1. Movement I (10:04)
2. Movement II (5:18)
3. Movement III (6:48)
4. Movement IV (6:21)
5. Movement V (4:30)
6. Movement VI (7:52)
7. Movement VII (3:18)
8. Movement VIII (9:43)
9. Movement IX (12:00)
10. Movement X (Epilogue) (6:21)
Comenzando el año en que se celebra el cuarto centenario de la muerte de El Greco, no podíamos dejar de comentar el magnífico trabajo musical que le dedicó en su momento su compatriota Vangelis. Sobre el álbum de 1998 podemos encontrar críticas de todo tipo, la mayoría entusiastas, aunque algunas -creo yo- influidas de algún modo por el hecho de que, desde los tiempos de 1492: Conquest of Paradise (1992), el músico heleno ha estancado bastante la evolución de su sonido. Si bien no es que hayan arreciado las críticas contra él en referencia a la calidad de sus álbumes, sí que ha pasado a convertirse para muchos en una especie de respetado dinosaurio del mundo electrónico-new age, aunque tengo claro que álbumes como este merecen una atención especial.
Digamos desde ya que El Greco es hasta hoy la última obra maestra auténtica de Vangelis. Eso no quiere decir que no haya genialidad en álbumes como Mythodea (2001) o la banda sonora Alexander (2004), pero este disco aporta, además, un valor artístico y creativo que, más allá de contentar al fan de toda la vida -que lo hace-, supone una aportación artística enorme y de inusual profundidad incluso en la ya de por sí bastante seria discografía del músico.
Portada de "Un tributo a El Greco", el álbum de 1995.
El álbum de 1998, y eso hay que tenerlo muy en cuenta, es algo así como la "versión extendida" de Φόρος Τιμής Στον Γκρέκο ("Un tributo a El Greco"), álbum conceptual publicado en 1995, en una edición limitadísima dirigida a recaudar fondos para que la Galería Nacional de Arte de Atenas adquiriese el cuadro del pintor titulado San Pedro. Se vendía en el propio museo, en un estuchazo a todo lujo firmado y numerado personalmente por Vangelis que hoy es uno de los griales para sus coleccionistas. Pese a tratarse de una obra de encargo, la calidad de aquel primer álbum (que circula abundantemente para descargar en Internet) debió mover al músico a publicarlo ampliamente, y para la ocasión le añadió unos cuantos temas más, a fin de completar la experiencia. Los añadidos son los movimientos III, V y VII, que se integran a la perfección con el resto y no se nota en nada que son posteriores.
Contraportada.
Creo que hay dos maneras posibles de aproximarse a El Greco. Una es escucharlo como si nos moviésemos lentamente por una galería de arte -el Museo del Prado, mismamente-, deteniéndonos para contemplar las figuras flamígeras del pintor cretense, su colorido pre-impresionista y sus siluetas levemente desdibujadas, todo ello acentuado por la música lenta y vigorosa de los movimientos del álbum. Clásico pero con un importante elemento vanguardista, tanto el estilo del pintor como la música, que en su estructura y resonancias es plenamente clásica pese a estar realizada mayoritariamente con sintetizadores.
La otra manera es entender El Greco como un recorrido por la vida del hombre, Doménikos Theotokópoulos (1541-1614), comenzando por su viaje a través del Mediterráneo (¿es el lento navegar de un barco, una galera tal vez, lo que representa el primer movimiento del disco?) y continuando con la llegada del artista a la España de la época, centro esplendoroso de un imperio donde no se ponía el sol, pero cargado a la vez de aparente austeridad, conservadurismo rancio en lo político y religiosidad a ultranza (¿es alguna clase de procesión, o marcha real bajo palio y con campanas repicando, lo que Vangelis propone en Movement VII?). Los temas se moverían, si aceptamos este punto de vista, entre la lobreguez de los ambientes eclesiásticos / cortesanos de la época -Movement II, por ejemplo- y lo sublime, extático, de la pintura del Greco, con una magnífica ración condensada de esto último en Movement IV gracias a la portentosa voz soprano de Montserrat Caballé.
Más oscurantista es Movement VI, en la que interviene la otra voz lírica invitada de El Greco, la del tenor Konstantinos Paliatsaras, aunque el tema es otra maravilla. Pero para maravilla absoluta (y sin que ello signifique que haya temas de menor calidad) me iría directamente al último corte, Epilogue, un tema de piano de una belleza arrebatadora, de los mejores que ha dado Vangelis sentado ante este instrumento, y que a su vez aporta un último tramo al álbum algo más terrenal, más humano y menos grandilocuente.
No voy a emplear más caracteres para describir una obra musical tan absolutamente genial, tan magnífica en todos sus posibles aspectos que solamente me queda recomendarla y hacer correr la voz sobre sus virtudes incluso entre quienes nunca haya escuchado música de este tipo. No es un álbum comercial que llame la atención desde el primer minuto, pero al terminar deja ese poso nada habitual que nos dice que acabamos de escuchar algo muy grande. Está en Spotify, aunque dentro de España solo permite escuchar tres temas.
Movement I
La otra manera es entender El Greco como un recorrido por la vida del hombre, Doménikos Theotokópoulos (1541-1614), comenzando por su viaje a través del Mediterráneo (¿es el lento navegar de un barco, una galera tal vez, lo que representa el primer movimiento del disco?) y continuando con la llegada del artista a la España de la época, centro esplendoroso de un imperio donde no se ponía el sol, pero cargado a la vez de aparente austeridad, conservadurismo rancio en lo político y religiosidad a ultranza (¿es alguna clase de procesión, o marcha real bajo palio y con campanas repicando, lo que Vangelis propone en Movement VII?). Los temas se moverían, si aceptamos este punto de vista, entre la lobreguez de los ambientes eclesiásticos / cortesanos de la época -Movement II, por ejemplo- y lo sublime, extático, de la pintura del Greco, con una magnífica ración condensada de esto último en Movement IV gracias a la portentosa voz soprano de Montserrat Caballé.
Movement IV, con Montserrat Caballé.
Más oscurantista es Movement VI, en la que interviene la otra voz lírica invitada de El Greco, la del tenor Konstantinos Paliatsaras, aunque el tema es otra maravilla. Pero para maravilla absoluta (y sin que ello signifique que haya temas de menor calidad) me iría directamente al último corte, Epilogue, un tema de piano de una belleza arrebatadora, de los mejores que ha dado Vangelis sentado ante este instrumento, y que a su vez aporta un último tramo al álbum algo más terrenal, más humano y menos grandilocuente.
El epílogo.
No voy a emplear más caracteres para describir una obra musical tan absolutamente genial, tan magnífica en todos sus posibles aspectos que solamente me queda recomendarla y hacer correr la voz sobre sus virtudes incluso entre quienes nunca haya escuchado música de este tipo. No es un álbum comercial que llame la atención desde el primer minuto, pero al terminar deja ese poso nada habitual que nos dice que acabamos de escuchar algo muy grande. Está en Spotify, aunque dentro de España solo permite escuchar tres temas.