1. Totum (65:12)
"La música no es sólo una creación humana, sino una fuerza omnipresente que habita en cada rincón del universo. Es el murmullo del viento, el susurro del río, el latido del corazón. Es la danza de las galaxias, el crujir de la tierra al amanecer y el silencio profundo entre las notas. Es el rumor de las hojas que caen en el otoño y el rugido de las tormentas que desgarran el cielo. Es el canto de los pájaros que saludan al sol y el eco milenario de las montañas. La música es tiempo convertido en eternidad, instante convertido en infinito. Es la verdad desnuda que se revela sin palabras, una vibración sagrada que une lo visible y lo invisible. En cada instante, en cada lugar, la música está presente, recordándonos que somos parte de un todo armonioso e interconectado, un todo donde cada ser, cada molécula y cada pensamiento, bailan al compás de una sinfonía universal: TOTUM."
Los hijos de la generación del baby boom, un poco boomers también por contagio, tuvimos durante algunos años la sensación -el convencimiento, incluso- de que la Historia se había detenido en algún momento tras la caída del muro de Berlín, y que eso que tiene un nombre tan feo como la "industria del entretenimiento" se había congelado también gracias a muchos de los productos artísticos que habían tocado el techo de lo guay, de lo insuperable, en una franja de tiempo que se mueve entre los primeros años setenta y los primeros años noventa: la música, el cine y hasta los videojuegos repetían modelos que se nos antojaban inamovibles. Incluso ya metidos en el siglo 21, y teniendo en cuenta que sí pasaron cosas que nos debieron sacar del ensimismamiento (el nuevo orden mundial tras el 11-S, la implantación hegemónica de Internet, la pandemia) había un sustrato en la cultura popular que seguía bebiendo de los usos y costumbres de los setenta y ochenta, adornados si acaso por las nuevas posibilidades tecnológicas. Éramos los reyes.
Entonces, un día cualquiera, disfrutando de algunas series y películas este verano, me he dado cuenta de que se están estrenando masivamente, publicando a gran escala, cosas que ya no son para mí. No son para el niño consentido de los ochenta que pensaba que el 99% de los que crean nuevos contenidos seguirían tirando para siempre de los viejos comodines. ¿Es sólo nostalgia? No. Es algo más lo que se nos ha escapado entre la sobreabundancia salvaje del streaming y las redes sociales más epilépticas, todo girando alrededor de las puñeteras prisas por hacerlo todo rápido, desde entregar un acta inútil en la oficina hasta convertirnos en adultos si todavía somos niños. Me han cambiado los biorritmos.
Creo que la clave de muchos males está en esto mismo, en la aparente falta de tiempo que tenemos hoy para disfrutar de lo que nos gusta, y esto afecta a la manera en que se conciben muchos productos culturales. Es bien sabido que sólo una cantidad ínfima de usuarios de servicios como YouTube o Spotify escuchan las canciones hasta el final, cosa que nos hace llevarnos las manos a la cabeza a los sibaritas que en su día disfrutamos de vinilos y CDs, sentaditos en el sofá con toda nuestra atención puesta en ellos. Con esto en una mano y la opinión generalizada de que la calidad de la música popular actual es cada vez más baja en la otra, me encontré con un comentarista anónimo de Facebook que dio en el clavo: los jóvenes no demandan buena música simplemente porque la música ya no es tan importante para ellos como lo fue para nosotros. No es un elemento definitorio de su vida. Es sólo utilitaria porque así debería serlo. Y lo mismo puede aplicarse al cine, por ejemplo. No creo que las salas se estén vaciando porque la gente no tenga dinero para la entrada y prefiera ver algo en TV; creo que el cine ya no se ve como una experiencia colectiva sino como un entretenimiento más, no tan práctico, no tan rápido, sujeto a reglas sociales que no todos estamos dispuestos a aceptar.
El músico cordobés Jesús Valenzuela (que es de mi edad) me envió hace unos días un enlace privado para la difusión en los medios del que es su último álbum bajo el nombre de Tsode, llamado Totum. Un trabajo de algo más de una hora de duración, sin pausas, totalmente instrumental, a caballo entre lo electrónico y lo acústico y con numerosos invitados de prestigio, homenajeando quizá pero no imitando, a los queridos Jarre, Oldfield y Vangelis. Valenzuela lleva mucho tiempo creando expectación respecto a Totum en sus redes sociales, creo que más por su ilusión con esta nueva obra que por una simple cuestión de márketing, y debo disculparme por no haber sido más rápido con esta reseña. Como ya le dije, no estaba dispuesto a escuchar Totum si no era con atención total, y mucho menos (esto no se lo dije) sin haber tenido tiempo de digerirlo y organizar mentalmente mis impresiones, que es como creo que debe abordarse una obra artística tan ambiciosa como esta.
Llevo tres escuchas, contando una más mientras escribo esto, y pienso que Totum es el mejor trabajo que he escuchado de Tsode, además de una de las mejores cosas que me he encontrado en mucho tiempo. Me ha tocado la fibra.
Impresiona pero todavía no sé si me gusta la idea de utilizar un introducción narrada, en este caso a cargo del actor de doblaje Claudio Serrano -la voz en castellano del Batman de Christian Bale y Ben Affleck-, y después escucho tres notas que me hacen pensar en Tubular Bells III. Falsa alarma. Totum no es un clon de Mike Oldfield, pese a que, seguramente por su abundancia de fragmentos de guitarra cristalina y por su carácter de obra-tocho sugerido por Amarok (1990), sea el de Reading el músico cuya influencia más se percibe a lo largo de toda la pieza. Tsode no es Rob Reed, y en este caso, con todo el cariño hacia el autor de los Sanctuary, el músico cordobés sale ganando con ello. Totum es la consecuencia de muchos años de aprendizaje, de experiencia acumulada por parte de Tsode: en lo tecnológico, con una producción simplemente excelsa en todos y cada uno de los 65 minutos del disco, lo mismo en un pasaje de ambiente cósmico que usando un arreglo orquestal; y en lo expresivo, en lo musical, en la capacidad de trasladar emociones genuinas al oyente y hacerlo partícipe de las mismas. Me he descubierto tarareando algunas de sus melodías, cosa que cada vez me ocurre menos.
Ya en una segunda escucha, es cuando suelo intentar ver una estructura, un programa de concierto. Ha sido difícil en este "todo" que es Totum, porque, como escribió acertadamente José Cantos en su biografía de Oldfield acerca de Amarok, las ramas no te dejan ver el bosque. Totum no es una obra caótica, picassiana y desafiante como aquel trabajo referencial, aunque sí que es muy cambiante dentro de la armonía que transmite. Necesitaré algunas escuchas más si sigo empeñado en ver el esquema completo, pero lo que sí llego a captar es una sensación de equilibrio. No es una composición tan prosaica como para alternar simplemente fragmentos épicos con otros más íntimos, pero logra no saturar en ningún momento ni con los unos ni con los otros, ni tampoco con su alternancia dentro de la disposición más o menos impredecible que se les concede a lo largo del trabajo. Hay en Totum, por explicarlo en otras palabras, una equilibrada asimetría. Totum, pero no revolutum.
Mucho ojo: Totum no es un tributo a la nostalgia, el pataleo de un niño de los ochenta que quiere recuperar sus juguetes y compartirlos con otros cuasi-boomers como él. No es una obra realizada a despecho de la industria actual, porque Tsode ES música actual, con independencia del impacto que pueda tener en determinados medios o grupos sociales. No es un manifiesto en favor de otros tiempos "mejores" por los que andar lloriqueando, en fin, sino una obra fresca y del todo contemporánea, un intento exitoso de crear belleza pura, cuyo formato sirve, si queremos encontrarle el puntillo perverso, para añadir un agradecido elemento de riesgo e ir un poco a contrapelo. Sí que busca recuperar algunos viejos -como los llamé antes- usos y costumbres.
Sólo con lograr que unas cuantas personas lleven por primera vez a cabo el ritual de sentarse cómodamente, lejos del móvil, para escuchar una pieza musical de una hora y pico al completo, creo que Tsode ya habrá logrado buena parte de sus objetivos artísticos. Porque el mundo ha cambiado nos guste o no, y aunque seamos los mayores los que tengamos que adaptarnos a lo nuevo y no los jóvenes a lo viejo, nunca hay que arreglar lo que no está roto. La buena música, la que nos inspira y nos hace soñar, sigue mereciendo tiempo y atención. Va a seguir existiendo porque va a haber gente haciéndola, aunque quizá tengamos que hacer un esfuerzo activo para encontrarla.
Colaboran en Totum las guitarras eléctricas, clásicas y acústicas de Rubén Álvarez, Daniel Minimalia, Jaime Helios, Curro Martín, Manuel Galán, Manu Herrera, José Luis Serrano Esteban e Yhael May; los sintetizadores y pianos de Pepe Benlloch, JM Mantecón, Pablo Seque y Luis Alberto Naranjo; y también está Elvira García, que aporta varios instrumentos del folclore celta como la gaita y la flauta irlandesa.
Totum va acompañado en su versión para YouTube de un impresionante videoclip que se estrenó en pantalla de cine, en la Filmoteca de Andalucía sita en Córdoba, que prefiero no ver hasta haber interiorizado la música un poco más. Siendo Totum un trabajo efectista y lleno de recovecos hasta decir basta, supongo que debe ser una montaña rusa con subidones de los buenos. Lo pongo aquí mismo, para terminar.

