miércoles, 29 de agosto de 2012

Robert Fripp - RADIOPHONICS. 1995 SOUNDSCAPES VOLUME I. LIVE IN ARGENTINA


1. Radiophonics 1 (11:11)
2. Radiophonics 2 (14:47)
3. Buenos Aires Suite
a) Atmosphere (11:56)
b) Elegy (For Mothers and Children) (5:48)
c) Streets (5:34)
d) Sky (7:49)

Hace algún tiempo comenté otro volumen de la serie Soundscapes de Robert Fripp. Creo que lo hice un poco a la ligera, y aunque pienso retomar aquella entrada y profundizar un poco, ahora toca hablar del que lleva el subtítulo de "volumen 1" de la serie: Radiophonics (1996). Quizá lo primero de todo sea definir un poco eso de "soundscapes", a fin de entender a qué nos enfrentamos.

El término "soundscapes" es un derivado de "landscape" ("paisaje", en inglés), y "sound" ("sonido"). En fin, que se refiere a una obra musical que en esencia es un paisaje sonoro. Parece que no es Robert Fripp el inventor del término, ya que esta especie de música horizontal, planeadora, incorpórea y atmosférica existe desde hace bastante tiempo, y lo de soundscape surgió en algún momento en que algún experto buscaba una definición. Fripp contribuyó sobre todo a establecer el soundscape prácticamente como un género con identidad propia, un estilo musical emparentado con otros muchos, pero de algún modo acuñado por él.

Robert Fripp en una fotografía reciente (http://www.jazzmusicarchives.com/robert-fripp.aspx).

Lo que hace distintos los paisajes sonoros de Robert Fripp frente a los creados por otros músicos de renombre es su carácter puro -no sirve como fondo a otro desarrollo musical- y su inmediatez -los trabajos de esta serie están grabados en directo y son producto de la improvisación. Podríamos calificarlos simplemente como ambient, aunque pienso que van un poco más allá y son bastante menos amables. Y la cosa es que podemos verlos de dos maneras, como creaciones musicales opacas e indescifrables, o como obras artísticas tan sencillas en sus planteamientos que ni siquiera el oyente más superficial es capaz de disfrutar su simplicidad. Parece que la cosa va más sobre impresiones personales que captamos como pinturas abstractas en colores intensos (véase la portada) que sobre sesudos experimentos tecnológicos.

Fripp utiliza como base de sus capas sonoras grabaciones magnetofónicas modificadas, junto con sintetizadores. Gran parte de la dificultad de acercarse al sonido resultante radica en que en muchos momentos no parece ser más que "white noise", o sea, ruido de estática, o lo que escuchamos cuando ponemos la radio y no hay nada sintonizado. ¿Vendrá de ahí el título? Parece que la primera parte de este Radiophonics sería descendiente directo del disco previo 1999, también grabado en Argentina, mientras que el resto de temas fluctúa entre la luz más brillante y la más inquietante oscuridad, describiendo de un modo muy abstracto las sensaciones que el país latinoamericano producen al compositor. Hay fragmentos francamente agradables, pero también hay crudas asperezas.

Aun así, y pese a que todo esto pueda explicarse mediante reseñas de expertos o declaraciones del músico, durante toda la escucha de Radiophonics permanecemos navegando entre la fascinación y la incomprensión de un trabajo que se recrea en las ambiciones artísticas del fundador de King Crimson, sin saber si debemos buscar algo complicado y oculto en esta música tan extraña como quien lucha por ver bizqueando una de esas láminas en 3D, o si es sencillamente un catalizador de estados de ánimo que funciona a brochazos gordos. Mejor que cada cual lo escuche y opine. Concluimos con Sky.

lunes, 27 de agosto de 2012

Oneohtrix Point Never - REPLICA

  

1. Andro (3:55)
2. Power of Persuasion (3:29)
3. Sleep Dealer (3:10)
4. Remember (3:19)
5. Replica (4:36)
6. Nassau (4:42)
7. Submersible (3:49)
8. Up (3:57)
9. Child Soldier (3:12)
10. Explain (6:45)

¿Te has preguntado alguna vez por qué gran parte de la música instrumental contemporánea depende del uso de sintetizadores y material electrónico? Supongo que también habrás notado que en este blog abundan las entradas sobre álbumes realizados con esta clase de instrumentos. Yo creo que la explicación es esta: las músicas de vanguardia que nos gustan son a menudo el trabajo de personas que poseen una imaginación desbordante, y que, tanto por una cierta falta de medios para recurrir a otros instrumentos como por las posibilidades virtualmente ilimitadas de los sintes, acuden a ellos para realizar trabajos muy variopintos.

Hace poco me he topado, a base de navegar y pinchar en enlaces, con este sorprendente trabajo del neoyorkino Daniel Lopatin, que firma bajo su nombre artístico Oneohtrix Point Never. Replica (2011) es su último trabajo hasta ahora, y tengo clarísimo que no será el único que escucharé ni el último que comentaré en el blog, porque es estupendo. Y lo es tanto por su calidad intrínseca como por el hecho de que -una vez más- me abre los ojos a la existencia, todavía, de músicos jóvenes que realizan trabajos en la antigua tradición electrónica que enamoró a los melómanos en los setenta.

Daniel Lopatin / Oneohtrix Point Never (de last.fm).

Lopatin describe el álbum como una ensalada de sampleados extraídos a palo seco de anuncios de la tele, deconstruidos como la tortilla de patatas de Ferran Adrià. Replica, de no ser por ciertos matices que lo acercan a la tecnología de edición musical actual, podría haber encajado a la perfección entre los míticos trabajos cósmicos de la Escuela de Berlín. Quizá por facilitar las cosas al oyente de hoy, la música de Oneohtrix PN suele clasificarse dentro del ambient, aunque está mucho más cerca de los universos de Tangerine Dream en sus años rosas o de los primeros tres o cuatro títulos de Klaus Schulze. El álbum contiene una breve colección de temas que reúnen sencillez formal con un sentido abismal de lo esotérico y galáctico. O sea, una exquisitez para los amantes de la "electronic music" clásica. 

Replica comienza con Andro, que en un principio podría pasar por música concreta (algo así como sonidos de aves sintéticos) con aderezos, si bien su desarrollo de una prístina melodía lo pone a medio camino entre el folklorismo imposible de Popol Vuh y alguno de aquellos trabajos primitivos de Brian Eno con Robert Fripp. Después llega Power of Persuasion, que casi parece un tema incidental sacado de una película de terror de John Carpenter. Sleep Dealer es otra marcianada, una pieza prácticamente robótica con sampleados de gemidos. 

No es broma. Es el vídeo oficial de Sleep Dealer.

Remember es muy poderosa gracias a su uso de pedales ("drones", en inglés), que producen un acusado efecto ambiental y épico muy apropiado para alguna escena nocturna de Blade Runner. La homónima Replica cuenta con un teclado algo más orgánico, analógico, desarrollando un ambiente melancólico -que no deprimente- muy logrado. Nassau es bastante difícil de describir, ya que parece emerger de un tema previo que ha sido roto en pedazos y reconstruido a base de sampleados. La ambiental Submersible, más por su título que por otra cosa, hace pensar en un largo viaje subacuático. Up es de lo más movido del álbum, otro collage de sonidos sampleados y percusiones sobre fondos exultantes. 

Vídeo oficial de Replica.

Child Soldier parece una colección de efectos sonoros de videojuegos entretejida con voces computerizadas. Podría haber una lejana influencia de The Art of Noise o del Zoolook de Jarre. El álbum concluye con Explain, que recuerda vagamente a alguna de las piezas anteriores sin que esté uno seguro de cuál, con coros computerizados muy a lo Schulze y una atmósfera ambient logradísima.

Otras variantes de la misma portada.

El disco completo no pasa de los 40 minutos, pero precisamente por eso puede disfrutarse enterito de una sentada. Los temas son lo suficientemente distintos entre sí como para hacer de su escucha una experiencia bastante variada, aunque hay una sensación de continuidad muy clara a lo largo de todo el trabajo. Por supuesto, siempre podemos quejarnos de que, en lugar de largas suites cambiantes de aquellas que ocupaban 25 minutos en los LPs de los setenta, aquí tenemos temas cortos perfectamente divisibles; una pequeña concesión, pienso yo, que incide en la juventud del autor y facilita el acercamiento a su música de un público también joven que comienza, dentro de círculos de música alternativa y alimentado por el boca-a-boca, a difundirla. Prestémosle atención, que son 40 minutejos. Y está en Spotify.

Por cierto, a los curiosos les interesará saber que la inquietante portada corresponde a la revista de terror pulp Weird Tales. Es un vampiro mirándose al espejo, obra de Virgil Finlay.

jueves, 16 de agosto de 2012

Vangelis - CHARIOTS OF FIRE. THE PLAY


1. Chariots of Fire (3:29)
2. Physical Energy (3:13)
3. Home in the Glen (3:53)
4. Eric's Theme (4:06)
5. Abraham's Theme (3:03)
6. Harold's Despair (2:25)
7. Belief (4:12)
8. Ballard (3:11)
9. Aspiration (8:09)
10. Eric's Pleasure (5:07)
11. Lord Lindsay (1:37)
12. At the Starting Blocks (3:57)
13. Epilogue (4:26)
14. After the Race (4:37)
15. Jerusalem (3:05)

"Es muy gratificante para mí saber que a través de los años esta música parece haber dado, y todavía da, tanto placer y tantos sentimientos optimistas a tantas personas de todo el mundo. Como siempre, estoy agradecido por su amor y su aprecio."

Vangelis, en el libreto del CD.

El nuevo álbum de Vangelis, lanzado hace menos de un mes, se titula Chariots of Fire. The Play, y es la banda sonora del nuevo montaje teatral londinense sobre la famosa película deportiva del mismo título. Ojo, porque no se trata de una versión musical típica del West End, sino de una obra de teatro más o menos clásica en sus formas, en la que me gustaría mucho saber cómo reproducen la famosa carrera a cámara lenta en el escenario. La música de la película es hoy en día tan famosa que habría sido un error estrenar esta obra sin contar con ella, aunque lo de contar con nueva música compuesta por el mismo Vangelis es todo un lujo.

Vangelis, en una fotografía incluida en el libreto del disco.

Y sí, insisto en que es "nueva" música, ya que el 75% de este álbum ha sido concebido para la ocasión, y el otro 25% tampoco se mantiene tal cual lo escuchamos en la banda sonora original del filme de los ochenta. Para empezar, el tema principal, el que escuchamos con los títulos iniciales (Titles, en el álbum original), ha sido sutilmente retocado con alguna nueva cortinilla electrónica, si bien la inmensa mayoría del mismo es la de siempre. También nos encontramos con una versión retocada del triunfal Eric's Theme, aquí con el sonido computerizado de una especie de gaita, que subraya el carácter británico de la pieza, enlazando a su vez con la muy céltica Home in the Glen. Abraham's Theme permanece (hasta donde yo he notado) inalterada, así como Jerusalem, pieza no compuesta por el griego. No están aquí ni Five Circles ni 100 Metres, a no ser que en mi todavía poco profunda escucha del álbum me las haya saltado. Y por supuesto, tampoco está incluido el largo tema Chariots of Fire, que era un batiburrillo de piezas pequeñas en la B.S.O. original, y que Vangelis ensambló a modo de suite para su publicación en disco. 

Imagen de la obra teatral (de bloomberg.com).

Lo que contiene Chariots of Fire. The Play se acerca mucho más a lo que podríamos llamar una "banda sonora convencional" que aquella estructura tan rara del anterior trabajo. Aunque los temas están enlazados unos con otros como en casi cualquier disco del músico griego, la impresión general es que se ha mantenido el orden narrativo de la obra teatral, lo que la convierte en un álbum un poco más simple que su hermano mayor, más supeditado a su función ambiental que a la mayor gloria de Vangelis. 

Trailer de la obra teatral.

La nueva música es harto interesante sobre todo por un motivo: el compositor realiza en muchos casos un afortunado acercamiento a aquella época pasada de su carrera, la de las primeras colaboraciones con Jon Anderson, la de Opera Sauvage o China, la del álbum del que es heredera. El Vangelis ultrasinfónico y coral queda aquí al margen, en favor de unos sonidos de sintetizador más a palo seco, menos tratados, menos fáciles de confundir con un sonido orquestal genuino. Por ejemplo, el tratamiento que hace del tema Physical Energy recuerda fuertemente al Curious Electric de Short Stories (1980). En general, y salvo por algún fuerte golpe de platillos, este Vangelis es mucho más modesto y contenido que el de sus últimas grandes obras, pongamos Mythodea o Alexander. Esto podría incluso deberse al carácter minimalista de la puesta en escena de la obra teatral, ante la que podría resultar chocante una música demasiado recargada.

Imagen de la obra teatral (de bloomberg.com).

No obstante, las piezas más intimistas sí que recuerdan más directamente al Vangelis de los últimos años, de los noventa incluso. Temas como Harold's DespairBallard o At the Starting Blocks poseen la sutileza de los momentos más sosegados de Voices o El Greco. A medio camino entre la grandiosidad de los temas potentes y la sutileza de los íntimos se encuentra el que, en mi modesta opinión, podría ser el nuevo gran tema del álbum: Lord Lindsay, cortito pero con mucho carácter, y otra vez con unos arreglos rítmicos muy del Vangelis de los ochenta. Otra pequeña sorpresa es After the Race, una versión juguetona del tema principal de los títulos.

Como creo que no hay mucho más que decir en cuanto a los temas del álbum, podemos terminar afirmando que Chariots of Fire. The Play es una excelente forma de regresar a aquel disco tan mítico y que tantas alegrías (y beneficios) otorgó al músico. No es el primero dentro de los grandes músicos instrumentales contemporáneos que se ha homenajeado a sí mismo, y tampoco el primero que retoma uno de sus álbumes clásicos y lo "reinventa", pero en este álbum Vangelis sale bastante bien parado. En plenos Juegos Olímpicos de Londres, con estas melodías sonando en las entregas de medallas, el griego ha saltado de nuevo a la palestra para autoafirmarse con un disco que, si bien no satisfará del todo a quienes esperábamos un nuevo paso en la evolución de su estilo (lleva unos años estancado), sí que supone un más que digno nuevo título que añadir a su excelsa discografía. Quizá la próxima vez... 

En Spotify.

Aspiration, uno de los poquitos cortes del CD que hay colgados en YouTube.

lunes, 13 de agosto de 2012

Los "hijos" de Hans Zimmer empiezan a hacerle sombra.

Aunque parezca que algo así va contra natura, el bueno de Zimmer fundó una compañía dedicada a la composición prácticamente industrial de bandas sonoras de cine. En principio se llamó Media Ventures, aunque por motivos legales ha sido rebautizada como Remote Control Productions. Cosa fea lo de fabricar partituras originales en serie, pero el caso es que el 50% o más de los músicos que trabajan en las grandes producciones norteamericanas actuales lo hacen bajo este sello.

Hans Zimmer con sus cacharros (de www.hans-zimmer.ch).

Por supuesto, todos los aficionados al género sabemos que de unos años a esta parte, yo apuntaría que más o menos desde los tiempos de Gladiator (2000), hay una serie de músicos que han adoptado de modo manifiesto el estilo impuesto por Zimmer: golpes de percusión que suenan como explosiones atómicas, coros enormes y algo pomposos, melodías muy simples de corte casi militar, y un uso discreto pero visible del sintetizador mezclado con la orquesta sinfónica correspondiente. Gente como Klaus Badelt (Piratas del Caribe) o Steve Jablonski (Transformers) son responsables de las obras más prosaicas y prescindibles del colectivo de "creadores", y su influencia es tal que este estilo grandilocuente pero vacuo se ha impuesto como la tendencia dominante en la actualidad de Hollywood, genios supervivientes del pasado aparte.

Otros nombres en la firma son John Powell, Henry Jackman, Mark Mancina, Trevor Rabin o Geoff Zanelli, responsables unos u otros del moderno sonido del blockbuster palomitero. Y sin embargo ha habido dulces aportaciones del colectivo que, bien por tratarse se brillanteces pasajeras, bien por haber sido ejercicios de ego independientes del sonido oficial de la marca, merecen una mención aparte. Ahí está la  muy interesante El reino de los cielos de Harry Gregson-Williams; y sobre todo algún rotundo acierto del propio Hans Zimmer, como su muy respetada La delgada línea roja y la sorprendente El código Da Vinci, que no me cansaré de reivindicar. Últimamente ha habido sorpresas.

Journey to the Line, para muchos el mejor tema de Hans Zimmer.

Por un lado tenemos el estreno de El caballero oscuro: la leyenda renace (The Dark Knight Rises), tercera entrega de la saga de Christopher Nolan sobre Batman, en la que Zimmer aparece por primera vez como compositor en solitario. Tanto en Batman Begins como en El caballero oscuro estaba también presente James Newton Howard, un músico que -hasta donde yo sé- no forma parte del colectivo Remote Control.


Las tres primeras portadas corresponden a las dos primeras películas. La cuarta es la nueva.

Este señor ha realizado trabajos musicales para el séptimo arte tan meritorios como las partituras de SeñalesKing Kong y, sobre todo, El bosque. Él aportaba el lado sensible de ambas composiciones sobre el hombre murciélago, el lado misterioso y dramático, logrando un equilibrio bastante aceptable respecto a la obsesión de Zimmer por los golpes de orquesta explosivos y fanfarrones.

Rise.

En la última de Batman, no obstante, no encontramos ante una banda sonora centrada en ofrecer apoyo sonoro (no me atrevería a llamarlo "musical") a las imágenes de la película. Follón y más follón, tachán tatatachán sin pies ni cabeza, salvo por esas dos notas que Zimmer ha convertido en nuevo leitmotiv del superhéroe de DC. Le han llovido las críticas, y creo que con mucha razón, ya que aquí se ha cruzado la tenue barrera que separa la música del efecto sonoro más estridente y obvio.

Portada de la banda sonora original de Prometheus.

Y luego llega Marc Streitenfeld, en teoría uno de los segundones, y deslumbra con la banda sonora original de Prometheus. ¿La fórmula? Una partitura completa con diferentes ambientes y tonalidades que recuerda, sin plagiarla, a la original de Jerry Goldsmith para Alien, de la que Prometheus es una precuela indirecta. No estamos hablando de una banda sonora con especial interés de cara a escucharla como álbum musical independiente (por eso no he visto oportuno redactar una crítica al uso), pero es un excelente trabajo de música incidental que también en esto se aproxima a lo realizado por Goldsmith.

Un trocito más o menos luminoso de Prometheus.

En fin, Hans Zimmer se echa al monte intentando despertar emociones épicas primarias con cortes de su  tercer Batman como el conclusivo Rise, y en el resto del trabajo no escuchamos más que ecos de los puñetazos que da y recibe el villano Bane. Y mientras, su "ahijado" Streitenfeld hila fino y coloca su sutil y efectiva música entre los aspectos mejor valorados de Prometheus. No estaría mal que Zimmer se llevase unos cuantos palos más si continúa en esta línea, porque es un músico que en momentos aislados ha hecho grandes cosas, y últimamente se columpia demasiado con su parafernalia dinamitera orquestal. Veremos lo que hace con la nueva versión de Superman, titulada Man of Steel, para la que ha sido confirmada su participación.

Portadas de las bandas sonoras de Juego de tronos.

No puedo dejar de mencionar entre los valores en alza de Remote Control a Ramin Djawadi. Meramente eficiente en su partitura para Iron Man y decepcionante en Furia de titanes (sus dos títulos más conocidos), últimamente está metido en la cabeza de muchos teleadictos de todo el mundo gracias a su trabajo en la exitosa serie Juego de tronos. No solamente ha compuesto una sintonía de cabecera pegadiza y apropiada como pocas, sino que el resto de música incidental de las dos temporadas emitidas hasta ahora irradia sobriedad, clasicismo e inteligencia a la hora de recrear los diversos ambientes y territorios de los Siete Reinos de Poniente. Es un trabajo parecido en sus planteamientos, si bien lejano en su escala, mucho más modesta, al realizado por Howard Shore en el mundillo de Tolkien. ¿Será flor de un día? Ya veremos.

La ya mítica cabecera de la serie.

viernes, 10 de agosto de 2012

QE2 "Deluxe" y cerramos el largo capítulo Oldfield.

Mike Oldfield en una imagen promocional, incluida en el libreto de Two Sides.

Ya hemos podido escuchar la edición "Deluxe" de QE2, el álbum original de 1980, que salió a la venta hace un par de semanas. El sonido del primer disco es tan bueno como podría esperarse tras una remasterización a estas alturas; y el segundo vuelve a contener un concierto completo, en este caso del European Adventure Tour. Estupendo documento con muy buenos momentos, si bien es cierto que el concierto en cuestión no es especialmente distinto (a nivel de instrumentación e interpretación) de otros muchos que llevan años circulando entre los aficionados en forma de bootlegs. Creo que el incluido en Platinum era más interesante,  seguramente porque en su gira correspondiente quedaba todavía mucho de la filosofía perfeccionista de los espectáculos plasmados en Exposed, mientras que la gira de presentación de QE2 simplificó notoriamente las cosas. Pero insisto: como documento para atesorar por los seguidores de Mike Oldfield, es un CD perfecto. 

Portada de la edición Deluxe de QE2.

Respecto a los temas extras del primer disco, me quedo sobre todo con Polka, una de las caras B imprescindibles de la época. La versión single de Wonderful Land tampoco tiene mayor importancia, dado que consiste en un sutil recorte de la versión del álbum. La sorpresa, no sé si buena o mala, es la remezcla inédita de Sheba, titulada Shiva, como el dios hindú, con Mike en persona recitando una serie interminable de textos por encima de la pieza original. Recuerda un poco en sus conceptos a la que fue cara B de Moonlight Shadow en 1983, Rite of Man, aunque no entiendo muy bien las motivaciones del nuevo tratamiento. QE2 Deluxe está en Spotify.

Contraportada.

El segundo asunto que nos interesa aquí es el nuevo recopilatorio, Two Sides: The Very Best of Mike Oldfield. Tras la aparición del músico en los Juegos Olímpicos, el Tubular Bells de toda la vida ha vuelto a entrar en la lista de ventas británica, y este doble CD que nos ocupa se ha ido nada menos que al número 6.

Two Sides puede entenderse desde dos puntos de vista, quizá no del todo irreconciliables. El primero lo definiría como un trabajo oportunista dada la coyuntura, con una portada más bien fea y una selección de temas bastante extravagante que, por supuesto, reserva muchísimo espacio a los temas pop más conocidos de Oldfield. Desde esta concepción, Two Sides quiere ser un disco para que los recién llegados conozcan la vida y milagros de este señor.

Portada de Two Sides.

El otro punto de vista le concede un buen margen de interés. La selección de temas ha sido realizada por el propio Mike Oldfield y ,salvo por el chorro totalmente obvio de canciones pop, parece que el músico ha sido sincero. El libreto contiene una explicación sorprendentemente detallada, en primera persona, de por qué ha seleccionado esta o aquella pieza, cosa nada habitual en un músico muy poco dado a comentar detalles sobre sus propias obras. Es de agradecer la sinceridad, ya que Oldfield incluye extractos hasta ahora nada típicos en antologías, como la mejor parte de Crises, un trozo de The Lake y unos veinte minutazos del sublime Amarok. Respecto a este último, Mike Oldfield lo reivindica como un trabajo a la altura del mismísimo Tubular Bells, y quizá tenga la certera intención de que el público que en su día lo ignoró pueda redescubrirlo ahora y ponerlo donde se merece, también en lo popular. Más curiosa es la abultada presencia de cuatro temas de The Millennium Bell, disco que el propio Mike califica como "un fracaso crítico y comercial" y que también reivindica. Creo que aquel álbum fue denostado más por su portada y su título que por su contenido, en su mayoría más que salvable, y Oldfield hace bien en contar con él para esta recopilación. La pena es que se salte álbumes clásicos como Hergest Ridge, Incantations, Platinum y QE2, quedando también sin voz otros como Tubular Bells III o Tres Lunas.

Imagen de Oldfield en el concierto de presentación de Tubular Bells II, incluida Two Sides.

Pienso que se podría haber abreviado el extracto del ya trilladísimo Tubular Bells Part One, que se podría haber elegido un pedazo menos manido de Ommadawn y que se podría haber sido algo más selecto con los temas pop... Pero hay aciertos tremendos como esa brillante segunda mitad de Crises, el ya mencionado Amarok, buenos extractos de Music of the Spheres, el Sentinel original de Tubular Bells II (en vez del radio-edit al que suele recurrirse) y un par de piezas muy selectas de The Songs of Distant Earth, amén de temas sueltos de Voyager, Guitars y Light + Shade. Si llega a pulirse un poco más la selección para el doble CD, quizá estaríamos hablando de una colección bastante acertada de los momentos más espectaculares de cada trabajo de Oldfield. El mayor fallo del álbum, el que lo hace prescindible para los seguidores del músico, es la ausencia de temas nuevos y/o compuestos para la ocasión, por más que la versión americana de Magic Touch y la versión en vivo de Tattoo puedan tener su aquel.

El álbum oficial de los JJOO. Incluye esa curiosa versión de Tubular Bells e In Dulci Jubilo.

Por último, mencionar también la presencia de los temas de los Juegos Olímpicos en el doble CD Isles of Wonder, y el estuche Classic Album Selection, que contiene los seis primeros álbumes de Mike Oldfield en funditas digipack que imitan carpetas de vinilos, muy cucos, todo un regalazo si queremos descubrir a alguien la música de este señor. Y a muy muy buen precio, la verdad.

Los álbumes incluyen los temas extras de las reediciones recientes.

Oldfield dice preparar ahora un álbum de rock con guitarra, bajo, batería y órgano Hammond. Conociéndolo, no sería raro que al final se convirtiese en un disco chill-out, en una sinfonía clásica o en Tubular Bells IV, pero ya veremos lo que sale del asunto.  Este tío es como los Rolling Stones: lleva décadas  diciendo que su próximo álbum será el último, pero nunca se va del todo. Pues que siga, hombre, que siga.

viernes, 3 de agosto de 2012

Vangelis - CHARIOTS OF FIRE


1. Titles (3:34)
2. Five Circles (5:23)
3. Abraham's Theme (3:18)
4. Eric's Theme (4:20)
5. 100 Metres (2:05)
6. Jerusalem (2:47)
7. Chariots of Fire (20:41)

Ya no tengo escapatoria. Carros de fuego fue la película triunfadora en la gala de los premios Oscar correspondiente al año 1981. El cine británico se encontraba en un momento de gran popularidad gracias a su ritmo pausado y sus temáticas "alternativas", más profundas que la mayoría de productos norteamericanos del momento, en general enfocados al entretenimiento. La calidad de los intérpretes, la originalidad de los realizadores y, sobre todo, el detallismo de su puesta en escena hicieron de Carros de fuego una representante ideal de los valores de aquel cine. Esta película en concreto añadió, además, un componente experimental importante que tuvo un peso decisivo en su éxito: contar con una banda sonora realizada mediante sintetizadores, pese a tratarse de un filme de época. Ganó el Oscar en su apartado, como todo el mundo sabe.

Cartel promocional de la película (de http://www.soundtrackcollector.com).

El director Hugh Hudson conoció a Vangelis Papathanassiou cuando el músico trabajaba en sus estudios Nemo londinenses. Parece que el encargo se produjo poco más o menos durante un encuentro casual en sociedad, cosa que hoy en día habría sido difícil, dada la creciente reclusividad del barbudo heleno. Vangelis ya contaba con una buena lista de éxitos a sus espaldas que avalaba sus habilidades como creador de partituras para cine y televisión, aunque Carros de fuego iba a ser su primer proyecto de gran envergadura internacional en este campo de la "música aplicada".

La portada primigenia del álbum, antes de que se le añadiese la estatuílla del Oscar.

Vangelis concibió Chariots of Fire como una especie de paréntesis dentro de su trayectoria en la música experimental, cósmica, de sus años setenta. Se trataba, por una parte, de que las piezas a componer encajasen bien con la Inglaterra georgiana de principios del siglo XX; y por otra parte, de que se notase en seguida la presencia de los sintetizadores, de los secuenciadores, de la vanguardia electrónica a la que el griego pertenecía. Pese a que Chariots of Fire es hoy en día un disco no especialmente bien valorado entre los seguidores de Vangelis ni entre los expertos en bandas sonoras de cine, sí que se trata del trabajo más conocido del músico, su aportación más imponente a la cultura de masas de nuestro tiempo. ¿La razón?

Diseño para la última reedición, la del 25 aniversario.

Su tema principal, que es prácticamente un himno no oficial del mundo del deporte y que conoce hasta el último ser humano del planeta. Hace mucho que vi la película, pero ciertamente es imborrable su escena inicial, esa en la que un grupo de jóvenes atletas corren por la playa durante un entrenamiento, a cámara lenta, con esa fastuosa melodía de Vangelis que parece fluir naturalmente de la epicidad slow-motion del momento, de cada pie descalzo que arranca pedazos de arena húmeda, de cada gesto de placer en los rostros de los corredores, de cada músculo que se tensa por el esfuerzo.

Este vídeo contiene la secuencia inicial de la película, intacta.

Y este otro vídeo es el promocional de la banda sonora, con Vangelis fumándose un puro mientras otros hacen deporte.

El problema con el álbum es que, por una parte, no ofrece aparentemente a un Vangelis arriesgado (recordemos que venía del rarísimo See You Later) que entusiasmase a los fans; y por otra, que la estructura del disco lo hace muy poco manejable para quien pudiese apreciarlo como banda sonora de cine al uso. Respecto a lo primero, es cierto que Vangelis se limita a crear melodías sencillas y arroparlas con sus efectivos golpes de teclados y efectos sonoros planeadores, y no deja de ser cierto que la melodía principal ya se intuía prácticamente igual en un fragmento muy conocido de su álbum de 1975 Heaven and Hell, adoptado por Carl Sagan para la serie Cosmos. Respecto a lo segundo, aquí se cumple perfectamente aquello de lo que suele acusarse al compositor de la obra: que sus temas aislados son estupendos, pero que no consigue reutilizarlos a lo largo de la partitura de modo que la doten de coherencia interna. Para colmo, Vangelis ordena los temas en el vinilo de manera que la primera cara cuenta con seis piezas cortas muy sencillitas, correspondientes sobre todo a los hermosos leitmotivs de los personajes, junto con la inclusión del himno religioso de William Blake Jerusalem (que ni siquiera tendría por qué haberse publicado aquí); y la segunda cara contiene una larga suite en la que se recoge todo el resto del material musical, en un orden muy adecuado para su escucha, pero en absoluto relacionado con su presencia en la película.

Portada de la reedición del 25 aniversario.

Efectivamente, la edición en disco de Chariots of Fire es mucho más un álbum de Vangelis que la banda sonora de una película, hasta el punto de que algunas piezas -el tema principal inclusive- resulte notoriamente distinto en película y disco, estando mucho más elaborado en el segundo caso. Circula por ahí una edición bootleg del álbum que contiene la música auténtica de la película, y que es mucho más recomendable para los cinéfilos que la banda sonora oficial.

¿Y qué opino yo? A mi me encanta Chariots of Fire, aunque entiendo muchas de las críticas antes mencionadas. No es el Vangelis galáctico que tanto nos cautivó en Albedo 0.39 o Spiral, sino uno mucho más cercano a la música clásica, a melodías más convencionales y arreglos menos ampulosos. Y sin embargo posee una frescura y una intensidad de las que soy incapaz de quejarme, sobre todo en esa larga suite de la segunda cara del LP, que es uno de los ejercicios de técnica al teclado y de progresión sinfónica más exquisitos de la trayectoria del griego. Me encanta su piano clásico, me encanta su premeditado saborcillo anticuado, me encanta que Vangelis no se fuese por las ramas a la hora de dotar a la película exactamente de la atmósfera que se le pedía. No es el álbum de Vangelis que más a menudo me apetece escuchar, quizá porque su sencillez no soporta tantas escuchas como otras obras más complejas, y sin embargo sigo siendo capaz de embelesarme con ese tema principal que pone la carne de gallina, por más parodias que se hayan hecho sobre él, por mucho que se haya abusado ya desde su lanzamiento original como sintonía televisiva o recurso publicitario.

La contraportada incluye la dedicatoria de Vangelis a su padre Ulysses, que había sido atleta.

Chariots of Fire fue durante casi veinte años la banda sonora de cine más vendida de la historia, oficialmente por encima incluso de Star Wars, y solamente superada por el coyuntural éxito del Titanic de James Horner. Aunque no fue una obra del todo pionera a la hora de utilizar la electrónica en el cine (recordemos por ejemplo La naranja mecánica o El expreso de medianoche), sí que demostró que la música generada mediante sintetizadores podía aplicarse, si el talento de sus creadores así lo permitía, para cualquier género cinematográfico. Además, sería inabarcable la cantidad de trabajos de música clásica contemporánea, new age y similares que arrancaron como derivados de su éxito colosal. Como obra musical es una joya, y como documento capital de la música y el cine de nuestro tiempo, es un título imprescindible. Está en Spotify.
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