Tal día como hoy, toca reflexionar un poco sobre lo hecho en 2009 y sobre lo que hay por hacer en 2010. Limitándome a este blog (mi vida privada no creo que sea de excesivo interés público), pienso que debo abandonar la costumbre de introducir al menos una entrada por día. Prefiero tomarme las cosas con más tranquilidad y así tener tiempo para desarrollar mejor un análisis de cada uno de los discos recomendados. También pienso que daré más espacio a los textos sobre música, que me resultan tanto o más divulgativos que los discos en sí.
La verdad es que, aunque el blog tiene varios seguidores y no van mal las visitas, sí que es cierto que no abundan los comentarios en las entradas. Personalmente, eso es lo que más me gustaría encontrarme cada vez que entro. Por eso asumo que tal vez no estoy dándole vidilla suficiente al blog, y me planteo, como otro propósito para este año que comienza, innovar un poco y ofrecer algo que no se encuentre fácilmente en otros sitios similares. Acepto ideas, por supuesto.
Quiero dar las gracias a todos quienes visitáis habitualmente el blog, especialmente a los seguidores/as (hay gente estupenda ahí) y desearos a todos, seguidores o no, mucha alegría, mucha salud y un ¡¡¡FELIZ AÑO NUEVO!!!.
De entre todas las obras de Michael Nyman que no pertenecen estrictamente a bandas sonoras de películas, The Kiss and Other Movements (1985) es probablemente la más conocida. La obra debería estar firmada más bien por la Michael Nyman Band que por el autor en solitario, pero entendemos que esto se hace así por motivos comerciales.
La Michael Nyman Band.
Maticemos un poco. La primera pieza, The Kiss, es una especie de duelo interpretativo entre los vocalistas Dagmar Krause y Omar Ebrahim, a costa de la pintura de Paul Richards que ilustra la portada del álbum. En un programa de la BBC, el artista iba realizando la pintura mientras los cantantes iban interpretándola de forma sincronizada. El segundo tema, Nose-List Song, forma parte de la ópera incompleta de Nyman sobre el libro Tristram Shandy, de Lawrence Sterne. Diría que el tercer tema se compuso específicamente para el álbum. La cuarta pieza, Images Were Introduced, pertenece a Memorial, una obra mucho más larga de Nyman (utilizada, cómo no, en algún montaje de Peter Greenaway). Por último, los tres movimientos finales forman parte de un documental sobre natación sincronizada (Greenaway, de nuevo). En fin, que el álbum es una colección de retales y, a pesar de ello, parece una obra bastante coherente. Yo la recomiendo enormemente.
El mío es un trabajo duro, pero alguien tiene que hacerlo. Han pasado ya unos días desde la última vez que me puse con ese inenarrable Krautrock, ese movimiento oscuro y tecnológico procedente de aquella Alemania dividida por un muro -tanto físico como ideológico- que muchos parecían querer derribar con imaginación y creatividad.
En lo que a mí respecta, no se me ocurriría poner en duda los talentos imaginativos y creativos del señor Klaus Schulze, autor de esta obra titulada Irrlicht ("fuego fatuo"), publicada en 1972, después de dejar a los Tangerine Dream. Es el disco de debut de Schulze, y parecería que el tipo empezó la casa por el tejado: terror, obsesión, oscuridad y hermetismo son los conceptos que mejor definen este trabajo de portada y contenido indescifrables. Como sucede con otras obras del Krautrock, Irrlicht no se trata únicamente de una serie de movimientos musicales per se, sino de la construcción de todo un espacio sonoro casi geográfico, una especie de habitación cerrada (o todo lo contrario) en la que el autor introduce, como si de un químico se tratase, los elementos de su pesada atmósfera. Y la atmósfera de Irrlicht es poco menos que irrespirable.
Portada alternativa. Tampoco explica demasiado.
Como si de un acto de masoquismo se tratase, el oyente se pone los auriculares y se tira a la piscina, en la que capas y capas de sonidos ominosos le acarician, le marean la mente de un lado a otro, le producen una sensación de amplitud sónica no carente de cierta angustia. Pienso que hay que meterse en Irrlicht con la misma mentalidad con la que se ve una de esas películas de terror que, de antemano, sabes que va a darte miedo de verdad. Véase comentario en inglés y enlaces aquí mismo. Ahh... dulce masoquismo...
Han estado poniendo últimamente en televisión alguna de las películas que se han hecho sobre El señor de los anillos, y ello me ha dado bastante que pensar, musicalmente hablando. La verdad es que el universo creado por el profesor John Ronald Reuel Tolkien siempre ha sido una importante fuente de inspiración para el mundo de las nuevas músicas. Personalmente, siempre me ha parecido que la insistencia de identificar la Tierra Media con sonidos del Heavy Metal era una idea equivocada: los libros de Tolkien describen historias delicadas, nostálgicas en muchos casos, bucólicas en otros, y no me parece que los centenares (o miles) de discos de metal sobre tema tolkiano que han salido a la calle desde principios de los '70 vean más allá de sus narices. No lo hicieron mal los Led Zeppelin en temas como The Battle of Evermore, pero la mayoría de estos grupos de rock duro se han quedado con el lado belicoso de la historia, a pesar de ser éste tan sólo una pequeña parte de un fresco mucho más rico. Pero las nuevas músicas sí que han dado a menudo en el clavo.
El profesor J. R. R. Tolkien. No tiene cara de gustarle el metal.
Para entender esta relación entre la Tierra Media y las músicas alternativas hay que remontarse hasta los años '60, en los que la filosofía reinante impulsaba a los folkloristas del mundo a los escenarios. Por supuesto, esto supuso un auge considerable en campos como el de la música celta, y no se puede negar que la obra de Tolkien tiene un visible componente céltico. No es de extrañar que, con el tiempo, algunas formaciones musicales de corte tradicional se pusiesen manos a la obra a la hora de poner música a la multitud de poemas y canciones que el escritor incluía en sus libros. Destacan los magníficos trabajos con sonido medieval y nórdico de The Tolkien Ensemble, que a estas alturas ya deben tener el cancionero tolkiano más que completo; y la Sinfonía Nº 1 de Johan de Meij, llamada "Sinfonía del señor de los anillos", con largos movimientos sobre Gollum, los hobbits, etc.
Ilustración sobre El Hobbit, por J. R. R. Tolkien.
Otros se han aproximado a Tolkien de maneras más sutiles, como Enya, que afirma leer El señor de los anillos una vez al año y que, además de cantar el tema May It Be en la banda sonora de La comunidad del anillo, introduce varias referencias claras en su discografía, como por ejemplo el tema Lothlorien del disco Shepherd Moons. Rick Wakeman ha publicado también un álbum sobre la trilogía (Songs of Middle Earth) y lo mismo ha hecho su compañero en Yes, Jon Anderson (In Elven Lands: The Fellowship). Incluso hay un importante músico vanguardista que se hace llamar Gandalf.
Vista de Hobbiton, por J. R. R. Tolkien.
Y está claro que la música de cine tiene su parte aquí, ya que tanto la película de animación de Ralph Bakshi (con partitura de Leonard Rosenman) como las tres de Peter Jackson contaron con bandas sonoras de alta calidad, sobre todo las de Jackson, en las que el trabajo realizado por Howard Shore rivaliza directamente (si no ha superado ya, para algunos) a lo que hizo John Williams para la saga original de Star Wars.
El álbum best-seller Watermark, que fue realmente el tercero en la carrera de Enya, abrió la posibilidad de relanzar sus trabajos anteriores, sobre todo el llamado Enya (1987), que era la banda sonora de un documental de la BBC sobre los celtas producido por David Puttnam. El relanzamiento de 1992 se tituló como el documental, The Celts, y venía a ser una versión mejorada a nivel de producción de Enya. Se sustituía también el tema Portrait por Out of the Blue, siendo el segundo una versión del primero. Se mantuvo el formato "mono" de algunos cortes.
Contraportada del CD.
The Celts es un disco bastante peculiar dentro de la discografía de la irlandesa, con un peso propio específico dado a los temas instrumentales (estupendos Aldebaran, dedicado a Ridley Scott, y The Sun in the Stream, con la gaita de Liam O'Flynn) y un sonido más abiertamente celta que el de sus trabajos posteriores. Por supuesto, también hablamos de una obra menos comercial, bastante introspectiva. También es verdad que se trata de una composición realizada por encargo para un documental, lo que quiere decir que no es sencillo encontrar un sentido unitario en todo el disco que vaya más allá de ese regusto melancólico que lo recorre de principio a fin.
Vídeo extraído de la serie de TV sobre los celtas.
Vídeo de I Want Tomorrow.
Algunos de sus temas son, eso sí, clásicos del repertorio de la ex-componente de Clannad, como Boadicea, The Celts y la maravillosa I Want Tomorrow, tema vocal desprovisto de los artificios electrónicos de trabajos por llegar. La magia de The Celts es más sutil que la habitual en los discos de Enya; proviene más de la tradición de las regiones brumosas de Irlanda que de los mundos de ensueño y fantasía escapista por donde la cantante transita casi siempre con Nicky y Roma Ryan. Buen disco.
A finales del año 1999, la fiebre el milenio se extendía por todas partes, pese a que era más que sabido que no llegaríamos al siglo XXI hasta la nochevieja del propio 2000. Sin embargo, fue quizá el cambio de dígito el que motivó que numerosos artistas fuesen contratados por doquier para realizar espectáculos multimedia con que celebrar esa noche fastuosa. Peter Gabriel se encargó de hacer lo propio en Londres.
Portada de la edición limitada británica.
Tras muchos años de espera, OVO (2000)fue el álbum de su regreso a la palestra, un disco ideado para acompañar a un espectáculo más o menos circense al estilo del Cirque du Soleil y que serviría no solamente para recibir el tercer milenio, sino para inaugurar una enorme superficie destinada a espectáculos y enclavada junto al Támesis: The Millennium Dome. Asistiría la Reina Isabel II de Inglaterra.
Portada del cómic que acompañaba a la edición limitada. El pajarito es OVO.
Gabriel sacó a relucir su lado más vanguardista -lo que no es decir cualquier cosa-, ofreciendo un álbum conceptual sobre el nacimiento de una criatura, OVO y su periplo por el mundo, entendido todo ello como alegoría o como fábula. La propia palabra "OVO" ya recuerda al semblante de una especie de pájaro. La cosa debe entenderse seguramente desde el renacimiento que debía suponer para la humanidad la llegada de esta nueva era, y Gabriel la entiende como un mundo multiétnico, a veces optimista y hermoso, a veces cruel e injusto, donde los medios de comunicación hacen su agosto y, sin embargo, queda lugar para la inocencia.
Fotografías interiores de la edición internacional.
Peter Gabriel canta solamente algunos de los temas, como Father, Son y The Tower That Ate People (que apareció en la película Planeta Rojo), y otros invitados como Neneh Cherry y Elizabeth Fraser ponen voz al resto. Hay temas instrumentales, aunque se puede decir que incluso en los cantados predomina la música sobre las voces, que actúan más bien como un aderezo. Un disco muy interesante, aunque las legiones de seguidores de Peter Gabriel seguramente esperaban otra cosa.
En 1984, el director alemán Wolfgang Petersen estrenó su adaptación cinematográfica de la novela de Michael Ende La Historia Interminable, clásico de culto de la literatura fantástica que ya llevaba tiempo hechizando a los lectores de todo el mundo. Las expectativas hacia el filme eran inevitablemente altas, y al final los resultados en taquilla no cuajaron. No obstante, el paso del tiempo ha puesto la película donde se merece, como una magnífica adaptación literaria (muy incompleta, eso sí, porque solamente cubre el primer tercio del libro o menos) de estética brillante. Pienso que a su encumbramiento como clásico de los '80 ha contribuido bastante su banda sonora original.
La Emperatriz Infantil y Bastian, en una escena de la película.
El saxofonista y compositor Klaus Doldinger había trabajado ya en Das Boot con Wolfgang Petersen unos cuantos años antes. A pesar de las abismales diferencias temáticas entre una película y otra, su partitura para The Neverending Story es impresionante, muy de su época en el mejor sentido de la expresión. No tienen mucho que envidiar la fantasía y el alarde tecnológico desplegados a otras músicas cinematográficas vanguardistas que por entonces triunfaban.
Sin embargo, sucedieron dos cosas, no necesariamente malas, que eclipsaron la labor de Doldinger: por una parte, la inclusión en el disco del tema The Neverending Story, del efímero cantante Limahl, que si bien supuso un bombazo de ventas y de popularidad que llega hasta hoy, no deja de restar fama a la música incidental del filme, genial en sí misma; y por otra, las labores de producción de Giorgio Moroder. Hablemos de Moroder. El tipo había ganado un Oscar con su música para El expreso de medianoche y el suyo era un nombre infaltable en el panorama discotequero-electrónico, y se le encargó (o se encargó motu proprio) de poner ritmos pop a la música de Doldinger y quitarle su originario carácter orquestal. De hecho, puede encontrarse una versión "purista" del álbum, publicada en Alemania y bastante reveladora (aquí un ejemplo). Tampoco son exactamente iguales los temas del CD y los que podemos escuchar en la propia película, pero la cosa es que esta obra forma parte de los recuerdos de infancia de toda una generación y, con o sin Moroder, merece respeto y atención en su escucha.
Me quejaba yo hace algún tiempo de lo poco sutiles que son algunos artistas new age a la hora de sacar sus discos en Navidad. Por eso, tal día como hoy, he querido poner un ejemplo de como hacer bien las cosas y no dar el cante.
A Midwinter Night's Dream (2008), que se puede traducir como "Sueño de una noche de invierno", a lo Shakespeare, es un muy buen disco de la canadiense Loreena McKennitt, muy de la estación invernal. Loreena escoge tanto temas populares como villancicos de tradición anglosajona, no especialmente conocidos por estos lares, y eso es de agradecer. El repertorio del disco resulta tan atemporal como siempre, y tan delicado como se puede esperar tanto en la obra de la compositora y cantante como de un disco de tema navideño. Tampoco faltan sus matices celtas y de oriente medio.
Portada de A Winter Garden, disco sustituido por A Midwinter Night's Dream.
El disco, por otra parte, no es completamente nuevo, ya que viene a ser una versión expandida de A Winter Garden, de 1995, cuyos cinco temas son aquí completados con ocho más grabados en los estudios de Peter Gabriel. A Winter Garden, de hecho, parece que ha dejado de fabricarse a partir de la publicación de A Midwinter Night's Dream.
Loreena McKennitt en una foto promocional del álbum.
Yo me quedo con Good King Wenceslas, aunque malos temas no hay ninguno. Como en todo buen disco, cada una de las canciones (las hay instrumentales y vocales) añade su parte a la impresión final, que puede apreciarse bastante bien junto a una chimenea repleta de leña recién cortada, tras las ventanas la lluvia o el frío y alrededor de unas cuantas personas a las que se quiere. Ojalá fuera Navidad para todos.
Ya se que no dejé a los Art of Noise en muy buen lugar en mi primera entrada sobre un disco suyo, pero dije que tenían cosas mejores después del Who's Afraid. Ésta es una de ellas: su álbum In Visible Silence, que si bien es claramente barro moldeado por las mismas manos, el tiesto salió bastante mejor.
Portadas de los singles Peter Gunn y Paranoimia.
In Visible Silence (1986), si bien sigue conteniendo muchos de los ruidosos y desagradables sonidos enlatados de su predecesor, se resiente menos a causa de tanto jaleo, sobre todo porque la cosa se va suavizando y ganando notablemente en elegancia. Trevor Horn, Anne Dudley y compañía, sin embargo -y como suele pasar en estos casos-, obtuvieron un éxito menor que con el primer disco del grupo, pese a ser el segundo bastante superior.
Vídeo de Paranoimia.
Vídeo de Peter Gunn.
Imagen de la contraportada del CD.
El estilo ya es conocido: sampleados a discreción, bases de sintetizador y un sonido muy característico de los ochenta. Una enorme labor de producción, en definitiva, como ya lo fue Who's Afraid, aunque aquí todo es más coherente y sólido. Los temas más recordados son sobre todo Paranoimia, con un sampleado del personaje televisivo de moda entonces, Max Headroom, y Peter Gunn, versión del tema de la serie de TV. No os perdáis el vídeo del segundo.
Yo a lo de este disco le llamo hacer trampa. Wendy Carlos, una compositora que no solía contar con elementos acústicos en su música más allá de lo que emanase de sus primitivos teclados electrónicos, creó esta joya musical utilizando sonidos grabados de la naturaleza. Y la trampa le salió redonda, dándole como resultado una de las mejores y más influyentes obras de lo que después llamarían "ambient".
Carlos se hizo muy popular gracias a sus versiones sintéticas de las obras de Johann Sebastian Bach en Switched-On Bach (1968), en los límites entre los formalismos musicales "serios" y el experimento divertido e iconoclasta que seguramente muchos -no todos- echaron al saco de las ocurrencias de aquella época. Junto con otros grandes nombres como el japonés Isao Tomita, Wendy Carlos (o Walter, como se llamaba entonces), utilizaban la música clásica del mismo modo que los pintores de siglos pasados utilizaban pretextos religiosos para explorar el cuerpo humano desnudo sin toparse con la oposición de la Iglesia. Probablemente, lo hecho con Bach no era más que una forma de ir explorando las posibilidades fascinantes de los sintetizadores, ciencia-ficción hecha realidad.
Contraportada del CD.
Tal y como explican la propia Wendy y su productora de toda la vida Rachel Elkind, Sonic Seasonings fue una manera de tantear el terreno, ver qué pasaría si continuaban estirando las posibilidades de la música electrónica en aquel estado casi embrionario. La mezcla con grabaciones reales -música concreta, si queremos verlo así- fue la apuesta asumida en este trabajo. Sonic Seasonings (1972) es un doble LP en el que cada una de las cuatro caras del vinilo ilustra una estación del año, utilizando en cada pieza distintos sonidos ambientales, como cantos de aves (primavera), zumbidos de insectos (verano) y el sonido del viento (otoño). Según palabras de la propia Carlos, el álbum "funciona a un nivel tímbrico y experiencial" como parte de una "tercera vía para realizar presentaciones ambientales musicales y acústicas".
Y no todo se queda en mezclar naturaleza y tecnología, ya que Carlos y Elkind aprovecharon para tantear distintas propiedades sonoras como el contraste que se produce entre sonidos a mayor o menor volumen reproducidos uno después del otro, y también grabando desde el principio el álbum con sonido cuadrafónico. El carácter todavía bastante analógico con el que se contaba en un estudio de entonces les permitió pulir las piezas musicales al máximoEs un álbum padre del ambient, y al mismo tiempo es abuelo de la new age.
Una segunda edición del álbum incluye la obra Land of the Midnight Sun, de 1986, con piezas de contenido afín.
Wendy Carlos, no se si antes o después de su cambio de sexo.
En fin, que es puro deleite y relax el de este disco, todo un pacífico entorno natural metido en un par de círculos de plástico. Para quienes seguís el blog desde el principio, decir que la portada y contraportada del álbum me sirvieron como fondo decorativo del título.
La famosa actriz griega Irene Papas ha contado en varias ocasiones con su compatriota Vangelis para el montaje de obras teatrales clásicas en las que actuaba como protagonista (Elektra, Medea). Además, han grabado dos álbumes musicales juntos, este Odes y el posterior Rapsodies, sin contar con la colaboración de la actriz en el álbum 666 deAphrodite's Child, grupo liderado por Vangelis. Ambas grabaciones son en esencia muestrarios del folklore heleno cantadas por Irene Papas, si bien Vangelis incluye algunos temas de composición propia -bastante acordes con el conjunto-. La cosa es que no se trata de discos fáciles de entender desde fuera de Grecia. No son especialmente accesibles, si bien el sonido grandioso de Vangelis ayuda a darles unos aires monumentales que no dejan de ser agradables de escuchar.
Odes (1979) es un trabajo repleto de cánticos que suenan a antiguo ritual mitológico y a poesía ancestral de transmisión popular, si bien todo ello es tamizado sabiamente por la modernidad de los sintetizadores y de la música espacial. Parece ser que el grueso de las piezas se refieren a la resistencia griega frente al Imperio Otomano hasta principios del siglo XIX. Al final, el resultado es una amalgama de folklore y vanguardia de resultados más que satisfactorios.
Portada de la remasterización de 2007.
El disco ha sido relativamente difícil de encontrar fuera de Grecia durante todos estos años, si bien se publicó un remaster en 2007 que ha terminado por salir a la venta también en España (lo que quiere decir que se vende en todas partes, vamos). Los temas del mismo aparecen traducidos al inglés en la contraportada.
La verdad es que, aunque podamos considerar este disco -tal como reza su portada- la banda sonora de la película Aguirre, la cólera de Dios(Werner Herzog, 1972), la verdad es que los Popol Vuh se tomaron el encargo como la excusa perfecta para realizar uno de sus mejores trabajos.
La de Aguirre (publicada en 1976) es una banda sonora delicada, muy contemplativa y llena de buen gusto musical. Los de Florian Fricke nos ofrecen una serie de temas, en su habitual mezcla de new age acústica y sonidos tántricos, que pueden conducirnos a un dulce estado de somnolencia, entendiéndose esto en el mejor sentido de todos los posibles: la forma en la que los Popol Vuh describen musicalmente la quietud de la naturaleza llega a tocar al oyente en lo más íntimo, logrando una sensación de sosiego y despreocupación que no se consigue a menudo con la música popular. Las atmósferas son muy orgánicas y luminosas, aunque al mismo tiempo misteriosas, inquietantes. Todavía no he visto la película, pero no termino de ver dónde encajan estas piezas tan delicadas (con punteos de guitarra, flauta de pan y sutiles coros femeninos) en lo que a priori se me antoja una película de aventuras un tanto pesimista sobre tipos sucios con armaduras igual de sucias.
Portada de una rara edición con música de Aguirre y otro álbum de Popol Vuh.
También es verdad que algún entendido afirma que este disco incluye, solapadamente, algunos temas pertenecientes a otros de Popol Vuh, ya que la edición en CD de su discografía parece haber sido desastrosa. Aguirre I, Aguirre II y Aguirre III (que es un bonustrack añadido en 2004) son composiciones específicas para la película, mientras que Morgengruss II y Agnus Dei son versiones del álbum Einsjäger und Siebenjäger (1974). Otra edición, la más fácil de encontrar, contiene los temas Spirit of Peace 1, 2 y 3, cuya procedencia desconozco.
Contraportada.
En lo personal, tengo que decir que no esperaba, después de tanto tiempo, encontrar una música que me recordase tanto a esos bellos rincones musicales de los que hablé en mi crítica de Ommadawn, de Mike Oldfield, pero aquí la encontré. Considero este disco como una obra maestra que puede calar muy hondo en nosotros, si acertadamente lo permitimos.
En 1976, e inmerso plenamente en una carrera que derivaba desde la música clásica hacia derroteros progresivos y new age, el británico David Bedford sacó a la palestra este The Odyssey, compleja obra conceptual basada en el poema épico de Homero sobre el viaje de Ulises (Odiseo) hacia Ítaca tras liarla en la Guerra de Troya. El álbum tiene como columna vertebral la espera de Penélope tejiendo y destejiendo su famoso tapiz, aquel que, una vez completado, la enfrentaría a la realidad de que Ulises no regresaría y debería casarse con otro hombre. Penelope's Shroud, sencillísima melodía que reproduce esta labor, en sus diferentes partes, se va intercalando con los demás temas, aventuras del viajero en su mayoría.
En cuanto al sonido general del disco, se puede decir que predominan los teclados, si bien se da un peso importante a la guitarra, por parte del gran amigo de Bedford, Mike Oldfield, y del futuro Police Andy Summers. Respecto al primero, destaca su intervención en el atmosférico tema The Sirens, junto al Queen's College Choir. Como curiosidad, mencionar que el disco se presentó en directo en el Royal Albert Hall, interviniendo a los teclados figuras como Mike Ratledge (de Genesis), Dave Stewart (futuro Eurythmics) y el mismísimo Vangelis, que andaba entonces por Londres.
David Bedford y Mike Oldfield.
Si tengo que valorar cualitativamente The Odyssey, no puedo hacer otra cosa que compararlo con otras conocidas obras conceptuales sobre obras literarias realizadas en los '70 ("Viaje al centro de la Tierra", de Rick Wakeman; "La guerra de los mundos", de Jeff Wayne, etc.), para terminar llegando a la conclusión de que es una de las buenas, de que no ha acusado muy perjudicialmente el paso de los años y el cambio de los gustos, y de que es lo suficientemente inteligente e interesante para no incidir en la vacua espectacularidad que terminó por hacer caer al rock sinfónico-conceptual de los altares al final de aquella década gloriosa.
Lamentablemente, no he encontrado extractos de la obra en YouTube ni en Goear, por lo que recomiendo entrar aquí para escuchar trocitos de cada tema. Si alguien conoce algún lugar para escucharlo online, que lo ponga en los comentarios. Thanks.
El músico suizo Andreas Vollenweider, intérprete de un arpa modificada electrónicamente, es autor de este Book of Roses (1992), calificado por el crítico de Amazon como el Tubular Bells de los 90. La comparación, por supuesto, es muy exagerada, ya que el disco es bastante desconocido fuera de los círculos de aficionados a la New Age. Por los títulos de los temas, sospecho que quizá se inspire en un libro real, algo quizá en plan El señor de los anillos, aunque no lo tengo claro. Utilizad los comentarios si sabéis algo sobre este "Libro de las rosas".
El álbum está concebido como un libro, con diferentes capítulos que exponen una tremenda variedad de tonos y estilos. Es una obra muy rica y colorista, si bien la cosa se va volviendo algo más monótona según avanza un tema tras otro y el arpa de Andreas va tomando protagonismo, con ritmos más o menos predecibles y melodías no especialmente apasionantes. No es que suene mal, ni mucho menos, pero en un trabajo tan prometedor (el primer tema, La Strega, pone los dientes largos) es una pena que la experimentación no se lleve a sus últimas consecuencias. Le falta algo, aunque tampoco es que le salga al autor el tiro por la culata. Colaboran con Vollenweider los Ladysmith Black Mambazo, emblemático grupo surafricano.
Este disco hará las delicias, con mucho, de los aficionados a la New Age... digamos más conformistas, aunque sabrá a poco a quienes se internan en las nuevas músicas por lo que tienen de sorprendente. Tampoco ofenderá a nadie, por supuesto.
Cuando el prolífico Eno pensó en realizar su serie de discos titulados Ambient, parece que no le dio la venga egoísta de realizarlos todos él mismo y sin ayuda. Para esta segunda entrega contó con el compositor y poeta Harold Budd, quien, según dice la Wikipedia, se inspiraba para su arte en el sonido del viento al rozar el cableado telefónico, allá en el desierto de Mojave donde se crió.
Budd y Eno, unos añitos después de la grabación de The Plateaux of Mirror.
Ambient 2: The Plateaux of Mirror (1980) es una obra menos fría que Music for Airports, sobre todo porque el piano suave de Budd, distorsionado convenientemente por Eno para limarle cualquier aspereza, aporta al conjunto un sonido casi angelical, cristalino e incluso conmovedor. Ese es el tono general de Ambient 2, si bien hay lugar para la experimentación en forma de diferentes técnicas de grabación, efectos de sonido, etc. Al parecer, algo que caracteriza al álbum es la inmediatez, primero porque Harold Budd interpretaba el piano improvisadamente, con Eno por allí cerca controlando la situación y dando sus barnices; y segundo, porque se grabó en formato analógico, con su ruidito de fondo incluido, pensando más en la experiencia que en la calidad perfecta del resultado. Según iba Budd tocando el piano, comprobaba sobre la marcha qué tal sonaban unas notas y otras con el tratamiento que les iba aplicando Eno, de modo que, como en una espiral de creatividad, ambos iban mejorando la obra según la interpretaban. Chapeau por la idea, porque el disco es -para mi gusto- el más bonito de la serie Ambient.
En 1980 y tras el relativo fracaso económico de Barry Lyndon, Stanley Kubrick regresó a las carteleras con su libre adaptación de la obra de Stephen King El resplandor (The Shining). Pese a las quejas de King sobre la falta de fidelidad al texto (en especial respecto al papel de Jack Nicholson), la película fue un éxito rotundo y se convirtió en un clásico de los grandes en el género de terror.
Imagen ominosa de la película.
La verdad es que Kubrick, pese a que es considerado en general como genio del cine difícilmente igualable, tiene sus detractores. Se le acusa de ser demasiado frío, un obseso de su oficio que controlaba cada uno de los detalles de sus películas hasta el punto de esclavizar a los actores y causarles, tanto a ellos como a sí mismo, daños psíquicos. Efectivamente, incluso las bandas sonoras de sus producciones son producto de esta obsesiva tiranía, y también de su genio: desde 2001: una odisea del espacio, Kubrick se distinguió por el uso absolutamente perfecto de la música -clásica casi siempre- como parte imprescindible de cada escena, de cada plano incluso. En El resplandor sucede lo mismo que en 2001, La naranja mecánica y Barry Lyndon, esto es, que algunos fragmentos musicales han quedado unidos ya para siempre a las imágenes, si bien es cierto que la banda sonora que nos ocupa, por su naturaleza, se hace notar en la película de una manera bastante sutil.
Pasillo inquietante del Hotel Overlook.
El Hotel Overlook, en el que transcurre la acción, se convierte en un microcosmos donde la realidad y las visiones enloquecidas de Jack Torrance (Nicholson) conviven estrechamente, produciendo una sensación de tensión y angustia que resulta agobiante. Las piezas de músicos contemporáneos como Ligeti (tema 3) y Penderecki (temas 5, 6 y 7) parecen nacidas para ilustrar esta calma tensa en la que todo es posible, en la que la soledad del hotel de montaña se llena de ruidos confusos y amenazadores tras las puertas cerradas y a la vuelta de cada esquina en sus famosos pasillos enmoquetados. Es notorio el hecho de que lo que en la película parecen efectos sonoros son en realidad parte de las composiciones originales de los músicos y, sin embargo, las piezas del puzzle encajan. Vaya que si encajan. Por otra parte, los temas más "sonoros" de la película (sobre todo el inicial) corren a cargo de Rachel Elkind y Wendy Carlos, la teclista de La naranja mecánica, que aquí abandona sus divertidos aires barrocos para ofrecer piezas llenas de malignidad, grotescas incluso. Como anécdota, decir que Kubrick pensó inicialmente en contratar a Jean Michel Jarre para tales fines, y la cosa habría sido, como poco, interesante.
A Jack Torrance se le ha ido la cabeza.
En fin, que si alguien necesita saber qué se pretendía lograr con tantas obras musicales extrañas como se realizaron en el siglo XX, tiene en la banda sonora de El resplandor una buena respuesta de entre las muchas posibles. No es éste un disco fácil de encontrar si alguien pretende comprarlo, por lo que recomiendo buscarlo en la página Zamboni Soundtracks, que está entre mis links.
1. Heaven and Hell (Part One) / So Long Ago, So Clear (21:58)
2. Heaven and Hell (Part Two) (21:16)
El orondo teclista griego Vangelis Papathanassiou, recién llegado al Reino Unido en 1975 y construido su estudio Nemo (como el capitán del Nautilus), se embarcó en un álbum que no solamente supondría un nuevo espaldarazo a su ya meteórica carrera, sino que reuniría felizmente la música espacial que tan de moda estaba con el mundo de la música clásica, contribuyendo a otorgarle una nueva seriedad al género. Esto no significa que Vangelis utilizase aquí secciones de cuerda, pero sí que la propia composición de la obra tiene reminiscencias casi operísticas.
Heaven and Hell se divide en dos largas suites (el éxito de Mike Oldfield debió tener algo que ver) que, tal y como indica el título del disco, se inspiran en los conceptos del cielo y el infierno. Esto hay que entenderlo en un sentido amplio, no necesariamente cristiano, sobre todo porque ambos lugares tienen orígenes en las más antiguas mitologías. Efectivamente, la primera parte suena más como un hipotético Olimpo o Valhalla que como el cielo de los cristianos, si bien esta segunda idea tampoco es incompatible. El cielo de Vangelis parece un lugar lleno de grandiosos titanes, figuras poderosas y hasta terribles, al estilo de los santos que pintó Miguel Ángel en la Capilla Sixtina. La segunda cara del vinilo, la dedicada al infierno, es una oportunidad para que Vangelis cree una música bastante descriptiva, teatral incluso, con murciélagos sintéticos y sonidos de portones enrejados.
Contraportada del vinilo.
Es bueno recordar que los dos temas del álbum aparecen, en algunos lugares, divididos entre varias secciones. Heaven and Hell (Part One) comienza con la llamada Bacchanale, una pieza muy rítmica con grandes coros enloquecidos. Symphony to the Powers Bcontiene cánticos del mismo estilo, con constantes cambios de ritmo y abundantes percusiones y armonías vocales. Este movimiento concluye con la melodía que utilizaría Carl Sagan como cabecera de su serie Cosmos, y que también contiene el germen del que sería tema central de Chariots of Fire. Se cierra la cara A con el temazo So Long Ago, So Clear, espectacular interpretación de Jon Anderson (cantante de Yes) sobre los fondos más indescriptibles de los que es capaz el griego.
Heaven and Hell (Part Two) comienza, como ya dijimos, con rechinar de rejas y murciélagos en una caverna en la parte conocida comoIntestinal Bat, a la que sigue Needles and Bones, con rítmicas percusiones que parecen realizadas con huesos de esqueletos. 12 O'Clock es de lo mejor del disco, un amargo cántico por parte de una voz femenina -seguramente un alma condenada- en mitad de un espacio que se nos antoja inmenso, y repleto de lejanos lamentos de dolor y sufrimiento. Termina esta melancolía con Aries, una especie de fanfarria o marcha triunfal que, por su nombre, podría referirse a la entrada en escena del macho cabrío, el rey del inframundo. Un rayo de luz celestial, A Way ("un camino"), ilumina el final de esta cara B para dejarnos con un sabor de boca optimista.
Vangelis en los estudios Nemo.
Heaven and Hell fue presentado en directo en el Royal Albert Hall de Londres, con colaboradores como David Bedford. La cosa es que Vangelis nunca ha sido muy dado a tocar en directo, y no sabemos qué tal le fue la experiencia. Disfrutemos nosotros del disco en nuestras casas, siempre entendiéndolo como obra bastante narrativa, con la libertad que da el ver las posibles imágenes en nuestra propia mente. Descubriremos que una música así nunca nos hace pensar en los fulanos y menganos que la están interpretando (como pasa bastante con el pop-rock), sino en otras muchas cosas interesantes. En esta página amiga, mucho, pero que mucho más...
Alpha Centauri (1971) es uno de los álbumes más representativos de los "años rosas" de Tangerine Dream. No es extraño que, por lo tanto, la cosa derive hacia la ciencia-ficción más abstracta. No se trata de un álbum tan progresista como el posterior Atem, ni tan ambicioso como Zeit, pero sí que es una obra con su propio peso dentro del género que se conocería acertadamente como "música cósmica".
Despliegues exterior e interior de la funda del vinilo.
Edgar Froese, Steve Schroyder, Christopher Franke, Udo Dennebourg y Roland Paulyck unieron sus órganos y sus flautas (entiéndase esto en el sentido musical, por supuesto) para crear esta obra de gran repercusión en Alemania. Klaus Schulze se había marchado de los Tangerine -cuya formación seguía siendo bastante inestable- justo antes de que comenzase a fraguarse Alpha Centauri, pero la incorporación de Chris Franke daría para muchos años y muchos álbumes de éxito posteriores.
Portada alternativa, no tan bonita.
Todos estos datos de la Wikipedia quedan muy bien y demuestran lo falsamente erudito que soy, pero el gran problema me llega a la hora de describir la música. Es tan oscura y desasosegante como se podría esperar de Tangerine Dream en esta fase temprana, un repertorio estupendo para escuchar en la oscuridad y sugestionarse -o inspirarse- un poco. Tal vez la diferencia con otras obras de los Tangerine la marque una menor saturación de capas de sonido, ya que se trata de un álbum algo más meditativo y cuasi-minimalista de lo que se podría pensar. No se si será por una mera cuestión de economía de medios. Como suele suceder y tal como he dicho en otras ocasiones, no es nada recomendable para los incautos y hay que estar un poquito curtido antes de pretender disfrutar de una obra tan extraña. Pero si uno ya lo está, el disco gustará.
Cojamos todos los tópicos que conocemos sobre Francia, la Francia turística e internacional, con su colorismo, sus comidas, su sensualidad. Metámolos todo en una batidora y mezclémoslo con una atmósfera de cuento de hadas un tanto naïf, un tanto oscurantista incluso. El resultado bien podría ser una película de Jean Pierre Jeunet. Quizá Amélie.
La banda sonora de Amélie (2001), tristemente olvidada a la hora de dar premios en Hollywood, es una de las obras más memorables de la reciente historia de la música de cine en Europa; una colección de pequeñas gemas agrupadas alrededor de un tema principal y unos cuantos geniales temas secundarios sobre los que se llevan a cabo múltiples variaciones, cada una más preciosista que la anterior, unas que suenan a tiovivo, otras a día de lluvia, a vieja canción de cuna la mayoría. Todo el álbum es una especie de sinfonía casi infantil, ingenua y melancólica, aunque profundamente divertida.
Yann Tiersen dándole al acordeón.
El compositor bretón Yann Tiersen, músico polifacético que lo mismo explora las posibilidades del piano de juguete que le pega al rock de vanguardia, se encargó de poner música a esta extraña y cautivadora historia: la de la muchacha Amélie Poulain, que se desvive por alegrar la vida a los demás mientras es incapaz de completar la suya. Tiersen comprendió perfectamente lo que Jean Pierre Jeunet quería transmitir con su minúscula fábula parisina, y se inspiró -muy seguramente- en el minimalismo de Michael Nyman y Wim Mertens, y también tal vez en algunos ambientes de Debussy y de Satie, todo ello con un fuerte sabor francés propio de la chanson y del uso abundante del acordeón.
Debe señalarse, no obstante, que pese a la apariencia de unidad que transmite toda la música de este álbum, una buena parte de ella pertenece a obras anteriores de Tiersen. Aun así, muy buena banda sonora.