No creo que este blog tenga suficiente público como para que la opinión que emitamos sobre el nuevo álbum de Jarre tenga una especial trascendencia, pero sí que contamos con lectores selectos y bien formados que seguramente querrán conocer mi valoración. Pocos pero sibaritas, y yo que me alegro. Voy a tener que decepcionar a casi todo el mundo, no obstante, ya que Oxymore (2022) no me ha despertado un especial entusiasmo pero tampoco me ha hecho montar en cólera, ni mucho menos.
Oxymore es una nueva propuesta sonora del músico francés, un homenaje a su compatriota Pierre Henry. Nunca hay que olvidar que Jarre en persona estudió en el estudio de Pierre Schaeffer, fundador del GRMC (Groupe de Recherche de Musique Concrète) y gran gurú junto a Henry de la música concreta como género definido. Jarre dedicó su enorme Oxygene 7-13 -que cada vez anda más cerca de ser mi favorito de entre sus discos- a Schaeffer, por lo que un homenaje a su colega Pierre Henry, en teoría, es bastante apropiado.
Pierre Henry se ha hecho hoy más conocido de lo que había sido en el pasado gracias a la famosa sintonía de la serie animada Futurama, que es una adaptación de un tema suyo, y habría sido tentadora la idea de un álbum de Jean-Michel que reprodujese este enfoque tan simpático y lúdico del estilo de Pierre Henry, pero en realidad Oxymore se quiere parecer más bien a los trabajos de música concreta más crudos de este. En su día eran futuristas, hoy son de estilo retro.
Para explicar de manera breve y sencilla qué es eso de la música concreta os remito a una entrada que le dediqué hace tiempo, pero por resumir diremos que es una forma de creación artística que utiliza sonidos no necesariamente musicales (samples de procedencia diversa), manipulados electrónicamente o no, y ensamblados de manera original, para crear experiencias únicas, tan irrepetibles como el momento en que se grabó cada una de las pequeñas partes que las componen.
Creo que Jarre es honrado a la hora de aproximarse a estos experimentos de la música concreta en Oxymore, en el sentido de que de verdad intenta emular estas atmósferas extrañas, agresivas, a veces frías pero intrigantes, con una lógica interna más propia de las matemáticas que del lenguaje musical. Jarre ya había realizado algún experimento cercano al género, por ejemplo en su primitivo single La Cage / Erosmachine (1971), y es obvio que siguió inspirándose en la música concreta en otras muchas piezas, desde algunos cortes de transición de sus álbumes clásicos a verdaderas maravillas como su álbum Zoolook (1984), puro sampleo convertido en colorido e imaginación desbordantes, que es una de sus obras maestras.
No obstante, y me temo que voy a repetirme respecto a lo ya dicho en entradas anteriores sobre sus álbumes posteriores al año 2000, Jean-Michel Jarre no puede evitar forzar la máquina para seguir subrayando con rotulador fosforito de punta gorda su transformación de compositor electrónico cósmico en DJ fiestero tipo Tomorrowland. Sé que a muchos nos habría encantado escuchar un álbum muy parecido a este mismo Oxymore en el que el Jarre épico y vibrante de antaño hubiese mezclado su idiosincrasia personal con la música concreta de Pierre Henry, en lugar de limitar su aportación como homenajeador y no solo "reciclador" a unos ritmos de baile feos y repetitivos que introduce aquí y allá como para vertebrar algunos de los cortes. Es de esperar que estos ritmos se explotarán extensivamente en futuros conciertos virtuales.
Entiendo que el trabajo de ingeniería para lograr un efecto binaural nítido es notable, y que el juego con los sampleados al estilo de la música concreta ortodoxa es digno de un músico con la categoría y la amplia experiencia de Jarre, pero me temo que, salvo por lo escrito en la portada (el nombre del músico y el título del álbum, que recuerda de manera poco ocurrente al sobadillo Oxygene), apenas hay nada en Oxymore que nos haga pensar que es un álbum de Jean-Michel Jarre y no de uno de tantos artistas semidesconocidos que -a mucha honra, por supuesto- buscan hacerse un nombre en Bandcamp con obras electrónicas de todo tipo.
Pero el álbum no está mal, sobre todo si se tiene curiosidad por saber qué hacían aquellos músicos raros, como de laboratorio de ciencias, y acercarse a sus sonidos de manera accesible, de la mano de un artista consagrado que sabe cómo hacerlo llegar al público para que lo entienda hasta el más novato. Hay fragmentos muy interesantes, atmósferas irreales que resultan inevitablemente atractivas. Oxymore es Jarre con una bata blanca y una tiza en la mano, con una intención loable y con todos los medios técnicos a su alcance, pero al final muchos de sus seguidores de siempre tendremos la certeza de que, otra vez, está enseñando una asignatura que no es la suya.