viernes, 25 de noviembre de 2011

Las sinfonías de los planetas.

Portada del estuche con la colección completa, en 5 CDs.

No creo que haya comentado nunca una obra musical que se ajuste de forma tan perfecta al título del blog. Y lo de "obra musical" es aquí más discutible que nunca, considerando que se trata de una grabación de campo realizada por las sondas espaciales Voyager, con arreglos (llamémoslos así) de la NASA. 

¿Y qué rayos es esto? Pues se trata literalmente de la música de las esferas que Platón, Cicerón, Kepler o Newton intuyeron desde el punto de vista de la ciencia. La vida imita al arte, y resulta que los planetas emiten ondas que pueden ser registradas como sonidos audibles por el ser humano. Los campos electromagnéticos de las atmósferas, el viento solar, el plasma del vacío interplanetario, las gigantescas mareas de la gravedad en los gigantes gaseosos y sus lunas heladas más allá del cinturón de asteroides...  todo ello fue dejando una impronta sonora en los sensores de las sondas Voyager durante las décadas de los setenta y ochenta mientras se aproximaban poco a poco hacia el vacío interestelar, fuera de nuestro Sistema Solar, en el que se encuentran ahora. No perderemos del todo el contacto con ambas sondas hasta alrededor de 2025, y de momento ya han llegado mucho más allá de lo que cualquier ser humano puede siquiera imaginar. Alguien tuvo la feliz idea de editar estos sonidos para crear estas extrañas sinfonías que son el summum total de la música concreta.

Portada del primer CD, en la edición individual. ¿Se vendieron por separado los 5 CDs?

Escuchar las largas grabaciones contenidas en esta colección pone los vellos como escarpias, ya que los sonidos reales del espacio parecen surgir de ese mundo eternamente solitario y abismal con la misma capacidad "relajante" que poseen esos sonidos de ballenas y oleajes que todos conocemos de la new age de toda la vida. Pero aquí los zumbidos, los chasquidos de estática, los vientos que llegan y se van, están producidos por esferas tan enormes que nuestro planeta cabe en su interior varias decenas de veces, por el sutil y perfecto roce que los astros producen al vagar por sus invisibles raíles en el vacío. Sé que me estoy poniendo dramático, pero aseguro que la cosa es para tanto, y para mucho más.

Escuché estas sorprendentes grabaciones gracias al desaparecido blog Zamboni Soundtracks, hace un par de años, y desde entonces he estado preguntándome si debía reseñar en mi página unos álbumes que ni siquiera sabía si los lectores podrían conseguir. He confirmado que Symphonies of the Planets (1992) está descatalogado, pero veo que es muy fácil de descargar en multitud de sitios web, así que os invito a descubrir la colección en su totalidad. Es impagable, e incluso produce vértigo.

El disco de oro de las sondas Voyager.

Como curiosidad, recordar que las sondas Voyager 1 y 2 llevan acopladas en sus carcasas dos placas de oro en forma de disco, con grabados que "envían un saludo" a otras civilizaciones que puedan interceptarlas durante su viaje, idea de un comité científico presidido por Carl Sagan. La curiosidad a la que me refiero es que las sondas contienen también un muestrario de sonidos de nuestro planeta en la otra cara del disco, tanto naturales como musicales (música clásica y étnica, sobre todo, para que esas otras civilizaciones nos conozcan mejor) que se reproducen como un LP convencional, y no deja de ser interesante que el universo, al menos su parte no habitada, ya nos ha enviado a cambio su propia música. En Spotify tienen un buen trozo, y en YouTube puede escucharse buena parte (tal vez la totalidad) de las grabaciones, como por ejemplo esta muestra:

jueves, 24 de noviembre de 2011

Toto / Brian Eno - DUNE


1. Prologue (1:51)
2. Main Title (1:21)
3. Robot Fight (1:12)
4. Leto's Theme (1:46)
5. The Box (2:40)
6. The Floating Fat Man (The Baron) (1:24)
7. Trip to Arrakis (2:37)
8. First Attack (2:46)
9. Prophecy Theme (4:26)
10. Dune (Desert Theme) (5:31)
11. Paul Meets Chani (3:07)
12. Prelude (Take my Hand) (1:01)
13. Paul Takes the Water of Life (2:52)
14. Big Battle (3:08)
15. Paul Kills Feyd (1:53)
16. Final Dream (1:24)
17. Take my Hand (2:41)

Puestos en faena con las bandas sonoras más curiosas de los ochenta, no puede faltar esta pequeña joya realizada para la controvertida adaptación del clásico de ciencia-ficción Dune, a cargo del perro verde David Lynch. En este caso es muy necesario ponernos en antecedentes para ver cómo llegó el proyecto a manos del grupo de pop-rock progresivo Toto. Sé algo sobre la película, y estoy en posición de hacer mi propia crítica de esta banda sonora que he escuchado muchísimas veces, aunque sobre Toto no sé demasiado, así que remito a los interesados a la Wikipedia o similares, si lo que quieren es ilustrarse sobre la vida y milagros de sus componentes. Total, es probable que no saquen mucho en claro respecto al álbum, ya que es una rareza absoluta en su discografía.

La idea de adaptar Dune, la aclamada novela de Frank Herbert sobre el enfrentamiento de las casas Atreides y Harkonnen en el año 10.000 y pico en el desértico planeta Arrakis, surgió en los setenta como proyecto soñado del polifacético Alejandro Jodorowsky, que planeaba una especie de epifanía psicodélica encarnada en una película grandiosa, carísima, con Dalí y Orson Welles en el reparto, y con música de... sí, otra vez sacamos a colación a Pink Floyd. Con el tiempo, y habiéndose quedado la cosa en agua de borrajas al colapsarse por su propio peso insostenible, Dino De Laurentiis tomó cartas en el asunto y ofreció lo poco que se había hecho en muchos años con Dune a Ridley Scott, que la rechazó para rodar Blade Runner, y cayó en manos de Lynch, que a su vez rechazó para ello la realización de El retorno del jedi. Su película Dune se estrenó en 1984 tras muchas reescrituras del guión, problemas con el montaje y mil problemas más que la convirtieron en un disparate narrativo y un fracaso comercial muy sonado. No obstante, hay muchas cosas que se salvan de aquella película, como su banda sonora, y con los años ha ido ganando pedigrí entre los cinéfilos.

Portada de una edición expandida.

¿Por qué demonios Toto? Primero porque era una alternativa "barata" (que no se me enfaden los fans) a Waters, Gilmour y compañía; segundo, porque en los ochenta estaban de moda las bandas sonoras raritas con elementos pop, desde el Flash Gordon de Queen a la ya comentada Lady Halcón, con Andrew Powell y Alan Parsons, pasando por el batiburrillo que montó Giorgio Moroder para la restauración del clásico mudo Metrópolis o los experimentos fílmicos de Tangerine Dream en Legend o Mike Oldfield en Los gritos del silencio. Simplemente se llevaba probar cosas nuevas, y no todas salieron igual de bien. Pero esta sí, porque la música de Toto (que probablemente se asustaron bastante ante la escala del encargo) casa de manera casi milagrosa con las atmósferas enrarecidas de David Lynch, tanto en las partes más ambientales como en las fanfarrias épicas rockeras. El propio cineasta metió mano en más de un momento, no siempre para bien, pero el balance general es mucho más que positivo. Se puede decir incluso que su música ha ayudado a Dune a convertirse en película de culto mucho más que otras cosas, precisamente por su excelente efectividad.

Uno de los carteles de la película.

La música de Dune es una exquisita fantasía musical de ciencia-ficción, mezcla de música electrónica, música clásica (aportada por la Orquesta Sinfónica de Viena, nada menos) y algo de rock, aunque tan discreto es este último toque que las guitarras eléctricas parecen estar presentes mucho más para dar empaque a la orquesta que para reivindicar el sonido de una banda del género. El conjunto es estupendo, una gozada que hace volar la imaginación de manera sorprendente, desde el Main Title hasta la algo convencional -pero resultona- balada instrumental para los créditos finales. Por el camino nos encontramos maravillas como Leto's Theme, solemne y delicada, The Floating Fat Man con su sabor como a Bach, la ominosa Trip to Arrakis con sus coros, la espectacularísima Big Battle, las geniales piezas de acción con toques tribales Robot Fight y Paul Kills Feyd... incluso en las composiciones incidentales como The Box los de Toto dan en el clavo rotundamente. Mención aparte merecen Dune (Desert Theme), que desentona bastante y no creo que se incluyese en la película; y Prophecy Theme, obra ambiental bastante lograda de Brian Eno, que ahonda en el misticismo mesiánico de Paul Atreides y añade profundidad al conjunto pese a que se nota que es un añadido. Ediciones posteriores del álbum la han eliminado, por lo que recomiendo la adquisición de la versión original, cuya portada encabeza esta entrada.

Estupendo montaje amateur sobre el tema de Brian Eno. No perdérselo. Ni este.

Tal y como sucede con la propia película, que posee una versión extendida bastante interesante, circulan algunas versiones expandidas de su banda sonora. Esto puede deberse tanto a que el álbum original estaba muy recortado, como a que algunas de las ediciones en CD tenían una calidad de sonido pésima. Este disco es todo un descubrimiento para quien no lo conozca, así que lo recomiendo fervientemente. Es de los gordos. En Spotify.

martes, 22 de noviembre de 2011

Andrew Powell / Alan Parsons - LADYHAWKE


1. Main Title (2:59)
2. Phillippe's Escape (1:40)
3. The Search for Philippe (3:25)
4. Tavern Fight (Philippe) (2:08)
5. Tavern Fight (Navarre) (2:38)
6. Pitou's Woods (4:04)
7. Phillippe Describes Isabeau (1:11)
8. Bishop's Procession (2:50)
9. Wedding Music (1:41)
10. Navarre's Ambush (4:53)
11. Imperius Removes Arrow (1:33)
12. Chase / Fall / Transformation (2:06)
13. Cezar's Woods (5:29)
14. She Was Sad at First (2:06)
15. Navarre Returns to Aquila (1:36)
16. Turret Chase / The Fall - Film Version (2:46)
17. Wolf Trapped on Ice (2:34)
18. Navarre and Isabeau's Duall Transformation (2:06)
19. Navarre and Marquet Duel (4:22)
20. Marquet's Death (1:59)
21. Bishop's Death (2:26)
22. Final Reunion / End Title (8:14)
23. Ladyhawke Theme (Single Version) (3:35)


Lady Halcón (1985) es una de esas películas que felizmente recordamos como "estupendos divertimentos de los ochenta", una de esas películas que sin ser maravillas absolutas del séptimo arte eran capaces de reunir unos aspectos formales muy cuidados con una historia original y entretenida. No en vano, su director Richard Donner fue responsable también de uno de los colosos generacionales de la época, Los Goonies.

Ambientada en una Edad Media realista pero con importantes pinceladas mágicas, Lady Halcón es una de las mejores películas del subgénero espada-y-brujería que recuerdo. Hoy en día suelen hacerse cosas bastante más convencionales y esquemáticas en el cine comercial, como siguiendo una línea previamente marcada para que el público no se sienta agredido. Aquí no es que se asuman grandes riesgos, pero sí alguno que otro. Por ejemplo, una banda sonora que mezcla pop y rock progresivo con instrumentación clásica tradicional. La polémica está servida.

El encargo de la música de Lady Halcón cayó en manos de Andrew Powell, orquestador de lujo que ha trabajado con músicos tan conocidos como Al Stewart, Kate Bush, David Gilmour o Chris Rea. Sin embargo, tengo clarísimo que los productores de la película contrataron a Powell porque con él iba de la mano el mítico Alan Parsons. No en vano, y pese a las colaboraciones antes mencionadas, Powell era el tercer elemento de cualquier disco de The Alan Parsons Project, justo detrás del tándem Parsons-Woolfson, e incluso a la par de ambos en algún punto. Suya es la larga suite instrumental The Fall of the House of Usher de Tales of Mystery and Imagination. Edgar Allan Poe, y las estupendas piezas instrumentales que jalonan todos los álbumes del Project son también cosa suya.

Rutger Hauer y Michelle Pfeiffer como Navarre e Isabeau, en una foto de la carpeta del CD.

La banda sonora de Ladyhawke está compuesta por Powell y cuenta con el inconfundible sonido del productor Alan Parsons, con los arreglos de sintetizador, guitarra eléctrica y batería sobre cuerdas sinfónicas que siempre han sido definitorios de The Alan Parsons Project. El Main Title, o Ladyhawke Theme, es la mejor prueba de que esta banda sonora, vaya quien vaya por delante en los créditos de la portada, es un producto de este equipo creador de obras conceptuales setenteras. Ni siquiera tiene una melodía, sino que es una simple base rítmica muy poderosa sobre la que se van añadiendo diferentes arreglos, y el resultado es genial. Ya desde que suena al principio de la película sabes que no vas a ver cualquier cosa.

Durante el resto de la partitura seguimos encontrando pinceladas estilo Parsons, aunque son los tratamientos orquestales de toda la vida los que ganan la partida en más de una ocasión. Y son muy bonitos, por cierto, muy melódicos en la línea del cuento fantástico que narran las imágenes. Pero hay que hacer honor a la verdad, y decir que Ladyhawke fue muy vilipendiada en su día por su música discordantemente anacrónica, a veces capaz de sacarte por completo de la ambientación de las escenas. Según algunos, e incluso vista desde el punto de vista del fan del rock progresivo, la B.S.O. de Lady Halcón es muy simple, casi ramplona a ratos en sus pasajes de sintetizador. Este álbum ni siquiera ha sido reeditado con demasiada regularidad, ya que en algunos casos las críticas en su contra se han elevado al tono del chiste.

Portada de la edición original, algo más corta.

Personalmente, escuché el disco en mi etapa de descubrimiento del progresivo, y teniendo en cuenta que The Alan Parsons Project siempre me ha resultado agradable, no puedo hablar mal de Ladyhawke. Quizá no funciona bien en la película, y quizá (admito) no sea una maravilla como mezcla de rock y música orquestal, ni uno de los trabajos más emblemáticos bajo el sello de Alan Parsons, pero siento decirlo: este disco me gusta.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Suzanne Ciani - SEVEN WAVES


1. The First Wave: Birth of Venus (5:03)
2. The Second Wave: Sirens (7:18)
3. The Third Wave: Love in the Waves (5:16)
4. The Fourth Wave: Wind in the Sea (3:47)
5. The Fifth Wave: Water Lullaby (5:48)
6. The Sixth Wave: Deep in the Sea (7:04)
7. The Seventh Wave: Sailing Away (6:34)

Los inicios de todo músico vanguardista son difíciles por definición. Y si encima eres mujer, peor que peor. Que se lo digan a Suzanne Ciani, que antes de convertirse en una de las primeras figuras internacionales de la new age tuvo que andar dando tumbos entre diversas ocupaciones que la colocasen en la línea de salida. 

Para empezar, y pese a ser una estudiosa académica de la música clásica que llegó a especializarse -académicamente también- en el uso de sintetizadores cuando todavía esta tecnología estaba en pañales, Ciani se vio obligada a tomar la decisión de crear su propia productora, a la vista del recelo que su condición femenina suscitaba en el gremio técnico del pop-rock. Su modesta compañía Ciani/Música se dedicó a componer pequeñas piezas para publicidad y jingles para marcas comerciales con relativo éxito, y la artista tuvo que sacar tiempo de donde no lo había para realizar un primer álbum de estudio propio. Con los años, esta artista que un día fue una sagaz experimentadora se ha acomodado con solidez dentro del mainstream instrumental actual.

Suzanne Ciani en sus años mozos.

Seven Waves (1982) es el resultado de los esfuerzos iniciales de Suzanne Ciani, y uno de sus álbumes más conocidos. Se enmarca plenamente en lo que podríamos denominar "new age norteamericana", en general caracterizada por su carácter ambiental y romántico, más bien sosete (que no malo, ojo) y orientada básicamente al relax. Seven Waves es un caso importante, ya que su aparición temprana dentro del movimiento lo convierte, por deducción diría yo, en uno de los álbumes definitorios del género. Ella se lo guisó y ella se lo comió, junto a varios miles de japoneses que lo convirtieron en nº1, otorgándole un sólido espaldarazo de cara a continuar una carrera que la ha puesto donde está hoy en día. 

Portada alternativa.

El sonido de Seven Waves es dulce, dulcísimo incluso, melódico, clasicista y tan efectivamente predecible como todo trabajo new age puro debe ser. Sabes que no va a haber sorpresas, y eso no es malo si lo que deseas es tumbarte y dejarte llevar por los oleajes y sedas sintéticas de esta interesante autora italoamericana. Puedes perderte en las acuarelas marinas de Seven Waves con la misma facilidad con que nuestra mente se ve transportada al poner la oreja sobre la boca de una caracola. En el álbum escuchamos, por cierto, el sonido del sintetizador que la propia Ciani diseñó en sus años universitarios a través de la inspiración de Don Buchla, pionero de la electrónica y mentor suyo, que fue bautizado en su honor como "Buchla". 

Sin aristas puntiagudas ni filos cortantes, Seven Waves sigue siendo visto hoy en día como uno de los álbumes fundamentales de la new age en todo el mundo, un pelín descafeinado tal vez para quienes gusten de algo con más fondo, pero sin duda muy meritorio y digno de alabanza y atención en cada escucha. En Spotify.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Marc Broude - MEDICINE


1. Mineral Water (4:12)
4. Happy Like Jazz (7:48)
5. For the Flies (5:55)
6. War of the Worlds (6:25)
7. Muerte (6:44)

El joven músico norteamericano Marc Broude, un artista de vanguardia musical en pleno crecimiento, se puso en contacto conmigo hace unos días para enviarme un enlace a su álbum Medicine (2009) y proponerme que comentara su música en este blog. Lo hago felizmente por tres motivos: que me encanta que alguien me envíe su música para analizarla por aquí; que su música se ajusta perfectamente al concepto un poco vago de "otras músicas" que solemos manejar en el blog; y que, francamente, Medicine me parece un trabajo muy interesante.

Se podría decir, para situarnos al menos, que Medicine encaja de forma no del todo exacta -pero suficiente- en el género llamado "dark ambient". No es igual a otros trabajos aquí comentados como alguno de Lustmord, pero tiene cosas en común: una apuesta por la creación de oscuros paisajes musicales que se autodefinen espacialmente, una aproximación interesante a la música concreta y un gusto evidente por juguetear con el mismo concepto de música. Las piezas de Medicine... ¿realmente son obras musicales? ¿O se trata más bien de experimentos sonoros? La verdad es que las opiniones pueden divergir, pero yo pienso que es música propiamente dicha, sobre todo porque hay alguna tenue estructura cuasi-jazzística que evita el mero carácter de "ruido fascinante" que planteamientos como los de esta obra de Broude podrían suscitar. 

Marc Broude

La verdad es que la escucha de este álbum no es precisamente fácil. Requiere concentración y atención exclusiva, sobre todo si queremos apreciar la complejidad de cada pieza, los ruidos (naturales o artificiales) ocultos con mayor o menor relevancia, los sonidos de baja frecuencia, las pinceladas de música industrial, los sofisticados collages de estudio... no hay muchos sonidos reconocibles en Medicine, aunque sí que podemos escuchar alguna campana, piano, violín, sintetizadores, bajo y algún sonido vocal humano, amén de un sample de la famosa transmisión de Orson Welles de La guerra de los mundos. No diría yo que los títulos de los temas ayuden demasiado a sacar nada en claro, salvo quizá en este último caso.

¿Y esto cómo se come? Yo recomiendo una escucha con mente abierta, teniendo en mente que no es música convencional, sino algo absolutamente radical, complicado y retador. Lo que vale es la experiencia, más que la valoración posterior sobre las cualidades musicales-no musicales del trabajo. Para descubrir.

martes, 15 de noviembre de 2011

Ryuichi Sakamoto de gira por España.

Ryuichi Sakamoto

El compositor japonés Ryuichi Sakamoto, uno de los artistas predilectos de esta web, se encuentra en estos momentos de gira por nuestro país. Madrid (día 15 de noviembre), Barcelona (18), Cartagena (16) y Valladolid (20) serán las ciudades españolas en las que el autor ganador de un Oscar por El último emperador realizará conciertos "íntimos" al piano con sus grandes éxitos, acompañado por el violonchelo de Jaques Morelenbaum (le acompañó en su homenaje a Jobim, llamado Casa y comentado en el blog) y la violinista Judy Kang. Parece que su intención es recrear el álbum 1996, publicado en el año ídem.

La segunda intención de la gira, quizá la más importante, es presentar su autobiografía. España es uno de los países con más seguimiento popular de la obra de Sakamoto, sin contar con que fue él quien compuso la música oficial de la ceremonia inaugural de Barcelona '92, y la banda sonora de Tacones lejanos, de Almodóvar. No es de extrañar que sea uno de los primeros países en los que saldrá a la venta el libro. 

Portada del libro.

Se titula La música os hará libres. Apuntes de una vida, y está escrito en colaboración con el periodista Masafumi Suzuki, quien le conoce desde la infancia y le entrevistó de modo exhaustivo para la ocasión. Sakamoto no solamente habla de su carrera personal desde la infancia y como músico de vanguardia dentro y fuera de la Yellow Magic Orchestra, sino que se hace eco de los profundos cambios que ha experimentado el país del sol naciente desde los años sesenta. Vivió en sus carnes la revolución ideológica de mayo del '68 mientras luchaba por hacer una música que no sonara exclusivamente japonesa; estuvo allí para beneficiarse del ascenso de Japón como potencia económica mundial en los '80 y el empuje que eso podía dar a la música hecha allí; e incluso presenció en persona los atentados del 11-S. 

Si alguno de los lectores del blog tiene la suerte de presenciar una de sus cuatro actuaciones en España, me encantará recoger sus impresiones y compartirlas con todos. Seguramente merezca mucho la pena.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Pink Floyd - WISH YOU WERE HERE


1. Shine On You Crazy Diamond (Parts I-V) (13:30)
2. Welcome to the Machine (7:31)
3. Have a Cigar (5:08)
4. Wish You Were Here (5:40)
5. Shine On You Crazy Diamond (Parts VI-IX) (12:31)

¿Alguna diferencia?

Siéntate, chaval. Coge un puro, son de los buenos. Lo último que publicaste, el disco ese, fue un pelotazo que te cagas. Yo creo... la compañía cree que ese es el camino, y confiamos en que puedas repetirlo. Tus compañeros tocan bien, y estáis en la cresta de la ola. Yo te sugiero grabar diez o doce canciones esta vez. Basta con que haya tres o cuatro pegadizas, como para sonar en la radio, y con el resto podéis hacer lo que os guste, esas cosas electrónicas vuestras. Os vais a forrar entre discos, actuaciones y demás, no queremos que terminéis quemados. ¿Estamos de acuerdo? Choca esos cinco. ¿Sabes? Vas a llegar lejos.

La perfección es tan difícil de alcanzar que el refranero ha terminado por asumir que alcanzarla es imposible. De lo mejor que producen la tecnología o el arte se suele decir que roza, que se acerca a la perfección, y probablemente sea con sinceridad en muchos casos. Pero hay momentos muy concretos en los que alguien lo logra, en los que se produce una confluencia improbable de circunstancias que dan lugar -poquísimas veces- a una obra perfecta, inmejorable dentro del contexto en el que surge; una obra maestra que no solamente satisface todas las expectativas de quienes la disfrutan, sino que ensancha las posibilidades de su propio campo creativo y lo cambian para siempre. El álbum de Pink Floyd Wish You Were Here (1975) es un ejemplo.

El nadador que se lanza y no salpica.

Chaval, no es fácil mantenerse en la cima mucho tiempo. Yo de ti me agarraría a esa teta y chuparía-chuparía-chuparía hasta dejarme los morros. Tampoco hay que pensar en repetir el éxito de la última vez; ahí sonó la campana... A ver, no digo que fuera casualidad, pero vamos... se juntaron un montón de cosas y ¡voilá! Yo creo que a estas alturas ya tenéis un público consolidado, y no arriesgaría demasiado. No me desviaría del camino. Os vais a forrar sin necesidad de partiros la cabeza, y dentro de unos años, cuando todo esto pase... bien, cada uno en su mansión, y a pasear en yate los domingos. 

Grabado cuando la banda se encontraba en la cima absoluta de su popularidad gracias al superventas The Dark Side of the Moon (1973), Wish You Were Here es uno de esos raros casos en los que los seguidores de un grupo piden la luna a sus ídolos de cara a su siguiente y prometedor lanzamiento, y éstos se la entregan en mano, impecable. Tanto su estructura como sus letras o sus melodías son tan magníficas, tan impresionantes en todos los sentidos y a la vez tan originales e imaginativas, que la escucha de este disco de principio a fin es un placer que no decae con los años. Como los clásicos del cine, Wish You Were Here ha superado con creces los rigores del óxido y las telarañas, y sigue vivo como un icono de la mejor época de la historia de la música popular.

El apretón de manos robótico.

La promoción lo es todo aquí, chaval. Anuncios en la radio, en los periódicos, en la tele... Yo creo que os vendría bien una sesión de fotos para la portada y todo eso, porque ahora mismo os conocen por el nombre más que por otra cosa, y la imagen lo es todo en una banda pop. Perdón, rock.

El concepto del álbum giró en torno a dos ideas principales, bastante bien trenzadas una con otra: la añoranza del idealismo del grupo en sus orígenes y el carácter pesetero y meramente empresarial de la industria musical. Storm Thorgerson y el resto de equipo creativo se afanaron en revestir Wish You Were Here de múltiples imágenes surrealistas que sirviesen para explicar estos conceptos sin hacerlos demasiado obvios, añadiendo misterio iconográfico a una obra que sigue manteniendo ocultos muchos de sus misterios: el nadador en el desierto, el nadador clavado en el agua, el velo rojo arrastrado por el viento, el apretón de dos manos metálicas, los empresarios saludándose del mismo modo en la portada, en uno de tantos gestos vacíos y superficiales como se atesoran hoy en nuestra sociedad. Uno de ellos arde, quizá en referencia a los grupos musicales que se queman, que terminan como bueyes tirando del arado de su propia marca y nunca llegan a sacar la cabeza.

El nadador en el desierto.

Sinceramente, no me van los temas largos. El rollo ese del Bohemian Rhapsody o Stairway to Heaven... muy bonito, pero son todo pegas. Los singles hay que recortarlos casi siempre, y los discjockeys de la radio no siempre tienen diez minutos de sobra para esas paridas. Perdona la sinceridad, siempre os he respetado y creo que a vuestro lado todos los demás son principiantes. Están muy verdes.

El disco se estructura de principio a fin sobre el esqueleto del tema largo Shine On You Crazy Diamond, que suena al principio y al final como si fuese una doble suite en forma de espejo que acentúa su perfecta redondez, con tres temas bien distintos formando sus vértebras centrales: Welcome to the Machine, Have a Cigar y Wish You Were Here. La larga introducción de Shine On... lo convierte en uno de los temas más cósmicos de Pink Floyd, mitad blues y mitad vals, toda una demostración tanto del dominio instrumental de Wright y Gilmour como del habitual pulido obsesivo de los acabados. Welcome to the Machine habría funcionado incluso como una canción con música concreta de fondo (maquinaria en una fábrica), aunque no escapa a la perfección por su atmósfera tensa. Have a Cigar es un tema canalla de ritmo potente y sinuoso, las palabras de un empresario lanzadas a los oídos ilusionados de un joven músico al que anima a comerse el mundo. Por su parte, Wish You Were Here es un tema con sabor folk, casi country en sus orígenes, perfecto por su sencillez y su bella melodía, y sus letras en homenaje al líder primitivo del grupo.

El velo rojo.

Bonito, ¿verdad?

Mira, chaval, a veces hay que cortar por lo sano. Vuestro amigo... yo creo que se metía de todo, y por eso se le fue la cabeza. Hay que controlar y no meterse en ese rollo. Tú... tú pareces listo, y tienes carisma de líder. Quizá termines siendo tú quien parta aquí el bacalao, sobre todo si los demás se terminan convirtiendo en un lastre. Pero no lo diré muy alto por si los otros se lo toman a pecho. Ya sabes, no es nada personal, jajajaja.

Syd Barrett fue quien plantó la semilla de Pink Floyd, y era justo que sus compañeros le rindieran tributo en el mejor momento de su carrera, mucho tiempo después de que aquel visionario se perdiese entre delirios ácidos y tratamientos para el trastorno mental. Todo el disco está lleno de referencias a aquel diamante loco que tanto brilló y tan rápidamente (y lógicamente) se apagó. Parece que un Barrett irreconocible visitó a la banda precisamente mientras grababa Wish You Were Here, y el momento fue de los que ponen un nudo en la garganta. Pero el álbum también parece ser un anuncio de los tiempos por venir, de la incipiente megalomanía de un todavía generoso Roger Waters que en pocos años convertiría a sus ahora compañeros en su banda de acompañamiento; una comparsa para sus sucesivas autobiografías musicales The Wall (1979) y The Final Cut (1983).

Los singles Wish You Were Here ("dos almas perdidas nadando en una pecera") y Have a Cigar.

En fin... Firma aquí, y también aquí... muy bien. Vaaale, lee la letra pequeña si quieres. No tenemos prisa, pero recuerda que ni soy el demonio ni me voy a llevar tu alma metida en una maleta. Mírame a la cara y dímelo: ¿confías en mí? Graba con nosotros, vende con nosotros, hazte rico y famoso con nosotros. No te arrepentirás.

Mírame a la cara y dímelo: ¿confías en mí? Portada del estuche de lujo "Immersion".

Wish You Were Here (cuyo título es una típica frase de postal anglosajona, "ojalá estuvieras aquí", dirigido a Barrett) se reedita estos días en dos ediciones especiales, una que contiene versiones en vivo y demos, otra con multitud de chorradillas para coleccionista en una caja de lujo que vale un dineral pero seguramente vale igualmente la pena. A continuación, algo de material en vídeo-audio:

Un raro vídeo-montaje atribuido a S. Thorgerson.

Un muestrario de música del álbum.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Soft Machine - THIRD


1. Facelift (18:45)
2. Slightly All the Time (18:12)
3. Moon in June (19:08)
4. Out-Bloody-Rageous (19:10)

No podía dejar de hablar en algún momento de Soft Machine (o The Soft Machine, "máquina suave"), el grupo más representativo de la llamada escena de Canterbury, que vivió sus años de auge entre finales de los sesenta y principios de los dorados setenta. En la ciudad inglesa de Kent y sus alrededores se creó todo un movimiento musical que reunía influencias como el jazz y el primer rock progresivo de las islas y algo de psicodelia -no tanta como en Londres- y que fue la cuna artística de gente como Dave Stewart, Karl Jenkins, Kevin Ayers, Mike Ratledge o Steve Hillage. En mayor o menor medida, grandes grupos del rock sinfónico-progresivo de los setenta como Genesis o Pink Floyd poseen cualidades sin las que los avances de estilo y técnica de Canterbury difícilmente habrían sido posibles.

Third (1970) es el disco que más me gusta de Soft Machine. Se trata de un doble LP con una larga pieza musical en cada cara de ambos discos. Suena bastante improvisado, quizá solo en apariencia, aunque las composiciones poseen una untuosidad muy especial, con un toque liberal e independiente de etiquetas que poco tiene que ver con lo que toda la vida hemos entendido como jazz. No obstante, está oficialmente admitida la influencia directa de los trabajos que el gran Miles Davis andaba publicando en aquella época.

Fotografía de la carpeta doble del LP.

Es más bien un batiburrillo de ideas bastante originales y frescas que parecen haber sido ensambladas mediante una técnica feroz de collage, a base de tramos grabados en vivo, otros grabados en distintos estudios que los dotan de distintas acústicas (que se notan perfectamente), piezas con letra y largas secciones instrumentales y, en general, de un efecto corta-pega muy artesanal que añade carisma a esta obra vanguardista. Es como si los músicos y su ingeniero de sonido fuesen en todo momento conscientes de lo agradable que resulta en el oyente esta imperfección que añade un plus por su cercanía. No parece que se haya hecho el menor esfuerzo por eliminar ciertos ruidos y el zumbido de fondo de algunos fragmentos. Third se presenta ante nuestros oídos como una obra enorme en sus ambiciones, extensísima en su ejecución, intrincada... pero indudablemente cálida.

Pese a que por Soft Machine ha pasado mucha gente, este disco cuenta con los siguientes miembros titulares: Robert Wyatt a la batería, Mike Ratledge a los teclados, Elton Dean con el saxo y Hugh Hopper al bajo. Colabora esporádicamente Jimmy Hastings tocando varios instrumentos de viento, y también algún otro que no pasa del simple cameo testimonial.

Despliegue de portada y contraportada.

Habiendo descrito el contenido musical del álbum a groso modo, creo que no voy a explicar el contenido de cada tema por separado, entre otras cosas porque, al margen de que los cuatro cortes tienen nombres propios, la separación de estos podría responder simplemente a la necesidad de coger el disco de vinilo y darle la vuelta. Tan solo Slightly All the Time parece tener una estructura definida, con melodías que se retoman aquí y allá. De hecho, el corte está divivido en tres sub-secciones llamadas Noisette, Backwards y Noisette Reprise.

Ni siquiera sé por qué me gustó este disco cuando lo escuché por primera vez, ya que hasta hoy soy incapaz de dar un paso atrás para ver el mosaico completo y comprenderlo del todo. Se ha quedado fijado en mi mente a otro nivel no del todo definible, como algo misterioso y atractivo que he dejado ahí pendiente para el día en que de verdad sienta el jazz y sepa apreciarlo como merece. Suena bien incluso si no se le está prestando atención, como música de fondo. Lo bueno es que, cuando te centras en su escucha, resulta ser todavía mejor. Otro para la lista de recomendaciones del blog. Puede escucharse entero y de una  tacada en YouTube, pero prefiero recomendar otras formas de audición.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Jean Michel Jarre - REVOLUTIONS


1. Industrial Revolution (16:33)
2. London Kid (4:34)
3. Revolutions (5:01)
4. Tokyo Kid (5:22)
5. Computer Weekend (5:00)
6. September (3:52)
7. The Emigrant (3:56)

Otro disco que estaba pendiente era este Revolutions (1988), sobre todo porque hace siglos que comentamos por aquí Waiting for Cousteau, disco que -al menos en mi modesta opinión- podría ser la cruz de la misma moneda. ¿A qué me refiero? Pues a que me parece que mientras Cousteau era un álbum de corte ecologista, Revolutions es claramente humanista y social, seguramente inducido en su génesis por la experiencia internacional que convirtió a Jarre en embajador de buena voluntad de la UNESCO, y por la responsabilidad como creador que ello debe suponer.

En su momento, Revolutions fue un rotundo éxito de ventas (nº 2 en Gran Bretaña), aunque debo decir que siempre me ha parecido uno de los trabajos menos atrayentes del francés. Es como si Jarre comenzase el álbum con ideas muy claras sobre su desarrollo conceptual y sonoro, para terminar quedándose a medio gas antes de tiempo y rellenando su segunda mitad con retales sin excesiva coherencia. Tras los trabajos épicos que fueron sus lanzamientos hasta Zoolook (1984) y el puntual revival de lo mismo que fue Rendez-Vous (1986), era lo justo y deseado que Jean Michel diese un nuevo salto hacia adelante en su carrera, y Revolutions me parece que se quedó en una serie de ideas demasiado fáciles como para sorprender al personal de la época. Por supuesto, esta apreciación es puramente superficial, y más adelante añadiré alguna matización.

Jarre continúa su labor educativa y cultural en la actualidad. Foto de unesco.org

Seriamente, hay que admitir que Revolutions comienza francamente bien. Los cuatro primeros temas forman un sólido conjunto que retrata de forma magistral, impresionante, la idea que todos tenemos sobre lo que fue la Revolución Industrial. Quizá el mundo actual comenzó precisamente allí, en aquellas sucias fábricas británicas donde miles de obreros se hacinaban para cumplir con jornadas de 20 horas de trabajo, hombres, mujeres y niños todos por igual, mientras los empresarios (no necesariamente malvados negreros sino más bien hábiles emprendedores de su tiempo con los escrúpulos justitos) exportaban al mundo entero las maravillas de la producción en cadena, los avances colosales de los nuevos inventos como la máquina de vapor o su hijo el ferrocarril. Surgieron los sindicatos de trabajadores y la sociedad de clases tal y como la conocemos, desplazando para siempre un mundo rancio y basado en el abolengo por otro en el que la economía, el empleo y los derechos sociales adquiridos marcaban la diferencia entre unas personas y otras.

Jarre comienza con una obertura que nos habla de trabajadores utilizando maquinaria pesada de forma repetitiva, y bajo estos estruendos metálicos, se va imponiendo una melodía dramática. Es un himno mecanicista. Industrial Revolution Part 1 es casi un scherzo clásico tras un primer tramo de jadeos de agotamiento, pujante y colosal, capaz de mostrarnos musicalmente un mundo de maravillas tecnológicas decimonónicas dignas del mejor Julio Verne. Industrial Revolution Part 2 parece transportarnos, gracias a los pequeños e intrincados detalles de sus arreglos electrónicos, a la era de los ordenadores y la informática, quizá incluso a la era espacial. No decae la grandiosidad, sino que va incluso a más. La mini-sinfonía industrial concluye a la perfección con una Part 3 que parece asomarse al otro lado de la cortina triunfalista de los adelantos de la civilización, a una masa humana explotada hasta la extenuación que parece recibir solamente pequeños atisbos de tanto logro, materializados mediante una interpretación lenta y cansada de la melodía de Part 1. Hará las delicias de los aficionados a la estética "steampunk".

Portada del single Revolutions (o Revolution, Revolutions).

El resto del disco, como decíamos, sigue manteniendo seguramente una temática social, si bien aquí se diluye un poco en una serie de temas escasamente cohesionados y que suenan algo planos, algo vacíos de carisma. Sigue vivo el mejor Jarre en algún punto concreto como el divertido Computer Weekend, una fantasía intrascendente; o en Revolution, Revolutions, originalísima composición con arreglos arábicos y la nada habitual inclusión de letras, eslóganes más bien, que son toda una declaración ideológica progresista y pro-democrática.

Revolutions en concierto, editado como video-clip oficial.

A medio camino se queda London Kid, concebida para recrear las ingenuas melodías de The Shadows, cuyo líder Hank Marvin (ídolo infantil de Jarre, por cierto), hace una aparición estelar a la guitarra. Yo creo que le falta algo de sangre en las venas, ya que al final se decanta por una solemnidad amable y demasiado fácil. Su teórica gemela Tokyo Kid es algo más arriesgada, aunque resulta más ambiental que otra cosa. September posee una melodía muy bonita, admirable incluso en su belleza naif, aunque teñida de tristeza: se trata de un homenaje a Dulcie September, activista sudafricana asesinada en París ese mismo año.  Por último, The Emigrant cierra el álbum con otro himno grandilocuente y social, un poco maniqueo para mi gusto pero efectivo cuando ha sido utilizado en conciertos con carga afectiva específica (Solidarnosc, por ejemplo).

Hank Marvin y JMJ tocaron juntos en el concierto de Londres, a raíz del lanzamiento del álbum. 

Hay buenas ideas, sobre todo en la suite sobre la Revolución Industrial, e incluso en alguno de los demás temas. Ocurre, no obstante, que esta es la primera vez -para mí al menos- que podía coger los cortes de un álbum de Jarre y ordenarlos al azar sin que el resultado se resintiera, incluso si dejaba alguno fuera. De hecho, sigue siendo el único disco de la mejor etapa del músico cuya lista de temas no he logrado aprenderme todavía. Se nota que es una obra bastante personal, pero creo que Jean Michel Jarre nunca ha sido del todo efectivo a la hora de potenciar sentimientos de ternura o afecto en su música, siendo más ducho -repito, para mi gusto- en la recreación de ambientes cósmicos de gran elegancia, no necesariamente fríos, pero sí en otra línea más "fantástica". No es el peor disco de Jarre, ni por asomo, pero tampoco diría que es de los mejores.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Peter Gabriel - NEW BLOOD


1. The Rhythm of the Heat (5:41)
2. Downside Up (3:52)
3. San Jacinto (6:58)
4. Intruder (5:07)
5. Wallflower (6:25)
6. In Your Eyes (7:13)
7. Mercy Street (5:59)
8. Red Rain (5:16)
9. Darkness (6:10)
10. Don't Give Up (6:40)
11. Digging in the Dirt (4:57)
12. The Nest That Sailed the Sky (3:54)
13. A Quiet Moment (4:48)
14. Solsbury Hill (4:35)

Cuando comentamos la salida de Scratch my Back el año pasado, quedó pendiente la salida del segundo álbum del proyectado díptico de Peter Gabriel, que iba a titularse I'll Scratch Yours e iba a contar con versiones de temas suyos a cargo de otros artistas. Entre que Scratch my Back no cuajó entre los críticos y que sus ventas fueron pobres, la posibilidad del plan inicial se fue disipando, sobre todo cuando muchos de los grupos y solistas con "contrato verbal" comenzaron a rajarse con o sin motivos justificados. Quedan algunos testimonios en YouTube de lo que pudo ser y no fue, sobre todo una versión de Biko a cargo de Paul Simon que es realmente emocionante, pero poco más quedó de aquello. Ahora sale esta suerte de disco de consolación, New Blood ("Sangre nueva"), que es como un Greatest Hits de Gabriel, pero de nuevo con acompañamiento de orquesta sinfónica.

Es posible que los fans del ex-Genesis se hayan alegrado, en el fondo, de que haya sido el propio Gabriel quien cante en New Blood; para los demás, la cosa suena ultraconservadora. Para empezar, este músico es solamente uno de los muchos que han grabado con orquesta últimamente (Sting ha hecho también lo propio hace poco), con lo que la originalidad de la idea es escasa o nula. Y encima se ha acudido al truquito de siempre: seleccionar los temas más transformables de su repertorio, los que mejor funcionan con la orquesta clásica, amén de unos cuantos éxitos populares (demasiado pocos, me parece) para dar lustre al paquete. Sucede, menos mal, que la impresionante calidad de Peter Gabriel como compositor de música más o menos pop convierte su nuevo álbum en una experiencia de reencuentro que merece la pena. 

Diseño del interior del estuche del CD.

New Blood recibe su título de la reciente gira que Peter Gabriel ha realizado -y sigue realizando, me parece- para presentar esta idea sinfónica suya. En cada concierto, Gabriel se centraba en los temas de Scratch my Back, aunque incluye un salpicón de canciones propias para que quienes han pagado la entrada no se queden sin Solsbury Hill o Don't Give Up. Como decíamos, son precisamente estos los dos hits estelares que Gabriel entrega en el nuevo álbum, aunque el resto de cortes del CD contiene canciones un poco menos  célebres, aunque indiscutiblemente buenas; material del tuétano de cada uno de sus álbumes en solitario como la potente aunque formulaica Digging in the Dirt, la no menos efectiva Red Rain o una de mis favoritas de siempre, la mística y cálida San Jacinto. No menosprecia Gabriel sus últimos álbumes de estudio, y aquí se incluyen también testimonios de estos tiempos irregulares como The Nest That Sailed the Sky de OVO o Darkness, de Up.

Según explica el libreto, todo este romance con la orquesta partió de la idea inicial de grabar canciones con instrumentos de fabricación casera, aunque un encuentro con John Metcalfe, que andaba grabando algo en los estudios RealWorld, dio a Gabriel la idea que aquí se plasma en álbum por segunda vez. También se explica, y el propio disco demuestra, que se ha procurado permanecer lejos de ese sonido como de banda sonora que suele haber en esta clase de álbumes de artistas pop. Parece que Peter Gabriel y su equipo han procurado utilizar la orquesta para realzar el valor sentimental de cada tema, evitando acudir siempre a románticos pasajes de violín a tutiplén. La clave parece estar en que este trabajo no se concibe como un auto-homenaje deificador, sino como un experimento más de cuantos ha realizado este inquieto músico en su carrera, en esta ocasión -admitámoslo- respetable pero algo perezoso en cuanto a que no se ha molestado en componer, sino más bien en "arreglar".

Qué raro es este tío, de verdad.

The Rhythm of the Heat suena casi amenazadora; Downside Up, muy grandiosa y llena de colorido gracias a la participación de Melanie Gabriel; San Jacinto es inquietante y a la vez épica, bastante efectiva a la hora de sustituir sus fondos originales por instrumentación clásica; Intruder es tan alocada y chocante como en el original Peter Gabriel 3, aquí pura esquizofrenia; Wallflower y Mercy Street suenan directas y delicadas, tan sinceras como las originales (la segunda casi parece sacada de The Final Cut de Pink Floyd); In Your Eyes es exquisita por su rica orquestación y sus coros, casi hasta darnos ganas de pedir a Peter que se calle un rato; no se lo ha currado mucho en Red Rain, que es prácticamente igual que la de siempre, y esta vez sí suena a banda sonora; Darkness es otro paso hacia la locura; Don't Give Up, con la extraña voz de Ane Brun, sufre de nuevo este efecto soundtrack, aunque la canción es tan buena que soporta lo que le echen; Digging in the Dirt bien podría ser el remix orquestal más innecesario -y peor enfocado- del disco, si bien algún tramo sinfónico es espectacular; The Nest That Sailed the Sky es un instrumental de lo más agradable, muy evocador y acertado; y A Quiet Moment es precisamente eso, "un momento silencioso", una grabación de ambiente levemente por encima del simple ruido de fondo que da paso a un poco inspirado reintento muy grandilocuente de Solsbury Hill, un tema que para Gabriel no terminaba de encajar del todo en el tono del disco y Peter Gabriel quería dejar más o menos aislado al final, en plan bonus.

Practiquemos nuestro inglés con uno de los vídeos promocionales de la web de Gabriel.

Una feliz idea ha sido la de editar una edición especial con un segundo CD, conteniendo versiones instrumentales de cada canción, además de los temas Blood of Eden, Signal to Noise y Father, Son, las dos últimas en ediciones digitales del álbum.

La verdad es que New Blood me ha ido gustando más y más mientras lo escuchaba, y al final no puedo ser tan cruel como seguramente debería. No se escapa de ese efecto banda sonora que pretendía evitar, y muchos de sus temas parecen limitarse a cambiar guitarras, baterías y teclados por instrumentos equivalentes de la orquesta sinfónica en una ecuación muy lineal, pero vamos, que escuchar estas joyas de Peter Gabriel con un tono nuevo siempre es un placer, pese a que sea uno consciente en todo momento de que podría haber sido mucho más grande. Todavía queda pendiente el asunto I'll Scratch Yours, así que ya veremos.
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