"Y entonces, en aquella claridad del inminente amanecer, mientras la Naturaleza, rebosante de color, parecía contener el aliento ante semejante acontecimiento, el Topo miró a los ojos mismos del Amigo y Protector. Vio la curva de los cuernos que brillaban a la luz del alba, vio la nariz aguileña entre los ojos bondadosos, que lo miraban burlones, y la boca, rodeada de barba, esbozaba una media sonrisa; vio los músculos perfectos del brazo cruzado sobre el ancho pecho; la mano larga y flexible que aún sostenía la flauta recién apartada de sus labios (...)"
Kenneth Grahame, El viento en los sauces (1908)
(capítulo VII, El flautista a las puertas del alba)
Hoy mismo se cumple el 50 aniversario del lanzamiento del álbum The Piper at the Gates of Dawn en su primera versión, en mono, un par de semanas antes de su edición en estéreo. Fue grabado en los estudios de Abbey Road de Londres, casi paralelamente a la grabación del Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band de los Beatles. El de los Beatles fue, con toda su grandeza y su colorido, el álbum del establishment, la cumbre creativa del grupo que lo había sido todo durante aquella década. El de Pink Floyd, todavía titubeante en muchos puntos, representaba la contracultura, el sonido de una juventud inquieta que buscaba nuevas formas de expresión. Cualquier padre de familia llegaba a casa con el Sgt. Pepper bajo el brazo y lo escuchaba con los niños, pero The Piper era un álbum para noctámbulos iniciados que ya tenían en su mente las músicas que iban a sonar en los años venideros. Puro exceso y rebeldía.
La portada.
El padre de la criatura, por mucho que estuviesen allí futuros titanes como Roger Waters, Richard Wright y Nick Mason, fue sin duda alguna Syd Barrett. Se había unido a los anteriores mientras pasaban de ser una modesta banda estudiantil (estudiaban arquitectura en Cambridge) a hacerse un nombre en los garitos más modernos de Londres gracias a sus temas rápidos, sus improvisaciones burbujeantes y sus espectáculos con proyecciones psicodélicas. Y camisas con chorreras. Darían también que hablar en listas de éxitos gracias a temas provocadores como See Emily Play y Arnold Layne, objeto de censura. Parece que Barrett, mentalmente inestable por su abuso de drogas alucinógenas, terminó de derrumbarse con el éxito de este primer álbum.
Un diseño juvenil para la contraportada.
Así que The Piper at the Gates of Dawn es el mejor testimonio de la portentosa imaginación de Syd Barrett en su gran momento, con esos largos pasajes instrumentales, los arreglos cósmicos de temazos como Astronomy Domine o Interstellar Overdrive, las melodías que se quiebran de pronto, la instrumentación inusual... Por no hablar de sus letras llenas de iconografía onírica y de cuentos de hadas (el título del álbum es el de un capítulo de El viento en los sauces). Pese a sus crecientes problemas, Barrett estaría también en el segundo álbum A Saucerful of Secrets, y su espíritu seguiría vivo mientras Pink Floyd evolucionaba desde la psicodelia al art rock y el progresivo. The Piper at the Gates of Dawn no es hoy en día un trabajo representativo de los Pink Floyd que todos conocemos, pero sin él no habría llegado todo lo demás. Es un clásico imprescindible y un testimonio brutal de aquellos años de ruido y brillantez.
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