


Algunas de las portadas de los singles, en los que no hubo material nuevo, remixes aparte.

Oldfield publicaría otros dos álbumes en un espacio de tiempo desacostumbradamente breve, justo después de este, y saldría de gira por última vez hasta el día de hoy. Tuve el enorme placer de verle por primera y única vez en directo al paso por San Javier (Murcia) de su espectáculo Live Then & Now '99, en el que este Tubular Bells III estuvo muy bien representado. Es una lástima que el mencionado DVD, que reunía los conciertos del Castillo de Edimburgo de 1992 y el del Horse Guards Parade, consista en gran medida en una versión editada con música sacada directamente del álbum y montada sobre las imágenes originales. Lo cierto es que tanto el sonido del concierto londinense como el de los eventos de la gira fue fabuloso, impecable. Eso que nos perdemos, salvo que tiremos de grabaciones piratas. 

"Terrible, wonderful, crazy, perfect", como escribió Mike Oldfield en el libreto del CD.

domingo, 21 de febrero de 2021

Anthony Phillips - THE GEESE AND THE GHOST


1. Wind-Tales (1:02)
2. Which Way the Wind Blows (5:51)
3. Henry: Portraits of Tudor Times (12:11)
I. Fanfare
II. Lute's Chorus
III. Misty Battlements
IV. Henry Goes to War
V. Death of a Knight
VI. Triumphant Return
4. God If I Saw Her Now (4:09)
5. Chinese Mushroom Cloud (0:46)
6. The Geese and the Ghost (15:40)
I. Part I
II. Part II
7. Collections (3:07)
8. Sleepfall: The Geese Fly West (4:33)

Sin menoscabo de los estupendos éxitos pop de la encarnación de Genesis como trío, está claro que hoy resulta bastante más atractivo, sobre todo si eres aficionado a la clase de músicas que traemos por este blog, la primera etapa de la banda, aquella en la que tocaba gente tan emblemática como el guitarrista Steve Hackett y el cantante y letrista Peter Gabriel. No obstante, a veces se nos olvida que existe una formación anterior a la que podríamos referirnos como "proto-Genesis", que llegó a grabar dos álbumes: From Genesis to Revelation (1969) y Trespass (1970). El primero es un extraño álbum entre el pop y una especie de sinfónico muy melódico a lo Moody Blues, y el segundo se trata ya de un disco en el que reconocemos lo que nos gustará de los álbumes inmediatamente posteriores. 

En aquellos álbumes iniciáticos se encargaba de la guitarra principal Anthony Phillips. Estamos hablando de chavales con apenas la edad propia de ingresar en la universidad, y Phillips, totalmente autodidacta y con una concepción amateur de lo que hacía, se encontró arrastrado por el éxito de Trespass al mundo de las giras y los medios. Comenzó a sufrir una enfermedad glandular unida a un creciente miedo escénico que le obligaron a dejar Genesis antes de que la banda llegase a grabar alguno de sus álbumes de plenitud. Al parecer, sí que llegó a forjar unos lazos de amistad muy fuertes con varios miembros de la banda, y a pesar de su marcha nunca perdieron el contacto. Incluso se llegaron a utilizar piezas compuestas parcialmente por Phillips en Nursery Cryme (1971).

Trasera de una edición en vinilo.

En un giro de los acontecimientos que muy raras veces tiene lugar en el mundillo del pop-rock, Phillips decidió nada más y nada menos que dejarlo todo y ponerse a estudiar. No solamente afianzó su dominio de la guitarra, sino que además aprendió a tocar debidamente el piano (en su momento le avergonzaba tocarlo delante de Tony Banks) y a utilizar la notación musical con rigor académico. Llegó a trabajar como profesor, pero su aspiración era tan justa como honrosa: tener su propia carrera como músico solista. 

Ya manejaba algunas composiciones propias desde su etapa en Genesis y contaba con la promesa de ayuda de Mike Rutherford para terminarlas antes de plasmarlas él mismo en un estudio. Tristemente, el auge de Genesis en los setenta no dejaba mucho tiempo a este último para reunirse con su amigo Anthony (Ant) y avanzar en su proyecto común. Un poco a ratos, sacando tiempo de descansos, contando con amigos comunes y ganando experiencia Phillips gracias a sus estudios y a trabajos esporádicos como instrumentista de sesión, se fue configurando The Geese and the Ghost (1977), un álbum que estuvo en desarrollo durante siete años. "Los gansos y el fantasma" tuvo la mala suerte de publicarse en un año demasiado tardío, cuando el progresivo ya no estaba de moda y el establishment ya había girado hacia otros géneros como el punk. Y aun así, el tiempo ha diluido las impresiones de aquel momento y se lo considera clásico.

Anuncio del álbum en la revista Melody Maker
"En el principio, estaba Anthony Phillips"

En realidad, el álbum que nos ocupa ya habría sonado antiguo mucho antes, ya que parece salido de aquellos primeros hornos del progresivo que dieron lugar a los propios Genesis. Aunque gracias a él notamos cuánto de Anthony Phillips había en Trespass (y se diría que es mucho), The Geese and the Ghost es un álbum mucho más tranquilo y pastoral. Salvo por algún toque sutil de sintetizador y escasos punteos de guitarra eléctrica, es un trabajo predominantemente acústico a base de guitarra, flautas e instrumentos de orquesta clásica, sobre todo de viento. También es casi en su totalidad instrumental, salvo por un par de dulcísimas canciones en las que interviene nada menos que Phil Collins: Which Way the Wind Blows y God If I Saw Her Now (en la segunda, acompañado de la voz de Vivienne McAuliffe) y alguna otra cantada por el propio Phillips (Collections). 

God If I Saw Her Now ("Dios, si pudiese verla ahora")

The Geese and the Ghost está construido alrededor de dos suites instrumentales, una a cada lado del vinilo y divididas en pequeños movimientos. La primera es Henry: Portraits of Tudor Times ("Henry: retratos de los tiempos de los Tudor"), un pintoresco relato caballeresco medieval; y la segunda, algo más cercana al concepto de poema sinfónico que al de narración musical, es la que da título al álbum. Por cierto, lo de los gansos y el fantasma viene a cuento de dos breves efectos sonoros de sintetizador que escuchamos aquí, que a Anthony Phillips le sugerían el sonido de ambas cosas. E insisto: poca electrónica vamos a encontrar entre sus temas, porque el álbum parece emanar de aquel mundo de leyendas y cuentos de la vieja Inglaterra, de bardos errantes, iglesias musgosas y prados verdes invadidos por la niebla. 

Henry: Portaits of Tudor Times

Es posible que, llegados a este punto, te estés planteando si Anthony Phillips y The Geese and the Ghost pueden tener algo en común con Mike Oldfield y sus primeros álbumes. Pues sí que hay varias cosas, aparte del carácter rural y campestre que hay tanto en el álbum que nos ocupa como en buena parte de Tubular BellsHergest Ridge y Ommadawn. La primera es que Phillips reconoce la influencia de Jean Sibelius en su etapa de aprendizaje musical formal; la segunda, que el músico principal trabaja de hombre-orquesta salvo por unas cuantas ayudas puntuales de otros; y la tercera, que el álbum contó con apoyo de Tom Newman y Simon Heyworth en la producción. Las propias discográficas le echaron en cara estos parecidos a Anthony Phillips, pese a que el espíritu del álbum no tiene absolutamente nada que ver con el carácter enérgico y a veces cubista del Oldfield temprano, y pese a que su aproximación instrumental es totalmente distinta y personal. Pero fue publicado y supuso un éxito discreto, al menos lo suficientemente grande como para que su autor continuase viviendo de su música hasta la actualidad. Y no cualquier música, ya que Anthony Phillips podría ser el más interesante artista instrumental de cuantos nunca te han recomendado antes.

Diseño para uno de los estuches con material sobre el álbum.

Junto con Voyage of the Acolyte de Steve Hackett, The Geese and the Ghost es considerado hoy en día como un álbum inconfeso de Genesis. Es cierto que, muy grosso modo, el álbum que nos ocupa podría ser un trabajo realizado por la banda en una realidad paralela en la que nunca llegaron a abrazar del todo el rock, pero esta clase de etiquetas populares no hacen justicia a un trabajo fascinante, un pedazo de campiña inglesa de cuento de hadas en el que perderse un rato. Una joya de obligada escucha que ha sido objeto de numerosas reediciones con material adicional abundante.

The Geese and the Ghost

jueves, 11 de febrero de 2021

Hans Zimmer - MILLENNIUM: TRIBAL WISDOM AND THE MODERN WORLD


1. Shaman's Song (0:27)
2. Stories for a Thousand Years (1:00)
3. The Journey Begins (1:58)
4. The Stone Drag (2:19)
5. Courting Song / Love in the Himalayas (3:18)
6. Inventing Reality (2:16)
7. Fiddlers / Pilgrimage to Wirikuta (4:30)
8. The Shock of the Other (7:15)
9. Race of the Initiates (2:00)
10. The Art of Living (2:17)
11. Geerewol Celebrations (5:00)
12. Song for the Dead (0:58)
13. Pilgrim's Chant / In the Land of the Ancestors (3:47)
14. An Ecology of Mind (4:32)
15. Well Song / A Desert Home (3:37)
16. Initiation Chant / Rites of Passage (2:09)
17. The Journey Continues (3:13)
18. Millennium Theme (3:06)

Si te estás preguntando por qué he elegido comentar un título tan relativamente desconocido dentro de la amplísima y popular discografía del prolífico Hans Zimmer, deberás saber que llegué a la música aquí contenida sin saber quién era su autor. El tema principal del disco, que escuchamos con especial notoriedad en el conclusivo Millennium Theme, ha aparecido en un sinfín de programas de televisión y cortinillas de todo tipo. Es posible que muchos lo conozcan al haber servido durante varios años como música de cierre del programa de Iker Jiménez en la radio, Milenio 3. Millennium, supongo que el título inclinó la elección, es la banda sonora del documental del mismo título que fue emitido por la PBS (la televisión pública de Estados Unidos) en 1992 y que se centra en diversas poblaciones humanas del mundo que mantienen una forma de vida ancestral, no tecnologizada, y que sobreviven o se adaptan como pueden al signo de los tiempos en los últimos años del milenio.

Hans Zimmer

El alemán Hans Zimmer, que por aquel entonces podía considerarse un compositor de bandas sonoras joven y pujante (ya contaba con algún título prestigioso en su discografía, como son las BSOs de Thelma & Louise o Paseando a Miss Daisy) publicó este trabajo, en el que ejerce como compositor y productor, en el sello Narada, especializado en música new age. Lo cierto es que, si bien la música de Zimmer siempre ha poseído el don de la variedad a la hora de mezclar instrumentación clásica y electrónica, entonces creaba algunas melodías realmente estupendas con un toque exótico que funcionaban bien en películas bastante dispares y que agradaban a aficionados a las "nuevas músicas". Un tema que todo el mundo recuerda es, por ejemplo, el de Rain Man, que tenía un evidente toque tribal -y funcionaba muy bien- pese a ser la película un drama sobre el autismo. 

Stories for a Thousand Years

Aunque él mismo ha reconocido la influencia de gigantes de los sintetizadores como Vangelis, en realidad puede decirse que aquel Zimmer de finales de los ochenta y principios de los noventa era más bien el alumno listo de la clase a la que acudían "synthesizer heroes" de la vieja Europa no tan trascendentales, como el checo Jan Hammer (Corrupción en Miami) o el también alemán Harold Faltermeyer (Superdetective en Hollywood). No es que Zimmer fuese el enchufado del profe, sino que realmente sabía ofrecer una música adecuada en cada encargo y logró sobrevivir a los años del teclado puro y duro para seguir vigente cuando se reinstauró el predominio de lo sinfónico-orquestal. Aunque él siguiese haciéndolo a su manera.

Inventing Reality

El caso es que, precisamente por bandas sonoras como esta y alguna otra con temática parecida publicada en fechas cercanas, alguien de Disney se fijó en él y terminó ganando su hasta ahora único Oscar por la música incidental de El Rey León (1994). Centrándonos en el álbum, que es lo que toca, debemos admitir que no es de corte africano toda la música contenida en Millennium, ya que hay numerosos elementos étnicos de aquí y allá, obviamente reflejando la tribu sobre la que trataba cada episodio de la serie. Escuchamos música del sureste asiático, de sudamérica, con un toque árabe, y hasta con algún matiz celta, si bien es inevitable que la parte africana se nos quede más en la memoria, por ejemplo gracias a algunos coros realmente logrados y las abundantes percusiones.

Fiddlers / Pilgrimage to Wirikuta

Sin que el álbum contenga demasiada hojarasca, sí que da la sensación de que lo mejor está en su primera mitad, con un arranque estupendo y algunas piezas llamativas como la épica The Journey BeginsThe Stone Drag y sus extraños cánticos, las delicadas y muy new age Inventing Reality y The Art of Living, la también extrañamente familiar Fiddlers y alguna otra. Se prefiguran tanto algunas soluciones de producción como hasta algunas melodías ya casi idénticas a las que escucharemos en El Rey León, aunque en general el trabajo tiene como su mayor defecto un sonido a veces excesivamente electrónico que los arreglos étnicos no terminan de arropar del todo. Algunas piezas (estoy pensando por ejemplo en Race of the Initiates) se habrían beneficiado, creo yo, de una aproximación orquestal clásica y de coros humanos reales.

Millennium Theme

Los intérpretes materiales del álbum, dicho sea de paso, son en realidad el teclista pop y músico de sesión John Van Tongeren (otro del aula de Hammer y Faltermeyer, se diría) y el también compositor de bandas sonoras Mark Mancina, que seguramente en aquella época era solo un subalterno de Media Ventures, la productora de Zimmer rebautizada después como la mefistofélica Remote Control Productions. Intervienen igualmente Michael Grant, Richard Meech y Terence McKeown, además de algún artista étnico que hace colaboraciones muy puntuales. Es un álbum interesante, tanto para los numerosos fans de Hans Zimmer como para los aficionados a  la new age y quienes disfrutan de aquellos tiempos en los que todavía se podía disfrutar con normalidad del sonido de sintetizadores sin pulir en bandas sonoras de primera fila.

viernes, 5 de febrero de 2021

The Alan Parsons Project - EYE IN THE SKY


1. Sirius (1:55)
2. Eye in the Sky (4:36)
3. Children of the Moon (4:51)
4. Gemini (2:10)
5. Silence and I (7:20)
6. You're Gonna Get Your Fingers Burned (4:22)
7. Psychobabble (4:52)
8. Mammagamma (3:34)
9. Step by Step (3:54)
10. Old and Wise (4:55)

Me encanta The Alan Parsons Project, no solo porque conecto con su manera de desarrollar entretenidísimos álbumes conceptuales, sino porque tengo bastante claro que en su momento fue la perfecta puerta de entrada al mundo del rock progresivo desde un ámbito pop-rock algo más mainstream, como podía ser la música que hacían grupos en la línea de la E.L.O. (Electric Light Orchestra), los Wings de Paul McCartney o -a ratos- la Steve Miller Band y los personalísimos Supertramp. Hasta desde la música disco hubo una oportunidad de usar el Project como bisagra para explorar otros territorios. 

La lámina trasera del CD.

Lo malo es que, cuanto más tiempo pasa más me doy cuenta de lo difícil que puede ser para parte del público actual aceptar ese toque tan "de entonces" de Alan Parsons y Eric Woolfson, sobre todo con sus lentas baladas hipermelódicas, sus instrumentales con trompetas y sus coros en falsete. Desde el respeto y la admiración  hacia ellos, que en mi caso nunca menguarán, creo que mucho tienen que cambiar los gustos musicales populares para que The Alan Parsons Project vuelva a sonar fresco en el futuro.

Dicho esto, podemos ir presentando Eye in the Sky (1982) como uno de los dos álbumes más célebres del Project, junto con Tales of Mystery and Imagination (1976), este último quizá menos vendido a su salida pero más atemporal y con un mayor prestigio crítico. Eye in the Sky cuenta, por encima de todo, con el tema más radiado de la trayectoria del dúo, el que da título al disco, y eso al final tiene tanto peso que la popularidad del álbum ha crecido exponencialmente a su alrededor. En realidad, y voy adelantando lo que comentaré después, es una pena que a su lado sean mucho más "desconocidos" otros trabajos a mi juicio superiores y más redondos como Pyramid (1978) o, sobre todo, The Turn of a Friendly Card (1980).

Sirius

Para empezar, es un hecho innegable que entre el álbum anterior y Eye in the Sky se produjo la pausa creativa más larga que había necesitado hasta entonces el grupo para lanzar material nuevo. Hasta entonces habían publicado un álbum al año, mes arriba o abajo, y aquí hubo más tiempo para componer y grabar, por lo que era de esperar que las expectativas fuesen altas. Sin embargo, Eye in the Sky es el trabajo más irregular del Project hasta aquel momento. El más descompensado entre sus mejores y sus peores momentos. Incluso poniendo sobre la mesa el flojete Eve (1979), tengo la certeza de que los puntos bajos de Eye in the Sky son un poco más bajos. Por suerte, sus puntos altos también son mucho más altos.

Eye in the Sky explora la idea un tanto conspiranoica de que existe alguien vigilándonos constantemente, un Gran Hermano que diría Orwell, llamémosle gobierno mundial en la sombra, iluminati, conspiración masónica o gobierno dictatorial de turno. El diseño de la portada es una estilización de ese ojo que todo lo ve. No me parece que el álbum termine de desarrollar del todo bien este concepto más allá de los textos, sobre todo porque su naturaleza es más bien política y esto es difícil de ilustrar musicalmente con la clase de piezas que en discos anteriores reproducían bien los ambientes tétricos de Allan Poe, la ciencia-ficción de Asimov o el antiguo mundo egipcio. No obstante, el álbum comienza fuerte con el estupendo instrumental Sirius (que en la TV norteamericana se utiliza como sintonía de transmisiones deportivas), seguido de la mencionada canción homónima Eye in the Sky, de sobra conocida.

Eye in the Sky

Children of the Moon es un poco menos potente, si bien su producción y arreglos marca de la casa le aportan muchisimo encanto; y Gemini, un tema en general modesto, sorprende al menos por lo poco trillado de su sutil sonido en la discografía de la banda. Una gran sorpresa es el largo Silence and I, "muy Woolfson" y con un pasaje central instrumental-sinfónico fabuloso. Creo que la peor parte del álbum comienza a partir de aquí.

Silence and I, con un cortometraje animado hecho por fans.

You're Gonna Get Your Fingers Burned ("Te vas a quemar los dedos"), sin ser una cosa horrible, parece un intento de hacer un tema pop extremadamente convencional que encaja a medias como un parche en medio del álbum. Está bien hecho y tal, pero difícilmente parece encajar con los desarrollos de pop progresivo escuchados antes. Eye in the Sky toca fondo con la -esta sí- horrible Psychobabble, cuya existencia solo se explica mediante la idea de rellenar unos minutos que aporten duración al álbum, y si acaso con la letra, que trata sobre alguien que habla al psiquiatra sobre sus pesadillas recurrentes y puede emparentarse con el concepto general del disco. La expresión "tema de relleno" encuentra aquí un ejemplo digno de un diccionario. Ni los arreglos, que en un álbum de The Alan Parsons Project se dan por sentados, aportan prácticamente nada. Los coros son especialmente molestos.

Mammagamma, en una versión extendida.

Tras la estupenda Mammagamma, que es una de esas geniales pero a veces demasiado breves piezas instrumentales de mitad de álbum del Project, seguimos poco entusiasmados con Step by Step, que es apenas mejor que las dos canciones previas al instrumental. Afortunadamente, el álbum reserva uno de sus mejores momentos para el final: Old and Wise, una maravillosa balada producida en el olimpo de Parsons, genialmente bien compuesta y arreglada con instrumentos de cuerda y un gran saxofón.

Old and Wise

En la línea de otros trabajos de The Alan Parsons Project, son varios y variados los vocalistas invitados, todos masculinos: David Patos (Children of the Moon), Chris Rainbow (Gemini), Lenny Zakatek (You're Gonna Get Your Fingers Burned y Step by Step), Elmer Gantry (Psychobabble) y Colin Blunstone (Old and Wise), además del propio Eric Woolfson (Eye in the Sky y Silence and I), que como todos sabemos, era el alma compositiva del dúo por mucho que Alan Parsons le diese nombre.

Mencionaba lo del espacio de tiempo respecto al trabajo anterior porque, escuchado con distancia y sin profundizar en detalles sobre el proceso de grabación, la impresión paradójica que se percibe es que Eye in the Sky se concibió como con prisas. Parece que, en el momento mismo en que Parsons y Woolfson se reunieron para grabarlo, traían en la mochila solo tres o cuatro temas que mantenían la brillantez de los mejores trabajos de ambos. Después, no sabemos si con premura, por desgana o buscando un nuevo horizonte musical en el panorama de los ochenta, el trabajo se completó con piezas que resultan más ramplonas por estar poco maduradas que por la falta de talento de sus autores.

La edición del 35º aniversario.

Existe una edición regular en CD en la que se incluyen seis temas más, tanto versiones preliminares y maquetas de los temas del álbum como algunas interesantes piezas inéditas, al parecer borradores instrumentales de los momentos más destacados del álbum, por lo que esta es la compra que recomendamos. Si todavía la puedes encontrar por ahí a un precio decente, también es suculenta la edición de 2017, del 35 aniversario, con 3 CDs, vinilos, etc. No es ni de lejos un mal álbum, pero tengo claro que no es el primero que recomendaría a alguien que quiera sentirse del todo impresionado por lo que eran capaces de hacer estos dos. Si ya eres seguidor y todavía no lo conoces, eso sí, merecerá mucho la pena.

miércoles, 3 de febrero de 2021

Philip Glass - THE MUSIC OF CANDYMAN


1. Music Box (1:05)
2. Cabrini Green (3:27)
3. Helen's Theme (1:56)
4. Face to Razor (6:13)
5. Floating Candyman (7:04)
6. Return to Cabrini (9:46)
7. It Was Always You, Helen (3:07)
8. Daniel's Flashback (2:55)
9. The Slave Quarters (5:22)
10. Annie's Theme (3:33)
11. All Falls Apart (3:13)
12. The Demise of Candyman (4:05)
13. Reverend's Walk (1:09)

La historia de Candyman y su banda sonora original podrían verse desde cierta óptica como el relato de una estafa artística. Resulta que, a finales de los años ochenta, alguien en Hollywood le comió la oreja al célebre escritor Clive Barker, creador de algunas de las obras más impactantes del género de terror de la época, para que se implicase en una adaptación al cine de su relato Lo prohibido. Parece que los productores vendían el proyecto como una película pequeña, autoral, casi experimental, y utilizando este planteamiento "cultureta" atrajeron tanto a Barker como al compositor Philip Glass como sus mayores reclamos más allá de lo cinematográfico.

El trailer original no es muy representativo de lo que después transmite la película.

Al final, una vez estrenada la película se impuso la idea de que Candyman: el dominio de la mente (Bernard Rose, 1992) era en realidad un slasher del montón con un asesino sobrenatural tipo Freddy Krueger persiguiendo a una pobre chica y dejando detrás un reguero de cadáveres ensangrentados. No sé qué le pareció a Clive Barker, que también había hecho sus pinitos en el cine con la brutal Hellraiser, pero se sabe que Philip Glass se tomó a mal el hecho de haber puesto su música (recordemos que el Glass de aquella época era más sibarita que hoy al elegir proyectos) al servicio de una película simplona de sustos y palomitas.

Philip Glass

Pero el tiempo puso a Candyman en su sitio. La película cuenta la historia de una investigadora de Chicago que anda detrás de la leyenda urbana de Candyman ("hombre chuchería", "hombre de los dulces"), un joven artista negro que en la época de la esclavitud se enamoró de una rica heredera blanca y fue mutilado, untado en miel y picoteado por abejas hasta la muerte. Supuestamente se aparece a tu espalda para convertirte en un amasijo sanguinolento con su garfio si pronuncias su nombre cinco veces ante un espejo. La cuestión es que, si bien la premisa y parte de la trama de la película responden a la típica historia de terror manida que mencionábamos antes, su ambientación y su tono general son cosa bien distinta, con una atmósfera de suburbio sucia y gris, un clima de angustia y ambigüedad psicológica muy bien logrado y -sobre todo- con algunas imágenes icónicas que resultan verdaderamente perturbadoras. No es una película convencional, por mucho que algún articulista cínico se viniese arriba en el estreno.

Helen's Theme.

Hay que destacar lo mucho que aporta al enrarecido universo de la película la música del "estafado" Philip Glass, que en este caso es mayormente una mezcla gótica de fluctuantes coros mixtos y órgano, alguna melodía para voz solista y una pieza de piano, la principal, más que memorable. Se trata de minimalismo puro, lo que no debe confundirse con una música delicada o sutil, sino que más bien, en este caso al menos, es en general obsesiva y densa, muy presente en cada escena de la película en la que se utiliza. Ejercen como colaboradores de Glass su productor habitual Kurt Munkacsi y el director de orquesta Michael Riesman

Tanto el uno como el otro están libres de toda sospecha de copia, pero es posible que hubiese un inconfeso, tácito intercambio de ideas entre Glass y el entonces en boga Danny Elfman, que para algunas películas de Tim Burton desarrollaba conceptos musicales muy parecidos.

Annie's Theme (de Candyman 2).

La cosa es que, como la película funcionó y terminó teniendo cierto prestigio (hoy lo tiene mucho más), se concibió una secuela (Candyman 2, estrenada en 1995) y el propio Philip Glass accedió a que se reutilizase la música ya compuesta. El productor encargado del corta-pega musical destinado a la segunda parte, Don Christensen, logró incluso que Glass compusiese cuatro piezas nuevas. En el libreto del disco en CD, Christensen aporta algunos de los detalles arriba explicados.

Edición en vinilo de 2014 que recoge solo la música de la primera película.

El caso es que, ante la demanda popular de un álbum oficial con la música de Candyman y lo breve que fue la partitura de Glass, se optó por lanzar al mercado en 2001 el álbum en CD que estoy comentando, que contiene tanto la música original de las dos películas como una pieza introductoria que viene a ser el tema principal (Helen's Theme) con sonido de cajita de música. No sé si estará entre los trabajos imprescindibles de Philip Glass, pero sí que es una de sus partituras para el cine más memorables.