sábado, 25 de febrero de 2012

Brevísima historia de la música en los Oscars (IV)

Terminemos con esto como es debido. 

Alan Menken

Gustavo Santaolalla

Como decíamos hace un rato, los Oscars de los años noventa llegaron marcados por los éxitos constantes de los clásicos Disney en el apartado de mejor partitura y en el de mejor canción, tanto que la Academia optó por rescatar aquella división entre las categorías de "partitura de drama" y "partitura de comedia" que no se veía desde los años sesenta. Además de La sirenita, resultaron premiadas La bella y la bestia en 1991, Aladdin en 1992, El rey león en 1994 y Pocahontas en 1995. Todas estas estatuíllas fueron a manos de Alan Menken (¡que tiene 8 oscars entre partituras y canciones!) menos El rey león, que es hasta ahora el único Oscar logrado por Hans Zimmer. Seguramente le caerá algún otro antes o después.

Un ejemplo instrumental de La bella y la bestia.

Un trocito de El rey león.

Aparte de Menken, metieron sus cuñas los veteranos John Barry con Bailando con lobos (1990) y de nuevo John Williams, con La lista de Schindler (1993). Williams también podría habérselo llevado perfectamente por Jurassic Park ese mismo año, pero todo quedó en casa del barbudo.

Tema central de La lista de Schindler, con el violín de Itzhak Perlman.

Rachel Portman fue la primera mujer en lograr el Oscar a la mejor banda sonora por su partitura para Emma (1996), el mismo año en que triunfó Gabriel Yared por El paciente inglés, en las categorías de comedia y drama respectivamente. Ninguna de las dos es especialmente recordada hoy, aunque sobre todo la segunda es de un nivel tremendo. Un año después, en 1997, otra mujer triunfó con The Full Monty, otra partitura de escasos vuelos populares a cargo de Anne Dudley, miembro -por otra parte- de The Art of Noise. El pelotazo del año, y de la década en términos de ventas y popularidad, fue Titanic, a cargo de James Horner, que ganaba su primer galardón. Debió ganarlo más bien por WillowBraveheart, pero bueno.

Tema inicial de Emma.

El paciente inglés, con la voz de Marta Sebestyen.

Un cachito de Titanic.

Stephen Warbeck añadió Shakespeare in Love (1998) a la lista de partituras olvidadas tras lograr el Oscar, en la que todavía faltaba El violín rojo de John Corigliano un año después, mientras que Nicola Piovani -esta sí es buena de verdad- ganó en su categoría por La vida es bella.

La vida es bella.

Pese a que la favorita en 2000 era a todas luces la quizá excesiva Gladiator de Hans Zimmer y Lisa Gerrard, ganó el Oscar la muy étnica Tigre y dragón, del chino Tan Dun, que después se vería embrollado en un asunto de autoría cuyo final desconozco. Y comenzó la gran época de Howard Shore con la saga El Señor de los Anillos, logrando el galardón por la primera y tercera entregas, en 2001 y 2003. La segunda entrega, titulada Las dos torres, también debió ser premiada o al menos nominada, aunque probablemente se prefirió obviarla para no pasarse con los premios. En 2002 ganó Frida, de Elliot Goldenthal, que casi nadie recuerda, y eso que también andaba por allí un muy potente Philip Glass con Las horas.

Tema inicial de Tigre y dragón.

Sin querer dejar de mencionar los galardones logrados por Jan A. P. Kaczmarek por Descubriendo Nunca Jamás (2004), Dario Marianelli por Expiación (2007) y Michael Giacchino por Up (2009) y sobre todo a A. R. Rahman por la imaginativa partitura de Slumdog Millionaire (2008), podemos afirmar que el último hombre fuerte de la década fue el argentino Gustavo Santaolalla, que logró dos victorias consecutivas gracias a Brokeback Mountain (2005) y Babel (2006), sin grandes alardes en ninguno de los casos más allá de la correcta ambientación de ambas películas. Hubo polémica, por supuesto, con aquello de "Ennio Morricone nunca ha ganado uno y ese tal Santaolalla tiene ya dos".

Un extracto de Expiación.

The Wings, de Brokeback Mountain.

En 2010 ganó la electrónica y vanguardista La red social, de Trent Reznor y Atticus Ross, y este domingo, en la ceremonia correspondiente al año 2011, compiten estos cuatro señores:



- John Williams, que va directo a por el récord de nominaciones de Alfred Newman con otra dos: Las aventuras de Tintín y War Horse (Caballo de batalla), ambas excelentes pero probablemente condenadas al consuelo de la doble nominación no premiada.


- Ludovic Bource (para mí un desconocido) que con The Artist tiene el 99% de probabilidades de ganar, primero por ser esa la película favorita en términos absolutos, segundo por ser este un muy buen trabajo de corte "retro", y tercero al ser una contribución eminente al resultar esencial en una película muda.


- Howard Shore, con La invención de Hugo, un trabajo muy muy bonito, afrancesado en plan Amelie pero con voz propia, y alejado del mero acompañamiento incidental que han sido casi todos sus trabajos previos para Martin Scorsese.


- Y el español Alberto Iglesias por El topo, una partitura minimalista con un toque de jazz, meritoria por fresca y original, y por su poder de fascinación estética aunque, por su propia naturaleza ambiental, es poco "visible" dentro de la película. Lo tiene crudo, pese a ser ya la tercera nominación para el músico de San Sebastián tras El jardinero fiel (curiosamente otra adaptación de John le Carré, como El topo) y Cometas en el cielo. Le deseo mucha suerte.

Brevísima historia de la música en los Oscars (III)

Vamos con los años setenta y ochenta.

Marvin Hamlisch

Jerry Goldsmith

Como comentábamos en la entrada anterior, en los sesenta el cine y cuanto lo rodeaba se volvió más "diverso" gracias a la influencia del pujante cine europeo de autor, y en Hollywood se abrieron de orejas para dar cabida a propuestas bastante originales de cara a las bandas sonoras de los mejores títulos. En 1970 se llevaron los Oscars Francis Lai con Love Story y The Beatles con Let It Be en una categoría que se llamó más o menos "Mejor partitura a base de canciones". El año siguiente fue el de Michel Legrand con otra obra tirando a pequeñita, con el piano dominando, Verano del '42.

El tema más famoso de Verano del '42.

El mismísimo Charles Chaplin y varios co-autores ya entonces fallecidos se llevaron el galardón en 1972 por Candilejas, pese a que había sido estrenada en todas partes menos en Los Angeles veinte años antes. El camino se le allanó bastante tras la descalificación de la partitura de El Padrino, que incluía un tema compuesto para una película anterior a la de Coppola, el famoso vals para ser exactos.

Candilejas, de Charles Chaplin, Raymond Rasch y Larry Russell.

Tras las victorias en ambas categorías (partituras original y adaptada) de Marvin Hamlisch en 1973 gracias a Tal como éramos y la reutilización de piezas "ragtime" de Scott Joplin para El golpe, el compositor italiano habitual de Federico Fellini, Nino Rota, logró su merecido premio con El Padrino, parte II en 1974. Tuvieron buen cuidado esta vez de que no sonara el dichoso vals, por lo menos en la edición discográfica de la banda sonora.

The Immigrant, de El padrino, parte II.

Los años siguientes marcaron el espectacular regreso del pleno sinfonismo gracias a John Williams con Tiburón en 1975 y La guerra de las galaxias en 1977, aunque otro músicos de renombre también se llevaron el gato al agua. No nos olvidemos del único Oscar del gran Jerry Goldsmith por La profecía (1976), o la predominantemente electrónica partitura de El expreso de medianoche (1978), de Giorgio Moroder.

Suite de La profecía.

El primer título memorable en los ochenta fue Carros de fuego (1981), de Vangelis, que encima logró un éxito en ventas sin precedentes. No a todo el mundo le sentó bien aquella victoria, quizá coyuntural por lo innovador del tratamiento electrónico y new age, que dejó tirada a En busca del arca perdida; y el año siguiente cayó otro eunuco en manos de John Williams, esta vez por E.T. el extraterreste.

Así comienza la película Carros de fuego. Inolvidable.

Tema de los créditos finales de E.T..

Los ochenta fueron fabulosos en lo que respecta a las bandas sonoras premiadas en los Oscars, y pese a que me estoy alargando, no puedo dejar de mencionar el Pasaje a la India de Maurice Jarre en 1984, las Memorias de África de John Barry en 1985 (ya llevaba tres galardones), El último emperador de Ryuichi Sakamoto, David Byrne y Cong Su en 1987 y el estupendo trabajo de Bill Conti (el autor de la famosa melodía de Rocky) en Elegidos para la gloria, quizá demasiado parecida en varios puntos a alguna pieza de Tchaikovsky...

El tema principal de Elegidos para la gloria. Muy épico y a la americana.

Concluimos la década con dos apuntes: la maldición que debió caer sobre quien votó a Round Midnight de Herbie Hancock (contra él no tengo nada, que conste) para que venciese a la insuperable La misión de Ennio Morricone en 1988; y el triunfo musical de la productora Walt Disney con su oleada de clásicos animados supertaquilleros de la época, que comenzó con La sirenita de Alan Menken en 1989 y siguió aplastando a la competencia por el Oscar en los primeros años noventa. 

Terminamos en la próxima entrada.

jueves, 23 de febrero de 2012

Brevísima historia de la música en los Oscars (II)

La década de los cincuenta es considerada como una de las "edades de oro" del cine de Hollywood, donde surgieron algunos de sus mayores mitos y estrellas, arropados por la magnificencia del cinemascope y el technicolor. Aquí ya contamos con bandas sonoras que permanecen como clásicos imprescindibles y conocidísimos de nuestro tiempo. 

Franz Waxman

Uno de los compositores más apreciados de la época es Franz Waxman, que ganó en 1950 y 1951 con El crepúsculo de los dioses y Un lugar en el sol, respectivamente. Algunos expertos sitúan la segunda entre las obras para cine de más calidad jamás realizadas.

Un lugar en el sol.

Otro nombre infaltable es el de Dimitri Tiomkin (casi todos los grandes de esta generación eran centroeuropeos o del este, emigrados por diversos motivos), que ganó en 1952 por Solo ante el peligro, en 1954 por Escrito en el cielo y en 1958 por El viejo y el mar. Su nombre suele estar ligado al western, género al que aportó varias gemas.

Dimitri Tiomkin

En la categoría de comedia o musical, de nuevo Alfred Newman se llevó varios galardones a casa (por El rey y yo, entre otras películas), aunque hubo otros autores que lograron su premio con obras tan famosas como Siete novias para siete hermanos u Oklahoma. Destacó también bastante el trabajo de Andre Previn, ganador por Gigi y Porgy and Bess.

Andre Previn

Personalmente, mis favoritos de la década son trabajos para películas épicas, como la inmortal melodía silbada de El puente sobre el río Kway (1957), de Malcolm Arnold; el gigantismo avasallador de Ben-Hur (1959), de Miklós Rózsa; o la solemnidad de Éxodo (1960), de Ernest Gold. Tampoco nos olvidemos del Oscar concedido póstuma aunque muy merecidamente a Victor Young por La vuelta al mundo en 80 días, que es antepasada directa de la ganadora de 2010, Up, de Michael Giacchino. Unas selecciones:

La marcha del coronel Bogey de El puente sobre el río Kwai.

Música previa a la carrera de cuádrigas en Ben-Hur.

Tema central de Éxodo.

Escena de La vuelta al mundo en 80 días, en la que suena su tema más conocido.

En los sesenta se produjo un cierto declive en la respuesta del público más culto hacia el cine americano, sobre todo a causa del empuje de las vanguardias europeas (italiana y francesa sobre todo), más dadas a un cine con menos control corporativo. La música compuesta en estos años es mucho más diversa que antaño, más abierta a influencias como la de la música pop, que estaba en auge (en 1969 ganó Burt Bacharach por Dos hombres y un destino), aunque todavía muy aferrada a los modelos grandilocuentes de la década anterior. Hicieron su agosto en estos años, en lo que a Oscars se refiere, gente como John Barry con Nacida libre (1966) y El león en invierno (1968) o Maurice Jarre con las películas épicas de David Lean Lawrence de Arabia (1962) y Doctor Zhivago (1965).

Tema inicial de Nacida libre. También hubo una versión cantada.

Tema de los títulos de Doctor Zhivago.

El género musical siguió premiando clásicos de siempre como West Side Story, My Fair Lady, Mary Poppins y Sonrisas y lágrimas. Es bueno señalar que en aquella década, y casi en cada edición, cambiaban el nombre de la categoría, existiendo algunas como "mejor partitura sustancialmente original" para acoger a obras con cierto contenido preexistente, o "partitura para una película no musical". Unas muestras notables del musical sesentero:

Escena inicial de West Side Story, con música original de Leonard Bernstein.

¿Quién no recuerda las canciones de Mary Poppins?

Volvemos prontito con los años setenta y ochenta.

martes, 21 de febrero de 2012

Brevísima historia de la música en los Oscars (I).


Hay por ahí una ceremonia, la de los World Soundtrack Award, que elige cada año las mejores bandas sonoras de cine en distintas categorías. No será el único galardón específico para premiar esta manifestación musical aunque, no obstante, el Oscar a la mejor partitura original sigue siendo el referente con mayor alcance e influencia. Por supuesto, eso no quiere decir que todos los años se acierte con los nominados, y menos todavía con los ganadores; y sin embargo, el tiempo suele poner las cosas en su sitio y, en muchos casos, la elección que se hizo en un momento concreto resultó ser la buena. Hagamos un pequeño repaso a los galardonados del pasado, y de ese modo podremos comentar muy por encima las tendencias en cada momento de la larga historia de los premios de la Academia de Hollywood.

Alfred Newman

El primer Oscar la mejor música original se concedió en 1934 a la película Una noche de amor, y durante los tres años siguientes, el eunuco dorado fue otorgado más a estudios encargados de las composiciones que a artistas con nombres y apellidos. El primero en disfrutar de este honor fue Alfred Newman, que logró la friolera de 9 premios, el último en 1967 por la adaptación de Camelot. Bueno es recordar que, según le ha ido apeteciendo a la Academia a lo largo de su historia, ha concedido uno o dos premios cada año, uno por adaptaciones musicales de obras previas, y otro a composiciones originales propiamente dichas, o incluso distinguiendo un Oscar a dramas y otros a comedias o musicales. En aquellos primeros tiempos se otorgaban dos galardones: uno a algo que llamaban "scoring" y otro al "original score", aunque invito a los lectores a que me expliquen la diferencia, porque yo no la entiendo muy bien. El año en que ganó por vez primera Alfred Newman, la partitura original ("original score") fue a manos de Erich Wolfgang Korngold, por Robin de los bosques.

Tema de los títulos de Robin de los bosques, por la Orquesta Sinfónica de Moscú.

El año siguiente, 1939, fue el momento de uno de los primeros clásicos del cine cuya melodía todo el mundo conoce: El mago de Oz, de Herbert Stothart. Se apoyaba bastante más en sus temas cantados que en su música incidental, pero aun así el conjunto era estupendo y muy acorde con una película tan colorista. Por cierto, dejó en la cuneta a la no menos conocida partitura de Lo que el viento se llevó, de Max Steiner

Selección de El mago de Oz. Suena la melodía de Over the Rainbow.

Empezó la productora de Walt Disney a hacerse notar por su música en 1940 con Pinocho, de nuevo asentada en melodías vocales inolvidables, previas al barrido total en los premios logrados por la marca del ratón en los noventa. El año siguiente repitieron con Dumbo, ya con la división entre banda sonora de musical y de drama, donde ganó Bernard Herrmann por El hombre que vendió su alma

Una suite con selecciones de Pinocho.

No quiero abusar a la hora de imponer mis gustos personales, pero creo que no tenemos obras realmente inmortales premiadas con el Oscar hasta 1945 con Recuerda, de Miklós Rózsa (drama), y Levando anclas, de Georgie Stoll (musical). En el caso de Recuerda, película mítica de Hitchcock, Rózsa se atrevió nada menos que con el theremin, un instrumento muy vanguardista que resultó perfecto para sus dalinianas escenas oníricas. Ni se sabe lo influyente que pudo ser esta banda sonora para la música electrónica en el futuro a largo plazo.

Tema central de Recuerda.

Para terminar con los años cuarenta, recordar a la ganadora de 1946, Los mejores años de nuestras vidas de Hugo Friedhofer, no muy conocida y algo melodramática para los cánones actuales, pero excelente...

Los mejores años de nuestras vidas.

...y la de 1949, La heredera, del reconocido músico clásico Aaron Copland. Suena claramente una famosa melodía que los productores añadieron sin permiso sobre sus piezas originales, y que hizo a Copland no aceptar la estatuílla.

Tema inicial de La heredera.

Volvemos pronto con los años 50 y 60.

domingo, 19 de febrero de 2012

Passengers - ORIGINAL SOUNDTRACKS 1


1. United Colours (5:31)
2. Slug (4:41)
3. Your Blue Room (5:28)
4. Always Forever Now (6:24)
5. A Different Kind of Blue (2:02)
6. Beach Sequence (3:25)
7. Miss Sarajevo (5:41)
8. Ito Okashi (3:25)
9. One Minute Warning (4:40)
10. Corpse (These Chains Are Way Too Long) (3:35)
11. Elvis Ate America (2:59)
12. Plot 180 (3:41)
13. Theme from The Swan (3:24)
14. Theme from Let's Go Native (3:07)

Como a menudo sucede con propuestas de este tipo, hay dos formas bien distintas de hacer una valoración: ¿se trata de un ejemplo de creatividad e inquietud artística, meritorio al surgir de superestrellas consagradas? ¿O es más bien una muestra de divismo, un capricho de quien piensa que merece la pena grabarse a sí mismo incluso cantando en la ducha y luego venderlo en CD, a sabiendas de que siempre va a haber un número enorme de fans dispuestos a pagar? Pues entre ambas cosas anda Original Soundtracks 1 (1995), del efímero "supergrupo" conocido como Passengers.

¿Hace falta que ponga los nombres debajo?

Como todo el mundo sabe, los "Pasajeros" eran Bono, The Edge, Adam Clayton, Larry Mullen Jr. y Brian Eno; o lo que es lo mismo, U2 y su productor habitual. Según dónde nos informemos, nos dirán que este trabajo fue un proyecto paralelo de U2, o una secuela directa del Music for Films (1978) de Eno en solitario, que ya comentamos hace tiempo en el blog. Yo me inclino más bien por lo segundo, a pesar de que la presencia de los cuatro irlandeses y su fama brutal hacen pensar en lo primero al público general. Lo cierto es que Original Soundtracks 1 debe mucho más a Brian Eno que a los miembros de U2, aunque no necesariamente en la composición e interpretación, donde fueron todos para uno y uno para todos, sino sobre todo en el propio concepto del álbum y hasta su título: una colección de temas electrónicos experimentales, predominantemente instrumentales, para películas en su mayoría inexistentes cuyo título es colocado apócrifamente junto al nombre de cada corte del disco. O sea, como en Music for Films, aunque quizá un poquito menos ambient...

Decoración de la carcasa del CD.

Pero no mucho menos, porque el álbum se grabó en largas sesiones de improvisación, con la ayuda del productor Howie B, y como preámbulo creativo a la grabación del álbum Pop (1997) de U2; a menudo realizando músicas muy abstractas, complicadas e hipnóticas, más difíciles de digerir -salvo excepciones- que los sosegados álbumes aéreos que caracterizan la carrera de Brian Eno. Parece que la cosa iba enfocada a poner música a una película de Peter Greenaway, pero la cosa se fue por otros derroteros. La excepción más notable es la archiconocida Miss Sarajevo, una balada sencilla pero muy épica gracias a su contexto sociopolítico (la guerra en la ex-Yugoslavia) en la que la palma se la lleva la actuación estelar del passenger invitado Luciano Pavarotti, que se come con patatas a Bono. Curiosamente, este tema ha aparecido en recopilatorios de U2, y en general se acepta que pertenece a la banda, pese a formar parte de este otro proyecto. Se utilizó en un documental sobre el conflicto bélico antes referido, y no fue el único tema del álbum que apareció en películas auténticas, ya que también los cortes Your Blue Room y Beach Sequence en Más allá de las nubes, de Michelangelo Antonioni y Wim Wenders, y One Minute Warning en Ghost in the Shell, anime de culto que adapta el manga de Masamune Shirow.

Portada del single Miss Sarajevo.

Los temas de Original Soundtracks 1 están entre lo sorprendente y lo arrogante, en algún caso auténticas rarezas con ritmos, atmósferas minimalistas y ruidos enlatados, así como varias voces modificadas electrónicamente. Bastante fascinante y postmoderno todo ello, aunque los seguidores de U2 pueden llevarse un chasco gordo. Les puede parecer que alguien hubiese cogido los arreglos de fondo de las canciones más noventeras de los irlandeses para construir todo un disco a base de eso, de ásperas nubes sonoras y sampleados. En cualquier caso, prefiero remitirme a este enlace a Spotify, donde podréis descubrir un álbum fundamental dentro de los trabajos más representativos de fin de siglo. Para terminar, adjunto el clip oficial de Miss Sarajevo y un montaje amateur de One Minute Warning sobre imágenes de la película Ghost in the Shell.


miércoles, 15 de febrero de 2012

Klaus Schulze - MIRAGE


1. Velvet Voyage (28:28)
2. Crystal Lake (29:15)

Todos los fans de un músico suelen tener uno o varios discos favoritos y recurrentes con los que comparar el resto de su obra. En el caso de Klaus Schulze, por ahora tengo la impresión de que sus seguidores suelen apuntar hacia este Mirage (1977) como su álbum de referencia. Yo no pierdo nada por ser sincero, y tengo que decir que, aunque no tengo nada contra el disco en cuestión, tampoco me parece destacable del grueso de su discografía; eso sí, teniendo muy en cuenta que Schulze siempre (incluso hoy) mantiene un nivel excelente. Mi favorito personal sigue siendo X, aunque quizá deba dar más oportunidades a Mirage, en vista de su aceptación popular.

Cuando uno empieza a escuchar obras de este estilo musical que acuñaron los alemanes en los setenta, llámese krautrock en términos demasiado generales, Escuela de Berlín para ser más precisos, o música cósmica si hablamos en plata, la tendencia es pensar que todo suena muy parecido. La tendencia era publicar álbumes con un par de temas, cuatro o cinco como mucho, largos, de ritmo empecinado y orientados al trance. Y gustan, por supuesto, pero a la hora de la verdad hay que profundizar muy mucho en cada título, y en cada artista, para empezar a vislumbrar las diferencias entre unos y otros. Klaus Schulze se caracteriza, al menos a mi entender, por ser uno de los músicos del movimiento con más tendencia a la frialdad y a la creación de atmósferas inquietantes. También suele echar mano de algún instrumento acústico, sobre todo el violonchelo.

Mirage podría considerarse un álbum de una segunda etapa dentro de su trayectoria personal, bastante menos oscurantista que sus primeros trabajos Irrlicht y Cyborg; incluso algo tardío respecto a los trabajos más representativos del movimiento, como los pertenecientes a los "años rosas" de Tangerine Dream. No obstante, Mirage no tiene nada que ver con lo que ya tramaba la troupe de Edgar Froese de cara a los ochenta, o Jean Michel Jarre encerrado en casa con sus trastos. Se trata de un trabajo muy electrónico, un juego constante entre ambientes estáticos bien trabajados y ritmos de secuenciador (mitades primera y segunda respectivamente del primer tema, Velvet Voyage), y lentos y fascinantes fraseos cristalinos (segunda pieza, Crystal Lake). Cada uno de los dos temas de Mirage está dividido en distintos movimientos que difícilmente puede uno ir distinguiendo según los escucha.

Interesante vídeo abstracto inspirado en el tema Crystal Lake.

Velvet Voyage se compone en teoría  de los sub-temas 1984, Aeronef, Eclipse, Evasion, Lucid Interspace y Destination Void, mientras que Crystal Lake contendría Xylotones, Chromewaves, Willowdreams, Liquid Mirrors, Springdance y A Bientot. La edición en CD de 2005 incluye un tema extra, In Cosa Crede Chi Non Crede?, que no formaría parte del álbum estrictamente hablando. La verdad es que los fans no se pueden quejar de los remasters de esta discografía, ya que suelen meterles estos temas inéditos que rondan la media hora o más. A eso le llamo yo "bonustrack".

Comentado Mirage, y para concluir, quizá valdría la pena explicar a los neófitos qué tienen de bueno o de interesante estos álbumes tan raros de música electrónica, que tanto se alejan de la música convencional de hoy en día, incluso de la electrónica del momento. Lo que a mi me gusta es tanto los álbumes en sí como las cosas a las que te obligan. Te obligan a relajarte previamente (ojo, no es música de relax) para apreciarlos, porque no son álbumes que contengan detalles: son todo detalles acumulados, puras sutilezas técnicas más allá de melodías o estribillos. Hay que estar tranquilo, libre de obligaciones y totalmente entregado para juzgar con justicia uno de estos trabajos, y no vale andar leyendo revistas o cosas así mientras se escuchan. No sirven como música de fondo para ninguna otra cosa, porque para dejarlos entrar en nuestra mente exigen dedicación absoluta durante el tiempo que duran. Cada álbum y la situación a la que nos invita, esa es la experiencia completa. Quizá sea por la vida tan ajetreada que llevamos muchos, por lo que estos pequeños refugios artísticos nos son tan preciados.

Velvet Voyage.

sábado, 11 de febrero de 2012

John Williams ha cumplido 80 años. Larga vida al Maestro.

El más importante, influyente y conocido compositor de bandas sonoras de todos los tiempos, y uno de los músicos favoritos de este blog, ha cumplido 80 años. Pensar en la cantidad de títulos que lleva a sus espaldas, la mayoría de ellos tan conocidos que forman parte de nuestro día a día como ciudadanos de este planeta, hace tragar saliva copiosamente.


John Williams es la persona que más candidaturas a los Oscar ha conseguido, solamente superado por Walt Disney. Ha ganado 5 estatuíllas doradas en toda su carrera por las partituras originales de Tiburón (1975), Star Wars (1977), E.T. el extraterrestre (1982) y La lista de Schindler (1993), amén de por la adaptación de El violinista en el tejado (1971). Este año acumula dos nominaciones más gracias a Las aventuras de Tintín y Caballo de batalla, ambas tan espectaculares que siguen haciendo palidecer a cualquier posible aspirante a sucesor. No es probable que gane su sexto premio, pero vamos...


Equivocadamente, durante muchos años ha habido detractores que han querido ver en su música una encarnación de los valores grandilocuentes y avasalladores estadounidenses, soltados sobre el resto del mundo, vía salas de cine, en forma de fanfarrias espectaculares "cantabiles" y pegadizas asociadas a las grandes sagas de George Lucas y al cine palomitero (¿palomitero?) del primer Spielberg. Escuchar con seriedad cada una de sus obras, no obstante, nos demuestra en seguida que Williams se maneja igualmente en la acción y en la delicadeza, en la épica y en el drama. Las claves: un dominio inigualable de las posibilidades de la orquesta sinfónica y un talento casi milagroso para conectar perfectamente con cada una de las fibras sensibles del público masivo.


En Otras músicas. Otros mundos ya hemos realizado análisis exhaustivos de su música para las películas de Indiana Jones y Star Wars, además de otros títulos como Tiburón, Encuentros en la tercera fase y la reciente Tintín. Por eso me ha parecido oportuno aprovechar este feliz cumpleaños para comentar otras composiciones suyas con algo menos de alcance mediático pero igualmente magistrales. 

Por ejemplo, podríamos hablar de su original melodía para los títulos de Atrápame si puedes (2004), en la que se aprecia una vertiente jazzística muy interesante.


Y en la poco conocida (para mí) Rosewood (1997), hay ejercicios de gospel apasionantes:


En ocasiones, pese a su sinfonismo neorromántico, John Williams ha optado por contar con intérpretes solistas sobre los que recayese el peso de la melodía, como el piano de Las cenizas de Ángela (2000)...


...El violonchelo de Yo-Yo Ma en Siete años en el Tibet (1998)... 


...el violín de Itzhak Perlman y de nuevo el cello de Yo-Yo Ma en Memorias de una geisha (2007)...


...la guitarra y los cánticos de Munich (2005)...


...o las voces solistas de Lara Fabian en Inteligencia Artificial (2001)...


...y Sting en Sabrina (1995).


Terminamos con dos de mis composiciones favoritas de Williams, dos himnos: el himno de Los Angeles '84, que parece sacado de una película de romanos de las de antes y funciona como la seda en el ámbito ceremonial olímpico:


Y el Himno a los caídos de Salvar al soldado Ryan, absolutamente enorme en todos los sentidos. Mucho más que el tema central de una película:

jueves, 9 de febrero de 2012

Jorge Granda - MUZAK


1. La buena estrella (3:23)
2. Un segundo en el tiempo (2:13)
3. Montmartre (1:38)
4. Rottenburg (3:10)
5. After the Rain (2:51)
6. Madrid-Zahara (3:13)
7. Los cineastas (1:31)
8. Final y muerte de Borja (1:02)
9. Parque del retiro (1:17)
10. El confesionario (1:11)
11. Los desiertos del mundo (1:56)
12. Mirada al sur (0:29)
13. Dioses (1:32)
14. Luz blanca (0:28)
15. Las palabras (0:52)
16. Parque de atracciones (1:03)

"Muzak" es un término peyorativo de origen anglosajón que se utiliza para referirse a la sosa e intrascendente musiquilla que escuchamos mientras empujamos el carrito en Mercadona, o mientras esperamos a que el dentista nos deje entrar en su potro de tortura. Pero Jorge Granda, un músico joven nacido en Oviedo, ha titulado así a su segundo álbum, en el que parece que se ha volcado de cara a lo que le depare su carrera en el futuro. No creo que conciba su música como "melodía de fondo para ascensores". 

Granda es especialista en crear música para fines específicos, tanto de videojuegos como de campañas publicitarias, aunque indagando en su web personal se nota que su debilidad son las bandas sonoras cinematográficas. De momento, este compositor se mueve en el mundillo de los cortometrajes, y precisamente como sucede con la mayoría de estas películas en miniatura, incluso las mejores, necesita un extra de promoción que le ayude a dar a conocer su trabajo. El álbum Muzak (2011), bastante cortito en duración pero muy intenso en su variedad, viene a ser algo así -y no es que lo diga yo- como un muestrario que el buen vendedor ambulante va mostrando puerta a puerta. Al parecer, es una recopilación de los trabajos que hasta el momento ha realizado para diversos cortos, algunos de éxito.

Con una sólida formación académica, Jorge Granda ha formado parte de un par de grupos de rock gracias a sus dotes a la guitarra, y no es de extrañar que algunos de los cortes de Muzak tengan a este instrumento como protagonista. Tampoco se queda atrás el piano, del que también posee un amplio manejo. Aunque podría haberse decantado por la música electrónica pura (parece que es experto en informática), se nota que ha elegido decantarse por un sonido más cálido que solamente la música acústica puede proporcionar; aunque no desdeña las posibilidades de unos buenos arreglos sintéticos, como es natural.

Hay más fotos de Jorge Granda en Internet, pero sí él utiliza esta en su página... pues esta pongo yo.

Los temas recolectados en Muzak son esencialmente composiciones melódicas, tanto que en algún momento se acercan peligrosamente a alguna clase de pop "íntimo". No obstante, se termina imponiendo un tratamiento minimalista bastante más interesante que las meras posibilidades de su música para acompañar a una hipotética voz solista. En este sentido, y pese a su solidez estructural, creo que quizá La buena estrella no era la mejor elección para abrir el álbum, ya que puede producir la sensación equivocada de estar ante una mera propuesta de easy listening, como dicen los anglosajones, cuando Muzak es bastante más que eso. Sin ir más lejos, Un segundo en el tiempo, con su seguramente involuntaria reminiscencia del One of These Days de Pink Floyd, me parece un tema mucho más redondo. Y Montmartre es cautivador, cálido, con un ritmo exótico sobre un elegantísimo piano. Rottenburg va en una línea parecida al anterior, con una guitarra no muy bien ensamblada a nivel de edición que, sin embargo, resulta muy fresca en su espontaneidad. After the Rain es una estupenda pieza incidental y meditativa, y con ella nos vamos metiendo en el núcleo duro del disco: Madrid-Zahara, que tiene algo de la magia del Gustavo Santaolalla de la película Babel, con mucho nervio y efectismo; Los cineastas, que posee el encanto inexplicable de, digamos, el Angelo Badalamenti de alguna rareza de David Lynch; y Final y muerte de Borja, cuyo título hiperdramático casa con su desarrollo in crescendo. Parque del retiro parece pertenecer al mismo universo que La buena estrella, aunque es más festiva y tiene un toque naïf de película española antigua que le va muy bien. El confesionario tiene un alma rockera oldie y simpática que desconcierta respecto a lo que el título puede sugerir. Añaden exotismo posteriormente la horizontal y evocadora Los desiertos del mundo y la aflamencada Mirada al sur, antes de encarar la recta final con la poderosa y rockabilly Dioses, la enigmática Luz blanca, la clásicamente minimalista Las palabras y la soñadora Parque de atracciones.

Vídeo del tema Madrid-Zahara.

Como decía antes, y haciendo balance de virtudes y defectos, quizá en algún punto parece estar pidiéndose a gritos que alguien empiece a cantar, aunque la habilidad para la evocación y el viaje sonoro quedan más que demostrados. Lo peor que se puede decir de Muzak es que, primero por su brevedad y segundo, por su carácter de sampler, no es fácil encontrar un único hilo conductor que nos ayude a disfrutar del conjunto como un todo coherente, si bien el 99% de su contenido es de altísima calidad. Lo mejor que puedo decir de Muzak, y con esto debemos quedarnos, es que Jorge Granda parece bullir de creatividad y ser plenamente consciente de sus posibilidades como compositor. Es difícil encontrar hoy en día una colección instrumental con tanta riqueza melódica en todos y cada uno de sus temas, y al final, por mucho que nos empeñemos en las atmósferas y los efectos, la belleza de las melodías sigue siendo -afortunadamente- un valor seguro. Otro músico español para tomar nota.

Pincha aquí para visitar la web del autor, donde podrás también escuchar algunos temas y adquirir el CD. Aquí, un reproductor con una buena selección de temas:

martes, 7 de febrero de 2012

Satisfacción Lab: el ruido premeditado.

Hace un par de meses recibí un EP de Jorge Marredo, músico patrio que se mueve bastante -al parecer- al cobijo de las indudables posibilidades de Internet para difundir nuevas creaciones. Se titula Ad nutum, y es entendido por el autor, que publica bajo el seudónimo de Satisfacción Lab, como una sutil mezcla de realidad y fantasía a través de sonidos "cotidianos". Entiéndase esto último a un nivel más bien inconsciente, como perteneciente a las pequeñas escapadas mentales que realizamos cuando nos quedamos un momento... digamos en blanco. No estamos hablando de música que ilustre un mundo realista, ni un mundo fantástico, sino pura abstracción que exige un importante esfuerzo de concentración por parte del oyente. Tampoco es que se trate de música concreta en términos ortodoxos, pero sí que hay algo en ella muy de cada día: ruido.

Imagen promocional del EP Ad Nutum, de Satisfacción Lab, de Zeronoize.

El ruido molesta, el ruido irrita o desconcierta, aunque existe una rama en la música vanguardista actual que, con resultados variables, explora sus posibilidades como forma de expresión artística. Ruido intencionado, premeditado. Se conoce oficialmente como Noise ("ruido" en inglés, literalmente) y suele consistir en variaciones sobre espesos fondos de ruido de interferencias estáticas creadas en estudio, algo así como si grabásemos lo que suena en una televisión o un aparato de radio sin sintonizar, para luego añadir una variedad de sampleados sutiles, percusiones, efectos en cinta magnética o incluso voces. Buscando en páginas de consulta, descubriremos que el noise es una manifestación de aquella vanguardia de comienzos del siglo XX que fue el Futurismo, y que partía de la admiración hacia la tecnología como base para la creación artística y literaria. Ya estamos bastante lejos de componer una oda a la máquina de vapor o a las autopistas, pero seguimos nadando en un universo de electricidades y ondas varias que nos siguen a todas partes y que, aun sin que nos demos cuenta,  nos envuelven por completo. Vivimos, por así decirlo, en la ciencia ficción que imaginaron algunos pioneros. No es de extrañar que haya músicos fascinados por la posibilidad de convertir el ruido de las máquinas en arte.

Fotografía artística de Jorge Marredo.

En Otras músicas. Otros mundos hemos comentado ya varios discos de dark ambient ("psicodelia oscura" también lo llaman por ahí, que personalmente me parece lo mismo aunque sean términos distintos) que inciden en las posibilidades del noise, como aquel tan estupendo de Lustmord o, hace unos días, el último de Marc Broude. Creo que Ad Nutum, el EP que comentaba al principio y que contiene un único tema, va mucho más allá en su grado de exigencia de cara al oyente. Debí comentarlo hace mucho, pero no he querido hacerlo hasta estar plenamente convencido de qué quería decir sobre él, para lo que he tenido que informarme mucho más a fondo sobre el noise y sus aledaños: la música industrial, la "música del tercer mundo", etc. Al final me he quedado un poco igual que al principio, porque Ad Nutum, como ejemplo claro de noise, me sigue desconcertando. ¿Realmente estoy escuchando algo que Satisfacción Lab ha plasmado ahí? ¿O soy yo quien oigo lo que quiero oír? No puedo responder a estas cuestiones, pero sí puedo recomendaros este enlace donde escuchar Ad Nutum y, de paso, plantearnos si el noise es o  no ruido, y si el ruido puede ser o no bello. Por cierto, en este otro enlace podemos escuchar otras muy interesantes piezas del mismo autor. Habrá que seguirlo.

sábado, 4 de febrero de 2012

Penguin Cafe Orchestra - SIGNS OF LIFE


1. Bean Fields (4:26)
2. Southern Jukebox Music (4:39)
3. Horns of the Bull (4:35)
4. Oscar Tango (3:15)
5. The Snake and the Lotus (The Pond) (2:56)
6. Rosasolis (4:22)
7. Dirt (4:49)
8. Sketch (4.22)
9. Pepetuum Mobile (4:28)
10. Swing the Cat (3:26)
11. Wildlife (10:57)

Érase una vez, en medio de la ciudad más gris del país más gris del continente más gris, una cafetería de fachada gris en cuyo interior sucedían cosas maravillosas. Uno podía ir caminando hacia su gris empleo en una mañana gris de otoño y detenerse, quizá por casualidad, a tomar un café en su interior. Allí se encontraría con que el local estaba regentado por pingüinos que no solamente servían las mesas con su divertido y torpe caminar, sino que tenían una pequeña banda, poco más que un grupito de cámara cuyas melodías apenas destacaban sobre el tintineo de las cucharillas en las tazas y el arrastrar de las sillas. El café le sabría a gloria y, adormecido por los tambores y violines, no tardaría en encontrarse caminando por verdes pastos bajo un cielo azul intenso, correteando con la candidez de la infancia entre simpáticos pingüinos músicos y despojado de todo pudor absurdo, de todo anhelo simplón del día a día en la gris oficina. Véase este enlace, posible influencia para toda esta iconografía.

Una imagen del libreto del CD, con pedacitos de portadas anteriores.

Así podría empezar alguna clase de fantástica biografía de la Penguin Cafe Orchestra, el genial proyecto de Simon Jeffes, autor de una breve serie de álbumes que suponen el acercamiento más bonito y accesible realizado hasta ahora al mundo -a veces un poco espeso- del minimalismo musical contemporáneo. Ya comentamos hace mucho Music from the Penguin Cafe (1976), Penguin Cafe Orchestra (el homónimo, 1981) y Broadcasting  from Home (1984), los tres primeros trabajos de la formación; y ahora le toca el turno al no menos magistral Signs of Life, de 1987. Preguntarnos si este trabajo es mejor o peor que este o aquel es perder el tiempo, porque cada uno de los títulos de la Orchestra es un hallazgo igualmente maravilloso para quien se lo topa por primera vez. Me remitiré, eso sí, a los tópicos habituales que describen las obras de Jeffes: folk insultantemente simple de un país imaginario, aproximación libérrima de la música académica a otras expresiones musicales más accesibles que parecen surgir de expresiones mínimas, sencillísimas; placer de explorar, innovar y enloquecer de pura belleza.

Portada de otra edición (la primera vez que la veo).

Simon Jeffes y su gente no eran la clase de músicos que destacan por su amplio anecdotario, de modo que tampoco hay demasiado que contar sobre la gestación o la promoción de Signs of Life. En todo caso, podríamos hablar de su frescura compositiva y su estructura muy bien equilibrada, con temas alegres e íntimos bien intercalados, piezas de largo desarrollo como la conclusiva y atmosférica Wildlife o pequeños milagros "made in Penguin" como la cuasi-mexicana Bean Fields o mis favoritas, las indescriptibles RosasolisDirt. Para mucha gente, eso sí, Signs of Life es el álbum que contiene uno de los clásicos de la banda, Perpetuum Mobile, que a mi me suena un poco a versión clasicista con alguna variación del Music for a Found Harmonium de su álbum anterior.

Perpetuum Mobile, en vivo.

Como elemento ligeramente distintivo en el concepto, en todo caso se podría afirmar que Signs of Life es un álbum de plena madurez en el que la banda se atreve incluso a sonar más clásica y sobria de lo habitual en cortes como Oscar Tango o Southern Jukebox Music, sin perder un ápice de su sentido de la maravilla. Un disco imprescindible que hay que conocer sí o sí, aun con el peligro de pasarnos una semana tarareando entre dientes alguna de sus melodías. Está en Spotify.

viernes, 3 de febrero de 2012

Marc Broude - NREM


1. Cure (3:08)
2. Bury Me in Plains of Silent Plants (4:36)
3. Maladaptive Daydreaming (13:53)
4. Breaking the Silence of the Soul (9:25)
5. Rites of Death (38:53)

En mi opinión, hay una manera muy interesante de distinguir entre todas las personas que hay en el mundo: las que tienen miedo de enfrentarse consigo mismas en soledad y las que gustan de hacerlo de vez en cuando. Yo pertenezco al segundo tipo, y precisamente por eso valoro, en esta realidad de cada día que es un follón constante, ese lujo que es el silencio. Creo que discos como NREM (2012) son lo inmediatamente posterior al silencio, en lo que a música se refiere.

Marc Broude, que promociona este álbum experimental enviándolo -como en mi caso- a diversas webs afines a su estilo, afirma que es su tercer y último disco. Ya comentamos por aquí su anterior Medicine (2009), aunque NREM me ha resultado incluso más rupturista. Como mínimo, cualquiera notará que ha aumentado su grado de oscurantismo lúgubre, y que los pocos "instrumentos" que podían distinguirse entonces a duras penas aquí se reducen casi del todo a ruidos capturados del entorno inmediato no musical (música concreta, por así decirlo) y todo tipo de trucajes artesanales a base de grabaciones en cinta y percusiones modificadas. Una marcianada que, la verdad, cuesta mucho recomendar a los neófitos.

Pero nadie ha dicho que Broude se dedique a los neófitos, y estoy seguro de que los aficionados al dark ambient y las atmósferas góticas y opresivas van a saber valorar NREM con justicia. El músico afirma que este álbum es una incitación hacia el subconsciente, una obra conceptual sobre diversos estados de ánimo para los que los esquemas musicales tradicionales no sirven en absoluto. Es el oyente el que va construyendo el significado de cada pieza musical según la escucha y la hace llegar a su psique; casi como si interpretase esas ambiguas manchas de tinta de los tests de Rorschach. Se diría, no obstante, que Broude apunta certeramente a las zonas más oscuras de nuestra mente, aquellas donde los temores humanos primarios permanecen latentes hasta que, en esos momentos de introspección a los que me refería al comienzo de esta entrada, afloran y nos topamos con ellos sin desearlo.

Esquizofrenia pura en esta imagen promocional.

Cure es el primer tema, una recitación maléfica a cargo de la artista conceptual Susanne Hafenscher que parece una psicofonía, con ruidos de fondo indefinibles y pitidos. Bury Me in Plains of Silent Plants ("Entiérrame en llanuras de plantas silenciosas", toma título) contiene casi en su totalidad ruido de fondo analógico con algún sobresalto estridente, bastante interesante en general. De Maladaptive Daydreaming existe una versión demo el doble de larga, aunque el original ya cumple bien su cometido: seguir aturdiéndonos con su negrura y sus efectos sonoros desasosegantes como de animales grotescos. Breaking the Silence of the Soul ("Rompiendo el silencio del alma") es otra progresión de ruidos y fondos difusos, igualmente impactante que lo anterior aunque no necesariamente distinta, salvo por un tramo final escalofriante; y finalmente la larguísima Rites of Death, que es más de lo mismo pero más largo y profundo. Estoy seguro de que tras varias escuchas resultará más fácil encontrar detalles distintivos entre los temas, aunque al principio todo suena como si fuese un solo corte, salvo quizá el tema inicial.

NREM es, en resumen, una puerta tenebrosa que no sabemos si queremos atravesar, un viaje en medio de la oscuridad hacia quién sabe qué sentimientos lúgubres. Dante se habría sentido identificado. Lánzate si te atreves, pero yo no me hago responsable de lo que halles al final de ese sendero.

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