En la anterior entrada hablábamos de Telstar, aquel éxito instrumental de The Tornados de 1962, y mencionamos a su productor Joe Meek como visionario. Vale que Telstar es ya por sí mismo un tema original y relativamente adelantado a su tiempo ("relativamente", por el uso de equipamiento electrónico aplicado al pop y no tanto por la idea de la ingenua banda instrumental como de orquesta de salón de baile), pero habría que escuchar el álbum más personal que realizó Joe Meek, y que nos da una idea de las cosas que pasaban por la cabeza de este señor, para bien y para mal. Se trata de I Hear a New World ("Oigo un mundo nuevo"), que iba a publicarse en 1960 pero que no vio la luz hasta 1991.
I Hear a New World es una bizarrada como una catedral, la clase de música mainstream anglosajona nada contestataria que se hacía a finales de los años cincuenta, pero mezclada en una licuadora con alocadas ensoñaciones de ciencia ficción de la época que convierten el álbum en una rara avis adelantada una década a la psicodelia más hardcore que estaba por venir. Es la clase de disco que el aficionado a lo heterodoxo no debe dejar pasar, pero que -desde el total respeto a sus autores (Joe Meek y la banda The Blue Men)-, es difícilmente comprensible, no sé si disfrutable, si uno no está muy metido en el contexto de la época y en la psique abismal del propio Meek..
No se puede decir que nuestro protagonista fuese un hombre corriente con la clase de inquietudes que tiene cualquier fulano de tal, pero tampoco quiero reproducir la cantidad de neuras que recoge sobre Meek la Wikipedia, más que nada porque algunas son tan extravagantes que parecen pura especulación. Lo podemos resumir en que tenía muy serios problemas mentales entre los que había manía persecutoria por miedo a que alguien hiciese pública su homosexualidad y paranoias de tipo conspiranoico. Entre ellas, había una con marcianos que leían su mente. No sé hasta qué punto las tribus de alienígenas que cantan en I Hear a New World con voz aflautada eran una fantasía creada para el álbum o un verdadero testimonio de lo que Meek creía escuchar en el silencio de su apartamento.
Formado como técnico de radar en el ejército y aficionado al aparataje eléctrico desde la infancia, Meek trabajó durante sus años más creativos en una vivienda de tres pisos encima de una tienda de peletería en el barrio residencial de Islington, en Londres. Se paseaba por el edificio haciendo ruidosos experimentos que molestaban a sus vecinos, buscando con medios caseros un nuevo enfoque del trabajo del productor que, más que simplemente orientado a garantizar fidelidad y nitidez al soporte de audio, él concebía como una aportación esencial a la música grabada. Veía al productor musical, por así decirlo, como un último filtro creativo a través del cual la música adquiría personalidad de cara a su publicación. El productor ponía su firma en lo que publicaban los artistas con los que trabajaba.
Esto, como ocurre en el ejemplo perfecto que es Telstar, puede llevar a una concepción un tanto intrusiva del productor que alcanzaría su cúspide con el trabajo del archirrival de Meek, Phil Spector, en el Let It Be de The Beatles, al que aplicó a bocajarro su popular técnica del "wall of sound". El productor llega a modificar tanto la obra original de los músicos que el producto final no se parece mucho a lo que éstos querían lograr en un principio. Por supuesto, con los años se ha logrado una interacción mucho más fluida, coordinada, entre músico y productor, de manera que ambos queden satisfechos con lo grabado, o incluso seleccionando el primero al segundo con plena conciencia del barniz que quiere que se aplique a sus obras.
Lo que hacía Joe Meek era más experimental que puramente efectista, pero la semilla del productor estrella se siembra aquí y la planta crece y crece hasta nuestros días. Meek era un músico más que un técnico, sobre todo porque obras como ese I Hear a New World llevaron su labor mucho más allá de lo que corresponde a la mera ingeniería de sonido. Seguramente estaba destinado a volcarse plenamente en sus propias obras y no tanto en las de otros, quizá como lo harían los grandes productores de décadas posteriores (pongamos a Alan Parsons como ejemplo).
Debió afectarle enormemente el pleito por plagio que le pusieron por Telstar, que según su acusador se parecía demasiado a la BSO de la película Austerlitz. El 3 de febrero de 1967, Joe Meek mató a su casera y después se pegó un tiro con el arma que le había quitado precisamente a uno de los Tornados. Tres semanas después, y tras no haber recibido royalties por Telstar en años a causa de la acusación de plagio, se resolvió el juicio a su favor. En su estudio se encontró una cantidad ingente de material inédito que desconozco si ha llegado a publicarse en su totalidad. No han faltado homenajes a Joe Meek por parte de músicos de toda índole, a veces un poco crípticos, e incluso se han representado obras teatrales sobre su vida. Supongo que en España no es un personaje demasiado conocido, pero en el mundo anglosajón es una especie de artista maldito, de culto, una figura decisiva cuya aportación sigue siendo objeto de estudio.
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