domingo, 30 de marzo de 2014

La música de "Cosmos".

Carl Sagan es generalmente señalado como el divulgador científico más importante del siglo XX. Puede parecer exagerado, pero si atendemos a las ya varias generaciones que han encontrado inspiración en su obra, no creo que estemos faltando a la verdad. Su enconada defensa del método científico y el pensamiento crítico por encima de cualquier clase de superstición, así como su visión cuasi-mística (aunque a él quiza le horrorizaría tal calificativo, con razón) del universo -desde el nivel subatómico hasta los cúmulos de galaxias- debieron empujar a una buena cantidad de niños y niñas de los setenta y ochenta a dedicarse a la ciencia.

Carl Sagan (1934-1996)

Algo tiene su archifamosa serie Cosmos. Un viaje personal (PBS, 1980) que, a pesar de contar con un planteamiento audiovisual ya muy superado por el actual modelo de documental televisivo (véase la espectacularidad del Discovery Channel y similares), sigue embelesando como el primer día, o más. ¿Cuál es su secreto? La sana ambición de Carl Sagan de enseñar como un maestro de los de antes, cautivando con el don de la palabra y ofreciendo un programa interesante para cualquier público. Uno de los elementos más recordados de aquella serie de 13 episodios es su música, cuyas ediciones discográficas pueden considerarse todo un best-seller dentro del amplio abanico de recopilatorios con música instrumental contemporánea, y seguramente una de las bandas sonoras televisivas de más éxito.

El álbum original.

Como muchos ya sabéis, la contribución más popular a Cosmos la realizó Vangelis, cuyo sonido setentero electrónico y "cósmico" iba de lujo con los viajes de aquella nave de la imaginación que pilotaba Sagan hacia los más insospechados rincones del universo. El tema que sonaba en la cabecera de Cosmos es un fragmento de la parte final de la cara A del álbum Heaven and Hell (1975), aquella que inspiraría unos años más tarde la melodía de Carros de fuego. No faltan otras piezas indispensables del repertorio más espacial del griego, como Pulstar y Alpha, e incluso suenan pedacitos de Beaubourg y Entends-tu les chiens aboyer?. Además, Vangelis contribuyó con el tema inédito Comet 16 a una edición actualizada de la serie, y la inclusión de este tema en el doble álbum correspondiente convierte a éste en un ítem obligatorio para coleccionistas.

La edición para coleccionistas de Cosmos.

Pero no solo de Vangelis va la cosa, ya que en el álbum de Cosmos también están presentes otros importantes nombres de la "electronic music", como Isao Tomita y su tema The Sea Named Solaris; o el proyecto Synergy de Larry Fast, con el corte Legacy. Hay algunos más.

No obstante, la mayor parte de la música de Cosmos es clásica, con piezas bastante populares -y muy bien escogidas- de gente como Vivaldi, Bach o Rachmaninov. La combinación de este material con obras de pioneros de la electrónica funciona sorprendentemente bien, incluso si tenemos en cuenta que entre unos y otros se cuelan cosas tan diversas como el Aquarius del musical Hair, un tema de Louis Armstrong o piezas étnicas tradicionales de diversos lugares del mundo; y el álbum fluye como un todo gracias a los sampleados de sonidos naturales que sirven como interludios aquí y allá. Cosmos está planteado prácticamente como si de una obra conceptual se tratase, no tanto como una simple antología.

¿Y a qué viene hablar de Cosmos aquí y ahora? A que solo hace tres semanas que se ha estrenado en Estados Unidos una segunda serie documental inspirada en el legado de Carl Sagan y el Cosmos original, titulada Cosmos. A Spacetime Odyssey. Aunque habría estado muy bien si hubiesen vuelto a plantear una paleta musical tan rica como la de la primera serie, este nuevo programa cuenta con una interesante banda sonora del compositor Alan Silvestri, elegido muy probablemente por su magnífico trabajo para la banda sonora de la película Contact (1997), que se basaba en la novela homónima de Sagan. El sonido de ambas obras, Contact y Cosmos, es por supuesto bastante parecido. 

Cartel promocional de la nueva serie.

Con esta entrada pretendo recomendar la estupenda música de la serie de 1980, aunque no quiero quedarme corto, y hago extensiva mi recomendación tanto a ambas series de televisión (la segunda recién comenzada y muy prometedora) como a cualquier otra obra relacionada con esa figura emblemática, indispensable, que sigue siendo Carl Sagan.

Así empezaba Cosmos.

¿No es una maravilla?

viernes, 14 de marzo de 2014

Steven Price - GRAVITY

 
1. Above Earth (1:50)
2. Debris (4:24)
3. The Void (6:15)
4. Atlantis (3:43)
5. Don't Let Go (11:11)
6. Airlock (1:57)
7. ISS (2:53)
8. Fire (2:57)
9. Parachute (7:40)
10. In the Blind (3:07)
11. Aurora Borealis (1:43)
12. Aningaaq (5:08)
13. Soyuz (1:43)
14. Tiangong (6:28)
15. Shenzou (6:11)
16. Gravity (4:35)

Cuando vi que la banda sonora de la película Gravity (2013) era la más firme candidata a llevarse el Oscar correspondiente de este año, me hice a la idea de que me iba a tocar bailar con la más fea. No es que tuviese una mala opinión de esta obra musical, y de hecho la película me pareció magnífica, pero coincido plenamente con los críticos que dijeron en su momento que Gravity habría sido todavía mejor sin música. Incluso recibí recomendaciones de un buen amigo sobre la calidad de esta banda sonora, pero seguí en mis trece. Vale, ha ganado el muñequito dorado. Y ya que todos los años suelo dedicar una entrada al asunto, esta vez he optado por ofrecer una crítica al uso.

Como ha quedado claro, no había escuchado la música de Gravity hasta el momento de realizar su análisis, y es curioso que ni siquiera reparé demasiado en ella durante la proyección en el cine. Al parecer, el director Alfonso Cuarón encargó a Steven Price una música que funcionase como intensificadora de la experiencia tridimensional envolvente que es su película sobre astronautas en apuros. La idea era que estas piezas musicales fuesen más ambientales que explícitas, y, aunque sigo pensando que una película tan realista sobre la experiencia de moverse por el espacio orbital habría sido sobrecogedora bañada por el silencio del vacío, debo admitir que estamos ante un excelente trabajo.

Steven Price

Price es un caso típico de compositor más o menos joven  (36 años) y de carrera breve que se encuentra con el galardón más gordo del cine a las primeras de cambio. No pienso poner en duda sus merecimientos, pero esta tendencia de la Academia debe ser recibida como una puñalada -año sí, año no- a gente que no ha tenido tal reconocimiento con grandes obras y largas carreras a sus espaldas. El trabajo en Gravity, de todos modos, le ha venido como anillo al dedo, considerando que ha realizado varios e importantes trabajos (El Señor de los Anillos, mismamente) como editor musical. Este es un trabajo que ha implicado tanto dotes de composición como habilidad en la manipulación y tratamiento sonoro de material pregrabado.

Airlock

Obviamente, no encontraremos en Gravity ningún tipo de clasicismo sinfónico, sino piezas que barajan equilibradamente dos géneros: el ambient y algo cercano a la música concreta, ambos bien mezclados hasta lograr un todo indivisible. Encontramos en Gravity algunas piezas que podrían haber nacido directamente de la saga Ambient de Brian Eno (escúchese el corte Airlock arriba insertado), tan limpias y cristalinas como correspondería en tal caso, a veces subrayadas por la presencia de instrumentos que añaden la necesaria guinda orgánica (Sandra Bullock vive momentos de gran intensidad emocional y humana mientras viaja de satélite en satélite), en una línea parecida -por ejemplo- a los violonchelos que suele utilizar Klaus Schulze en muchos de sus álbumes.

El componente de música concreta en Gravity, y admito desde ya mismo que quizá sea mucho tecnicismo para el caso, toma cuerpo como una serie de capas sonoras que recuerdan a electricidad estática y ondas de radio sin sintonizar, con lejanos atisbos de voces humanas transmitiendo algo ininteligible. El planeta Tierra visto desde las capas superiores de la atmósfera sirve como telón de fondo a buena parte de la película, y de algún modo podemos imaginar toda esta algarabía de ondas escapando de manera caótica al espacio exterior, y pasando fugazmente por los aparatos que rodean a los personajes. En este sentido, las composiciones de Steven Price son un buen ejemplo de cómo mezclar música y ruido ambiental, lo que los expertos definen como sonido diegético (perteneciente a la situación real de la narración, que los propios personajes pueden oír) y extradiegético (añadido de cara a la experiencia del espectador, o sea, la música de cine de toda la vida).

Portada alternativa.

No es muy habitual que se concedan premios de tal magnitud a obras musicales tan sutiles y tan encaminadas a fundirse con la totalidad de la experiencia cinematográfica. Está claro que Steven Price se ha comportado más como un lujoso técnico de sonido que como un músico fílmico al uso, y lo ha hecho a la perfección. Como álbum musical, a pesar de contar con algunos cortes de gran belleza (Don't Let Go o el tema final, por ejemplo), la banda sonora de Gravity no es una experiencia que se sostenga demasiado bien en su disfrute aislado.

Don't Let Go

miércoles, 5 de marzo de 2014

Mike Oldfield - MAN ON THE ROCKS


1. Sailing (4:46)
2. Moonshine (5:50)
3. Man on the Rocks (6:11)
4. Castaway (6:35)
5. Minutes (4:52)
6. Dreaming in the Wind (5:29)
7. Nuclear (5:04)
8. Chariots (4:39)
9. Following the Angels (7:05)
10. Irene (4:00)
11. I Give Myself Away (5:11)

¡Qué idea tan original! ¡Qué decisión tan inesperada! ¡El conde publicando una review del nuevo álbum de Mike Oldfield! Pero, ¿esto no era un blog sobre música experimental, predominantemente instrumental y más o menos alejada del mundo pop-rock? Cierto, pero me vais a permitir el capricho de analizar el primer álbum totalmente nuevo que Mike Oldfield lanza desde que comenzamos con el blog, por mucho que (ya lo sé) Man on the Rocks sea un álbum de música rock convencional

En fin, Man on the Rocks (2014) viene promocionándose desde hace tiempo como el álbum número 25 de Mike Oldfield, aunque esta cifra es discutible si tenemos en cuenta obras medio bastardas y firmadas por él como The Orchestral Tubular Bells, el álbum en vivo Exposed o la regrabación de Tubular Bells en 2003. En fin, el dato no importa demasiado. Lo que interesa es que Oldfield ha regresado con bastante fuerza después de seis años en los que parecía que se había retirado definitivamente. Algo había en Music of the Spheres (2008) que sonaba a despedida, y tras verle lucir su bañador de slip en las Bahamas mientras jugueteaba con las reediciones de su catálogo, no era seguro que fuésemos a encontrarnos nada nuevo con su nombre que no fuese algún tipo de "revival" de algo antiguo. La presencia de este sesentón en los Juegos Olímpicos de Londres pareció confirmar finalmente su jubilación.

Mike Oldfield, bronceado a conciencia a base de sol y playa.

Man on the Rocks es, en cualquier caso y con independencia de la opinión que podamos tener de él, una asignatura que Mike tenía pendiente desde hacía tiempo, un álbum dirigido mucho más a su placer experimentador que a contentar al fan de toda la vida, y esa es una de sus mayores virtudes. De los últimos años de carrera de Mike Oldfield se podrán decir muchas cosas, pero nunca se le podrá acusar de renunciar a su eterno afán de renovarse, a su proverbial empeño en seguir construyendo una discografía tan variada que puede asombrar -asustar incluso- a quien se acerque a ella por primera vez. Tenemos en su carrera retazos de rock progresivo, folk, electrónica, pop-rock, música clásica, chill-out, música étnica y hasta bandas sonoras, todo amalgamado por ese estilo tan peculiar de Oldfield que podríamos describir ante todo como extraordinariamente imaginativo y virtuoso. 

Durante la década de los ochenta, el músico británico realizó numerosas incursiones en el pop, logrando éxitos tan notables como Family Man, To France o Islands, amén de la inolvidable Moonlight Shadow. Generalmente, Oldfield incluía varios temas cantados y comerciales en álbumes cuyo plato fuerte era una larga suite instrumental en alguna de las caras del vinilo. La excepción fue Earth Moving (1989), un interesante aunque fallido experimento totalmente vocal con el que Man on the Rocks, vaya por delante, no tiene demasiado en común. La principal diferencia, aunque así dicho parezca una menudencia, es que los temas de Earth Moving contaban con vocalistas distintos que lograban un conjunto de canciones muy variadas en su estilo, en su instrumentación y tratamiento conceptual, mientras que Man on the Rocks está planteado como la obra de una única banda estable de músicos con un único cantante, el joven Luke Spiller. Una banda de reputados músicos de acompañamiento que, por cierto, aunó sus esfuerzos con el bahameño vía Skype. Suponemos que no todo el mundo entenderá que un disco cantado al completo por Spiller solo lleve en la portada el nombre de Mike Oldfield. Encima, el líder de The Struts es una mala bestia cuyo estilo interpretativo está siendo comparado nada menos que con el de Freddie Mercury. Yo no entraré en tal comparación, pero es innegable que Spiller hace un trabajo apabullante.

Una exquisita versión acústica de Man on the Rocks.

Man on the Rocks no está ahí solamente para cubrir la papeleta de ser "el álbum puramente rock que siempre ha querido publicar Mike Oldfield", ya que estamos ante un disco de calidad media-alta que cumple de sobra con cualquier expectativa. Ya pueden respirar quienes estén en vilo por saber si es un buen trabajo. Lo es. Eso no significa que todos los once temas del álbum sean igual de memorables, pero incluso los "peores" tienen algo bastante salvable, sea un excelente solo de guitarra o un planteamiento sorprendente por algún motivo. Si cualquier álbum de un grupo o solista pop-rock del montón se fundamenta en dos o tres temas fuertes (los que suelen publicarse como single) y cinco o seis de relleno, de calidad variable, Man on the Rocks pasea con la cabeza bien alta, ya que cuenta con no menos de cinco temas que van de lo estupendo a lo magistral, y ninguno que podamos calificar directamente de "malo".

Contraportada del CD en su edición sencilla. Cuesta trabajo creer que aparezca en ella el logo de Virgin.

Por mencionar mis favoritas, destacaría Sailing, Moonshine (afortunadísimo reciclaje del tema descartado de The Songs of Distant Earth, The Song of the Boat Men, en este caso con la ayuda del músico celta Davy Spillane), Dreaming in the Wind y, sobre todo la magistral Man on the Rocks, que suena como uno de esos himnos rockeros que llenan el auditorio de mecheros encendidos en alto. Con el tema que da título al álbum, Oldfield bien puede haber alcanzado el punto más alto de su carrera como creador de temas cantados "convencionales". Tampoco hay que ignorar otros cortes como Castaway, Nuclear o I Give Myself Away, la última una versión de un tema gospel. La inclusión o descarte de muchos temas se debe, según apuntan varias fuentes, al buen consejo del co-productor del álbum, Stephen Lipson. Por cierto, aquí y aquí hay un micro documental sobre cómo se hizo el disco, en YouTube.

En Irene nos encontramos, por cierto, con una curiosa aproximación al sonido de The Rolling Stones, un grupo cuyos primeros álbumes han sido citados por Oldfield como una fuente de inspiración para el disco que nos ocupa. No es un tema maravilloso, pero como homenaje a los riffs característicos de Keith Richards cumple bastante bien. Otras influencias no tan claras se encuentran en el primer single, Sailing, que la primera vez me recordó lejanamente a algún tema de The Travelling Wilburys y a la presencia en aquella mítica formación del buenrollero Tom Petty; y también hay quien dice que Man on the Rocks recuerda al rock endemoniado de Meat Loaf en Bat Out of Hell, cosa que personalmente no veo tan clara. Por todo lo demás, cualquier parecido puede considerarse razonable si tenemos en cuenta que Oldfield ha querido tocar casi todos los palos posibles dentro de eso tan amplio que es el rock en sus distintas épocas y vertientes, del mismo modo en que, por ejemplo, intentó cubrir distintos registros de música celta en su álbum Voyager.

Contraportada de la edición "deluxe", que incluye un segundo CD con los temas en versión instrumental.

En cualquier caso, deberíamos terminar admitiendo que Man on the Rocks, aunque gustándonos mucho, no puede considerarse en absoluto como un trabajo representativo del estilo de su autor. No quedarán satisfechos por el momento quienes estén esperando -en vano, creo yo- un regreso de Mike Oldfield a las mimbres de Ommadawn o Amarok, pero va a ser difícil atacar otra vez a un músico que, después de haber sido declarado muerto por sus detractores hace años, logra un álbum tan fresco y resultón como el que se publica esta semana. Yo soy seguidor de Mike Oldfield desde mediados de los noventa, y Man on the Rocks, sin haber venido a salvarme la vida, me ha reafirmado como pocas veces en estas décadas en mi orgullo de fan.

El clip oficial de Sailing.